El Salmo del Pastor
J. R. Miller
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«El SEÑOR es mi pastor; nada me faltará. En prados de tiernos pastos me hace descansar. Junto a aguas tranquilas me conduce. Confortará mi alma y me guiará por sendas de justicia por amor de Su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo. Tu vara y Tu cayado me infundirán aliento. Preparas mesa delante de mí en presencia de mis adversarios. Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del SEÑOR moraré por días sin fin.» Salmo 23:1-6
El Salmo 23 es el pasaje más conocido de la Biblia. Es el Salmo de los niños grabado en la memoria de miles y miles. Es el salmo de la sala de enfermos, sumamente apreciado por todos los sufrientes gracias a la ternura divina revelada en sus palabras. Es el salmo del lecho de muerte. Rara vez parte de la tierra un cristiano sin repetir las palabras: «Aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo. Tu vara y Tu cayado me infundirán aliento». Es el salmo de la vejez.
«El Señor es mi pastor.» Podría pensarse que pastor es un nombre un poco deslucido para referirse a Dios; sin embargo, cuando llegamos a conocer la vida de un pastoren Oriente, el nombre le cae muy bien. El pastor vive con sus ovejas. Las vigila en la noche. Las defiende cuando corren algún peligro. Las conduce por los campos para hallar pastos. Toma a los corderitos y a las desfallecientes en sus brazos y los carga. Busca a las perdidas y descarriadas. Hasta da su vida para protegerlas. Al enterarnos de todos estos detalles vemos que el nombre interpreta muy bien a Dios.
«Es Señor es mi pastor.» No tendría para nosotros el mismo significado si dijera: «El Señor es un pastor». Podría ser un pastor para muchísima gente —todo lo que implica esa riquísima palabra— y, sin embargo, no ser ningún consuelo para mí. En cambio, si logro decir dichoso «El Señor es mi pastor», puedo entonar la canción hasta el final.
«El Señor es mi pastor.» El tiempo presente de los verbos en la Biblia es rico en su significado. Así están expresadas las promesas y garantías de la Sagrada Escritura. «El eterno Dios es tu refugio», no fue. Si no, podría haber sido cierto hace un año, ayer, pero no ahora mismo. El otro día alguien hablaba de una persona y dijo: «Era amigo mío. Significaba mucho para mí, hizo mucho por mí. Acudí a él en mis perplejidades, en mis batallas, en mis inquietudes. Pero ya no es mi amigo. Ayer nos cruzamos en la calle y ni siquiera me miró». Con Dios no sucede eso. «El eterno Dios es mi refugio y sus brazos eternos son —no fueron, ni serán; eso sería demasiado indefinido—, sus brazos eternos son mi apoyo.» «Dios es nuestro amparo.» «He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» «Bástate Mi gracia.» «El Señor es mi pastor.» No habrá jamás un momento en que no puedas decir eso. Nunca se dice de Cristo: «Una vez me amó». Él ama hasta el fin.
«Nada me faltará.» El otro día un hombre dijo: «Tengo una buena cantidad de dinero reservada para mi vejez, suficiente para mantenernos a mi mujer y a mí en lo que tenemos previsto que nos queda de vida». Sí, pero no es una cantidad segura. Las bolsas de la Tierra están todas llenas de agujeros. El compositor de este salmo no dijo: «Tengo buenas inversiones de sobra; por tanto nada me faltará». Dijo más bien: «El Señor es mi pastor; por eso nada me faltará». […] Cuando carecemos de Dios somos míseramente pobres, por muy millonarios que seamos. Cuando podemos decir: «Dios es mío», entonces somos ricos.
«En prados de tiernos pastos me hace descansar.» Los pastos proporcionan alimento. En Oriente la provisión siempre era cosa seria. Como llovía poco, con frecuencia los campos se veían agostados y no se encontraban pastos. El pastor conducía entonces a su rebaño kilómetro tras kilómetro hasta hallar en algún rincón sereno de un valle sombreado verdes y lozanos pastos.
Pero estas palabras también indican que «en prados de tiernos pastos me hace descansar». Las ovejas pacen y se satisfacen y luego se echan a descansar. No podemos seguir ocupados sin pausa en actividades extenuantes; Dios es gentil y amable con nosotros: en el camino nos brinda muchos lugares de reposo. La noche es una de esas ocasiones. Dejamos atrás el esfuerzo y el ajetreo de la jornada y nos hacemos a un lado para reposar.
A veces esos descansos son obligados. «En prados de tiernos pastos me hace descansar.» No queremos descansar. Pensamos que nuestro trabajo nos necesita, que perderíamos tiempo si nos detuviéramos siquiera un día. Entonces el Buen Pastor nos hace descansar, porque sabe que necesitamos reposo para renovar fuerzas. Quizá no estamos desempeñando bien nuestro trabajo y la alegría se está esfumando de nuestro corazón. Alguien hablaba el otro día de un cristiano que otrora había sido modelo de paciencia, amabilidad y paz. «Cada vez se está poniendo más irritable y quejumbroso» —expresó el amigo—. «Ya no le queda nada de la antigua paciencia que tenía con la gente. Parece frío y adusto.» Ha estado viviendo con tanta intensidad, empujado por su trabajo, que se ha puesto nervioso y se fastidia con facilidad. Le hace falta echarse a descansar en verdes pastos. Tal vez a más de nosotros nos vendría bien recostarnos para tomar alimento y descanso. A lo mejor estamos trabajando más, corriendo a más reuniones, [ganando y] donando más dinero, hablando más sobre religión y, sin embargo, perdiendo en lo referente a la paz, la dulzura de espíritu, que constituye la verdadera prueba y evaluación de la vida espiritual.
El pastor hace descansar a sus ovejas para que repongan fuerzas y se pongan bonitas en espíritu. Eso es lo que hace a veces con nosotros el Buen Pastor cuando enfermamos, por ejemplo. Creemos que no tenemos tiempo para descansar; mas Él nos llama aparte y cierra las cortinas y la puerta. Téngase en cuenta que es en los verdes pastos donde el pastor hace que sus ovejas se echen a descansar; la habitación en la que yacemos enfermos es en cierto modo una pradera. Un amigo que había pasado varias semanas en el hospital y se hallaba convaleciente, escribió: «He descubierto que mi pequeño catre blanco en este cuarto silencioso es un lotecito de las verdes praderas de Dios». Él nunca nos hace descansar en la escarpada ladera de la montaña ni en el camino polvoriento ni entre las rocas; siempre lo hace en los tiernos y mullidos pastos donde podemos apacentarnos mientras reposamos.
No dejes pasar sin falta la bendición de la enfermedad, de la tristeza y de toda índole de prueba. Dios quiere que crezcas en dulzura, en paciencia, en confianza, en gozo, en paz, en toda mansedumbre y bondad, siempre que te haga descansar en verdes prados.
«Junto a aguas tranquilas me conduce.» Los verdes pastos sugieren provisión: a las ovejas hay que apacentarlas. Las corrientes de agua sugieren bebida: hay que abrevar al rebaño. De ahí que el pastor las guíe hasta los riachuelos. A menudo el Antiguo Testamento nos retrata al pastor abrevando a sus ovejas. Jacob encontró a Raquel abrevando en el pozo los rebaños de su padre. Moisés halló a su futura esposa mientras ella sacaba agua para los rebaños de Jetro. Nuestro Pastor guía a Sus ovejas a las aguas de reposo para que beban y se refresquen.
El pastor sirio conducía a veces a su rebaño por senderos empinados y caminos ásperos, a través de oscuros desfiladeros, pero nunca con la intención de hacerles dificultoso el camino. Siempre su propósito era llevar a las ovejas a un trocito de terreno con verdes prados o junto a tranquilas aguas para que pastaran y se refrescaran. A veces nos afanamos y nos irritamos cuando hemos atravesado duras experiencias. Estamos enfermos, o el trabajo que realizamos es duro, o sufrimos agudos reveses o lacerantes pérdidas. No nos explicamos por qué nos conduce Dios por un camino tan penoso y agotador. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que Él te está llevando por esos arduos caminos para que alcances los verdes prados y las corrientes de agua? Al final de cada palmo abrupto de camino, más allá de cada día de esfuerzo y brega, te aguarda una bendición, algo que te enriquecerá, que te hará más fuerte, más santo, menos egoísta, más servicial.
«Confortará mi alma.» Esas palabras admiten varias interpretaciones. Un lobo puede atacar el rebaño y una de las ovejas puede acabar herida. El pastor toma a la pobre ovejita lastimada y la atiende y la cuida con ternura, como si fuera un niño, hasta que se mejore, la herida sane y la oveja se recupere. […] Vela por la desfalleciente, la acoge en sus brazos, se la coloca en el pecho y la carga hasta que se alivia y puede volver a caminar. […] Uno de los relatos más conmovedores de la Biblia es el del pastor que deja a las noventa y nueve y se interna en las montañas para rescatar a esa singular oveja suya que se había perdido. […]
El Pastor, con infinita ternura y paciencia, nos restablece. O si no, desmayamos en el camino, nos desanimamos y nos hundimos. El Pastor viene, se inclina para atendernos, nos reconforta, nos habla palabras valerosas para alentarnos; no nos da por perdidos, sino que nos pone nuevamente en pie, con renovadas esperanzas y coraje. O si no, erramos y nos descarriamos como ovejas perdidas, y el Pastor nos sigue por las montañas y nos busca hasta encontrarnos y reponernos. […]
«Me guiará por sendas de justicia.» Necesitamos guía. No sabemos qué camino elegir en la vida. No sabemos adónde nos llevará tal o cual senda si la seguimos. Todos necesitamos orientación. Si la queremos, la obtendremos y andaremos por la senda de Dios. Quizá no sea la senda fácil, pero nos conducirá al hogar.
«Aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo.» Esto alude a un valle particularmente tétrico y sombrío, un profundo desfiladero al que nunca baña la luz del sol. Nos hemos acostumbrado a aplicar este versículo a la muerte. Pero hay en este mundo valles más oscuros que el valle de muerte. Hay penas peores que el pesar de la muerte. […]
«Porque Tú estarás conmigo.» Las ovejas no deben temer nunca ningún mal mientras el pastor esté con ellas. Un señor cristiano refiere una experiencia de su juventud que ilustra eso. Trabajaba a varios kilómetros de su casa. El sábado trabajó hasta tarde, tras lo cual se fue a su casa para pasar el domingo con sus seres queridos. La ruta a casa pasaba por un valle muy oscuro entre dos cerros. Ninguna estrella lucía allí y por ninguna ventana entraba luz. Lo llamaban «el valle de las sombras» y a veces se escondían allí hombres para asaltar a quienes transitaban por el lugar.
El muchacho se hallaba un sábado en la noche en el punto más oscuro de ese lóbrego y solitario camino, valiente pero tembloroso, avanzando limpiamente por el camino, cuando oyó a unos cien metros delante de él, una voz fuerte, clara y pletórica de ánimo que lo llamaba: «¿Eres tú John?» Al instante reconoció la voz. Era la de su padre. El buen hombre sabía que en esa sombría noche su hijo las pasaría negras al regresar a casa por el valle; de ahí que movido por su amor paternal, estuvo allí para encontrarse con él en el punto más tenebroso del camino. Todo temor se desvaneció cuando el chico oyó la voz y la reconoció.
¿No es esta acaso una ilustración de cómo se reconfortan los hijos de Dios cuando penetran en el valle de las sombras? El camino se presenta extraño y tenebroso. Jamás lo han recorrido antes. No obstante, al ingresar en él oyen una voz que los llama por nombre y advierten luego una Presencia de Amor. «¡No temas!» —dice la voz—. «¡Yo estoy contigo!» Enseguida todo temor se disipa. A medida que los rostros humanos se desvanecen, aparece el rostro del Buen Pastor, radiante de paz y con amorosa calidez. Se aplaca entonces todo el terror. «Aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo.» […]
«Preparas mesa delante de mí en presencia de mis adversarios.» Peligros acechan por doquier, mas no hacen que el pastor desista de cuidar a sus ovejas. Nuestro Buen Pastor es Amo del mundo, más fuerte que todos los enemigos. ¡Es el Conquistador de todo y capaz de satisfacer las necesidades de Sus ovejas en cualquier parte! Recordamos que Jesús dispuso la mesa para Sus discípulos la noche que fue traicionado y sabemos con qué paz les dio de comer mientras los enemigos tramaban, conspiraban y se agrupaban para apresarlo. Nadie podía perturbarlo —ni a él ni a ellos— hasta que terminara la cena.
«Unges mi cabeza con aceite.» Dios no quiere que pasemos por este mundo cariacontecidos. Quiere que nos regocijemos.
«Mi copa está rebosando.» Un escritor relata el caso de un amigo suyo que literalmente llevaba un libro de contabilidad con el Señor. En una columna anotaba todo lo que hacía para Dios; en la otra apuntaba lo que el Señor hacía por él. Si un amigo lo ayudaba o le daba ánimos, lo anotaba. Si estaba enfermo y recobraba la salud, lo anotaba. Consignaba todos los favores y misericordias. Transcurridas varias semanas de aquel ejercicio de contabilidad, se dio por vencido. «Es inútil» —dijo—. «Jamás lograré un balance. Estaré siempre perdidamente endeudado.» Eso sucede con toda vida humana: la bondad divina siempre sobreexcede.
«Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida.» Todo el pasado ha estado marcado por el bien; todo el futuro consistirá en bien. El bien y el amor divinos todos los días —los días negros y los días dolorosos, los días de desilusión, los días de enfermedad, el día en que la muerte llegue a tu hogar, el día del entierro—, la bondad y el amor inagotable todos los días de mi vida. Entonces «¡en la casa del Señor moraré por días sin fin!» El bien y la misericordia todos los días de esta vida. Sin embargo, ese no es el fin; al contrario, es apenas el principio. «¡En la casa del Señor moraré por días sin fin!»
A partir de los escritos de J.R. Miller (1840-1912). Síntesis y ligera adaptación de https://www.gracegems.org/Miller/shepherd_psalm.htm. Leído por Gabriel García Valdivieso.
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