Entrega total
Tesoros
Moody no cursó más allá del quinto o sexto grado de primaria, y ni siquiera con resultados muy brillantes. La primera vez que asistió a una clase de catequesis se puso a buscar el Evangelio de Juan entre las páginas del Génesis. Cuando presentó su solicitud de ingreso a la Iglesia de la Congregación de Monte Vernon, fue denegada debido a su profundo desconocimiento de la doctrina cristiana. Sus amigos consideraban que era difícil hallar a alguien menos indicado que él para desempeñar cualquier tarea pública o de cierta utilidad. Pero el Señor puede tomar a alguien que lleve una existencia que parezca mediocre e insignificante y obrar grandemente por su intermedio, si le entrega a Dios su vida.
Cuando tenía 17 años Dwigth Moody dejó la humilde granja de su madre viuda para abrirse paso por su cuenta en la gran ciudad de Boston, donde empezó a trabajar como dependiente en la zapatería de su tío. Corría el año de 1854. Cierto día, se produjo el acontecimiento más importante de su vida.
Edward Kimball, un cristiano de gran dedicación que había conocido al joven Dwight apenas llegado éste a la ciudad, se sintió impulsado a testificarle y hacerle saber acerca de Jesús y del plan de Dios para alcanzar la salvación. Kimball se acercó a la zapatería donde trabajaba Moody, y mientras éste envolvía zapatos en la trastienda, le reveló la manera de aceptar a Jesús como su Salvador. Moody escuchó con la mayor atención e hizo una oración con él aceptando a Jesús.
Poco tiempo después, Moody escuchó a un predicador decir: «El mundo todavía no ha visto lo que Dios puede hacer a través de un hombre que se le someta por completo». Moody quedó cautivado por esas palabras y decidió: «¡Por la gracia de Dios, voy a convertirme en un hombre así!»[1] ¡Y así fue! Poco después se desplazó a Chicago, donde empezó a predicar el evangelio y a testificar, y fue tan grande la emoción que experimentó al convertir a otras personas a Jesús, que renunció a su trabajo en la zapatería y se dedicó a servir al Señor de forma plena. Siguió con su labor hasta convertirse en uno de los mayores evangelizadores del mundo, y llevó al reino de Dios a miles de almas inmortales.
Pero, si Moody no hubiese tenido esa determinación de someter su vida al Señor, ¿qué habría sucedido? Habría sido una triste pérdida, no solo en cuanto a él mismo, ¡sino respecto de los millones de personas que conocieron el evangelio por intermedio de su ministerio! Pues bien, el mismo principio se aplica a cada uno de nosotros: si no estamos dispuestos a llevar a cabo la voluntad de Dios en nuestra vida, y a hacer todo lo que Él nos pida, es posible que jamás lleguemos a ser todo lo que Dios quiere que seamos y que hagamos; lo que sería una gran pérdida, no solo para nosotros, personalmente, sino para quienes el Señor quiere que ayudemos o les llevemos Su amor y salvación eterna.
Tal vez pienses: «¡Yo nunca podría hacer por el Señor nada tan grandioso como lo que hizo Moody! No soy ningún gran evangelista ni conquistador de almas». Tampoco lo era Moody en sus comienzos. Era un simple niño campesino, un estudiante mediocre que se aburrió de la vida del campo y se marchó a la gran ciudad. Luego de unas cuantas semanas en la ciudad se trazó un objetivo: convertirse en un acaudalado empresario. Consagrar su vida al servicio de Dios era algo que no estaba en sus planes. Pero cuando aceptó a Jesús como Salvador, y supo cuánto se había sacrificado el Señor por él, se decidió a entregarle su vida.
Es posible que te preguntes: «¿Cómo puedo entregarle mi vida a Jesús?» El primer paso es creer en Jesús y aceptarlo en tu corazón como tu Salvador. Después, como dice en la Biblia: «Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes» (Santiago 4:8). Todas las personas que han sobresalido en el servicio a Dios se acercaron a Dios y se apoyaron en Él, en Su poder y en Su Palabra para hallar orientación, fortaleza e inspiración.
La Palabra de Dios nos dice: «Presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes. Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto» (Romanos 12:1,2). Cuando entregamos nuestra vida al Señor y nos sometemos por completo a Él, sirviéndole, entonces descubrimos cuál es la voluntad que Él tiene para nuestra vida.
A pesar de nuestras faltas, debilidades e incapacidad, si ponemos nuestra vida en Sus manos y estamos dispuestos a convertirnos en la persona que Dios quiere, Él obrará en nosotros y por medio de nosotros para cumplir Su voluntad. «Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla Su buena voluntad» (Filipenses 2:13). Claro, como todos somos libres de escoger, podemos elegir someternos a Él y buscar primeramente el reino de Dios (Mateo 6:33), o atender primero nuestros deseos personales, nuestros planes y nuestra manera de hacer las cosas. Nosotros decidimos si vamos a otorgarle el primer lugar en nuestra vida.
Cuando la Biblia habla de buscar primeramente el reino de Dios, no se refiere solo al aspecto «religioso» de nuestra vida. El Señor se refiere a toda nuestra vida, a nuestro futuro, a nuestros planes y las decisiones que tomamos. No se trata sencillamente de dedicar un rato cada día a leer la Palabra de Dios y a orar. Consagrar nuestra vida al Señor —presentarnos como un sacrificio vivo sobre Su altar— quiere decir poner nuestra voluntad, nuestros planes, nuestro futuro, nuestros deseos y nuestras ambiciones en las manos del Señor.
Sabemos que el Suyo es un reino de almas, y que Él quiere que prediquemos el evangelio a toda criatura para llevar a tantas personas como sea posible a Su reino (Marcos 16:15). Estar, pues, sometidos a Su voluntad, es estar dispuestos a hacer lo que sea necesario para llevar a otras personas el mensaje de Su Palabra y Su amor. Ese es nuestro «culto racional», teniendo en cuenta lo que Él hizo por nuestra redención y que para darnos la vida eterna murió en la cruz (Romanos 12:1).
Una buena pregunta que nos podemos hacer es: ¿Estás dispuesto, no a presentarle tu plan a Dios para que lo apruebe; más aún, ni siquiera a que Dios te presente el Suyo para que tú lo apruebes, sino más bien, a firmar una hoja en blanco y dejar que Dios la llene sin que sepas en qué va a consistir Su plan? ¿Estás dispuesto a entregarle tu vida a Dios y desempeñar el papel que Él tiene para ti? En ese caso, ¡puedes confiar en que Dios tiene magníficos planes para tu vida! (V. Jeremías 29:11.)
Puedes tener la certeza de que cuando le entregues tu vida al Señor, Él te bendecirá y obrará a través de ti de la forma que desee hacerlo y hará que tu vida sea una bendición para otros. Naturalmente, no todo el mundo tiene el llamado de convertirse en un Dwight Moody, o un san Pablo, pero Dios tiene para cada uno de nosotros un lugar y un llamamiento en Su reino. Una lectura atenta de los evangelios revela que Dios llama a cada uno de manera diferente.
Jesús solo tuvo de 12 a 70 discípulos que lo seguían a todo lugar y que estaban casi siempre con Él. Sin embargo, también tuvo miles de seguidores que aceptaron Sus palabras, que las creyeron y las difundieron. Si te parece que tu llamado es ir por todo el mundo y predicar el evangelio en otro país, o donde Él te ha puesto, o si te parece que tu llamado es ayudar a otros a llevar el evangelio, a medida que busques primeramente el reino de Dios, ¡el Señor te bendecirá y recompensará tus esfuerzos!
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¿Quién es Edward Kimball?
Edward Kimball es uno de mis personajes secundarios favoritos, por así decirlo, de la historia de los Estados Unidos. No hay muchas personas que podrían contar cuál fue la importancia histórica de Edward Kimball. Al fin y al cabo, no es famoso; tanto así, que en Wikipedia no hay una página dedicada a él. Sin embargo, por medio de su sencillo servicio a Dios, ha tenido un impacto mundial.
En 1854, Kimball daba clases de religión en Detroit; y un día fue a visitar a un joven de 17 años que estaba en su clase de escuela dominical y que tenía poco interés en Dios o en la religión. Al visitar al joven en la zapatería donde trabajaba, dirigió al muchacho para que entablara una relación con Cristo. Ese joven era D. L. Moody, que llegó a ser uno de los más grandes predicadores del mundo, que llevó el evangelio a 100 millones de personas, y que además fundó el Moody Bible Institute y la iglesia Moody en Chicago.
Pero la historia no termina ahí. Por medio del ministerio de Moody, llegó a la fe un pastor en Londres, F. B. Meyer. Por medio de Meyer, J. Wilbur Chapman llegó a la fe. Chapman tuvo influencia en Billy Sunday, que fue otro destacado predicador del siglo XX. Billy Sunday fue esencial para que un hombre llamado Mordecai Ham llegara a la fe. Y Mordecai Ham fue el predicador que dirigió a Cristo a un joven llamado Billy Graham. […]
La historia de Edward Kimball nos recuerda que nunca debemos subestimar la influencia que se puede tener en el mundo al llevar el evangelio de Jesucristo a solo una persona. […] Que la historia de Edward Kimball te anime a no dejar de orar ni de buscar oportunidades de llevar el mensaje de la salvación que se encuentra en Jesucristo. Eric Stillman[2]
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en junio de 2023.
[1] Erwin Lutzer, Totally Yielded to God, Moody Church Media, 2014, https://www.moodymedia.org/articles/moody-man-our-times/.
[2] https://www.newlife-ct.org/the-newlife-blog/post/who-is-edward-kimball
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