¡Sé entusiasta!
Tesoros
Si hay algo que llama la atención de la gente y hace que preste oído a lo que decimos y se fije en lo que hacemos es el entusiasmo. La palabra entusiasmo viene del vocablo griego entheos, que significa Dios dentro. Por lo que entusiasmo significa literalmente «Dios en nosotros». Por eso, la persona verdaderamente entusiasta es la que actúa y habla como si estuviera poseída por Dios.
La Palabra de Dios nos dice: «Todo lo que esté en tu mano hacer, hazlo con todo empeño»[1], y «Nunca te falte entusiasmo, mantén tu fervor espiritual sirviendo al Señor»[2].
La misma pasión arrolladora, la misma compasión irresistible que motivó a los apóstoles, los mártires y prácticamente a todo gran hombre o mujer de Dios a lo largo de la Historia son las fuerzas que deben impulsar a todos los hijos de Dios en cada cosa que hagan y digan, y ante todo el que se cruce por su senda. El apóstol Pablo lo resumió en las siguientes palabras célebres, que han brotado del corazón de todo auténtico cristiano en cada obra de bien que haya realizado, y por las que está dispuesto a dar la vida: «El amor de Cristo me apremia»[3].
Sean cuales sean tus flaquezas en términos de aptitud, capacidad o incluso de recursos materiales, si obedeces la Palabra de Dios y dejas que Él viva en ti y por medio de ti para que en tu corazón arda Su amor, Él podrá servirse abundantemente de ti y convertirte en una bendición para mucha gente.
Siendo aún joven, David Livingstone tuvo que afrontar una importante decisión. Escribió en su diario: «He descubierto que no estoy dotado de ningún don intelectual extraordinario. Pero hoy mismo me he propuesto convertirme en un cristiano fuera de serie». Se propuso entregarse de lleno al Señor y convertirse en un entusiasta de la verdad. ¡Y lo fue! Pasó a la historia como uno de los más extraordinarios misioneros de todos los tiempos.
El célebre historiador Arnold Toynbee dijo: «La apatía solo puede superarse mediante el entusiasmo, y éste solo puede suscitarse con dos cosas: primero, un ideal que tome por asalto la imaginación; y segundo, un plan claro y comprensible para llevar dicho ideal a la práctica».
¿Qué ideal más noble puede haber que el de pregonar la salvación permanente y una vida celestial eterna a una humanidad perdida y agonizante que sucumbe sin ellas? ¿Y qué plan más claro puede haber que el que el propio Jesús entregó a Sus seguidores: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura»?[4] Los cristianos debiéramos ser las personas más entusiastas del planeta.
El apóstol Pablo fue otro de los grandes entusiastas de Dios. Ya antes de su conversión, dio grandes muestras de fervor, aunque con un ideal y un plan erróneos.
Pero en cuanto se le abrieron los ojos, se volvió un entusiasta del bando correcto. Al ver los demás su gran dedicación y entusiasmo por el Señor, ellos también se llenaron de fervor por Dios. La obra que inició difundiría el cristianismo por todo el Imperio Romano.
No había poder capaz de apagar el entusiasmo de Pablo. Él mismo dice: «Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve azotes. Me golpearon con varas tres veces, me apedrearon una vez, naufragué tres veces, y pasé un día y una noche en alta mar. Mi vida ha sido un continuo viajar de una parte a otra. En peligros de ríos, en peligros de bandidos, en peligros de parte de mis compatriotas, en peligros de parte de los Gentiles, en peligros en la ciudad, en peligros en el campo, en peligros en el mar, y en peligros de parte de falsos hermanos. He pasado muchos trabajos y fatigas, y muchas veces me he quedado sin dormir; he sufrido hambre y sed, y muchas veces me he quedado sin comer; he sufrido frío y desnudez»[5]. ¿Acaso se dejaba detener Pablo por dichas dificultades y obstáculos? ¡Ni hablar! No dejó de servir a Dios por muchas que fueran las penalidades o contrariedades con que se topara.
No hay nada capaz de detener a un hombre que sirva a Dios con ardor. Seguirá adelante pase lo que pase, convencido de que está haciendo lo que debe por una causa justa y de que lo hace por Aquel que siempre posee la verdad.
¿Cómo podemos obtener esa medida de entusiasmo, esa inspiración capaz de llenar a alguien de fuego y fervor por el Señor? ¡Por medio del Espíritu Santo de Dios! La Biblia dice: «Nuestro Dios es fuego consumidor»[6], y en repetidas ocasiones compara el Espíritu divino con un fuego o con llamas de fuego[7]. Si quieres ser, pues, un entusiasta del Señor, lleno de Su fogosa inspiración y ungimiento, no tienes más que orar pidiéndole que te llene con el poder de Su Espíritu Santo y Él lo hará.
Alguien preguntó en cierta ocasión a un gran hombre de fe cuál era la clave de su éxito. Éste le respondió: «¡Me lleno de fuego predicando y el mundo acude a verme arder!»
Como cristianos, nuestro corazón debe estar tan lleno del amor de Jesús que queramos compartirlo abundantemente con otras personas. Para demostrar a los demás que lo que tú tienes con Jesús es mejor que lo que ellos tienen sin Él, es preciso que te muestres lleno de vida y entusiasmo.
¿Por qué acudía la gente a escuchar a Jesús? Él hablaba desde el corazón, hablaba lo que le transmitía el Espíritu, y eso infundía vida y conmovía a los oyentes. No pretendía regalarles el oído, sino que les llegaba al corazón. Decía: «Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida»[8]. Las palabras de los escribas y fariseos —los dirigentes religiosos de la época de Cristo— eran muy cultas, pero áridas e inertes. No hacían más que inducir al sopor. ¿Por qué? Porque ellos únicamente decían lo que les salía de la cabeza.
Ahí está la diferencia. No puedes encender una llama en el corazón de alguien a menos que esté ardiendo en el tuyo.
Naturalmente, no solo debemos ser entusiastas al predicar y presentar el Evangelio a los demás, sino en todo lo que hagamos. Cualquier tarea que abordemos, dice la Biblia que debemos hacerla «de corazón, como para el Señor y no para los hombres»[9]. Todo lo que hagas —aun las tareas más nimias— puedes emprenderlo con alegría, inspiración y entusiasmo. Si pides al Señor que te inspire, te dará esa chispa divina proveniente de Su Espíritu que convertirá en gozosa toda labor que inicies.
Llenémonos de fuego por Dios orando con fervor y leyendo fielmente Su Palabra. Pidámosle que Su Espíritu nos comunique la visión de las grandes cosas que quiere obrar por medio de nosotros. Luego hagamos lo que nos corresponde: entregarnos con pasión a cada cosa que nos pida que hagamos por Él y por los demás.
¡Vamos, contagiémosle ese fuego al mundo y alumbremos los corazones de los hombres de todo lugar! «Esta pequeña luz, yo la haré brillar.»
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por la Familia Internacional en 1987. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo del 2017.
[1] Eclesiastés 9:10 (DHH).
[2] Romanos 12:11.
[3] 2 Corintios 5:14 (Biblia de Jerusalén).
[4] Marcos 16:15.
[5] 2 Corintios 11:24 (NVI).
[6] Hebreos 12:29.
[7] V. Mateo 3:11; Hechos 2:3–4; Apocalipsis 4:5.
[8] Juan 6:63.
[9] Colosenses 3:23.
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