El llamado de los cristianos a testificar
Tesoros
[The Christian’s Call to Witness]
Recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán Mis testigos. Hechos 1:8
Se cuenta la historia de un joven leñador que talaba árboles en los extensos bosques del norte de Canadá. Cierto día, cuando se encontraba de permiso en un pueblecito cercano, un pastor cristiano le testificó en una esquina y oró con él para que aceptara a Jesús y Su salvación.
Después de que el leñador oró, el pastor le explicó:
—Ahora que has recibido a Jesús como tu Salvador, tu vida cambiará.
Seguidamente, el pastor señaló varios pasajes de su Biblia y explicó:
—La Palabra de Dios dice que «si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).
Luego, el pastor añadió:
—Te advierto, José, que podrías encontrar dificultades cuando vuelvas al campamento maderero con los otros leñadores.
El leñador preguntó al pastor de qué forma podría ser eso, y el pastor explicó que José sería una persona diferente, que ya no diría palabrotas ni se emborracharía y agregó:
—Serás tan diferente, ¡que tal vez te harán la vida difícil debido a tu fe!
José regresó al campamento, donde permaneció varios meses antes de volver al pueblo a disfrutar de otro permiso. Se cruzó otra vez con el pastor, lo encontró en una esquina repartiendo folletos del evangelio.
Cuando el pastor le preguntó si le había resultado difícil la vida cristiana en el campamento, José respondió que no fue para nada difícil y añadió:
—Verá usted, no llegaron ni a enterarse de que yo era cristiano.
Esa clase de respuesta no es representativa de cómo somos llamados a vivir como cristianos. Si de verdad creemos en algo, hablaremos de ello. Los que son fanáticos de un equipo de algún deporte, hablan de su equipo. Los que creen en un partido político, hablan de él. Quienes se vuelcan con su trabajo, o causa o un ideal, hablan de ello.
Si de verdad crees en Jesús y lo amas, hablarás de Su verdad y amor con los demás. Jesús dijo: «Nadie enciende una lámpara y luego la pone debajo de una canasta» o bajo un jarrón. Asimismo, el que de verdad ha llegado a Cristo no se queda sentado solo en algún rincón con la esperanza de que nadie se vaya a enterar de que se ha vuelto cristiano. Más bien, «una lámpara se coloca en un lugar alto, donde todos los que entran a la casa puedan ver su luz» (Mateo 5:15; Lucas 8:16).
Los cristianos son llamados a hablar a otros sobre su fe y la manera en que ha transformado su vida. Una vez que has recibido el regalo de salvación que da Cristo, Su Espíritu brillará y dejará ver el amor de Dios y la verdad de Jesús, si se lo permites. Si has aceptado a Jesús y crees en Él, dar a los demás Su amor, verdad y esperanza de salvación es lo menos que puedes hacer por Aquel que dio Su vida en la cruz por ti.
La Biblia nos dice: «Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien predique?» (Romanos 10:14). Muchos solo oirán de Jesús cuando un cristiano les lleve el evangelio.
Lamentablemente, muchos cristianos evitan resaltar como gente distinta de la norma o ir contra la corriente. Les falta convicción y la audacia para asumir una postura firme a pesar de todo lo que diga o piense de ellos la gente o cómo reaccionará a una testificación. Les preocupa su reputación y las opiniones de la gente, o no quieren ofender a las personas. No están dispuestos a ir contra la corriente de la opinión popular o ser contraculturales.
El apóstol Pablo habló de parecer «necios por amor de Cristo» y hasta de estar «sin honra» (1 Corintios 4:10). Una vez, un empresario cristiano se paseaba por una abarrotada calle de Londres con un letrero prendido en la parte delantera de su sombrero, que decía: «Yo hago el tonto por Cristo». Y cuando los transeúntes se daban la vuelta para echar otro vistazo a aquel hombre, veían otro letrero que llevaba prendido en la parte posterior del sombrero, que decía: «¿Tú para quién haces el tonto?»
Es una pena cuando los cristianos rara vez se atreven a ser diferentes y su vida con el Señor es algo así como caminar de puntillas para no molestar ni ofender a nadie. Qué distintos eran los primeros cristianos, de quienes se decía: «Esos que han trastornado al mundo han venido acá» (Hechos 17:6) Y desde entonces, el mundo no ha sido el mismo.
Sin duda, el cristianismo perturbó el estatu quo del mundo de esa época y desde entonces ha seguido haciéndolo. El cristianismo ha sobrevivido y se ha difundido por el mundo desde su principio como un minúsculo movimiento debido a que los cristianos han sido diligentes al llevar las buenas nuevas, difundir el evangelio y hacer discípulos en todo el mundo, como Jesús nos ordenó (Mateo 28:19,20).
La Biblia, en el Antiguo Testamento, cuenta la historia de Naamán. Si él hubiera dado la cara por sus creencias, habría podido contribuir a que la antigua nación siria se convirtiera a la fe en el Dios verdadero. Naamán era el primer general, el ministro de Defensa, era el hombre más importante del país después de rey. Cuando fue a Israel, Eliseo milagrosamente lo curó de lepra. Después de su curación proclamó: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Porque su siervo ya no ofrecerá holocausto ni sacrificará a otros dioses, sino al Señor» (2 Reyes 5:15–17).
Mas cuando el rey de Siria el pidió que fuera con él a rendir culto en el templo de Rimón —un dios pagano al que adoraban los sirios—, en vez de dar la cara por la fe que acababa de abrazar, se disculpó ante Eliseo de forma muy poco convincente, diciendo: «Que el Señor perdone a su siervo en esto» (2 Reyes 5:18). Cuando lo vieron entrando públicamente al templo de Rimón con el rey, seguramente el pueblo puso en entredicho los rumores que había oído de que milagrosamente lo había sanado el Dios de Israel.
La vida cristiana es un llamado al compromiso de ser un testigo para Cristo por medio de nuestra vida, nuestras palabras y hechos, por medio de llevar el evangelio a otros. Jesús dijo: «Ustedes son la luz del mundo, como una ciudad en lo alto de una colina que no puede esconderse. De la misma manera, dejen que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben a su Padre celestial» (Mateo 5:14–16).
Los cristianos somos llamados a resplandecer con la luz de Dios en el mundo para mostrar a la gente el camino, la verdad y la vida, y la única puerta a la salvación: Jesús (Juan 14:6). No estamos destinados a ser cristianos «secretos» que tratamos de meter nuestra alma en el Cielo.
¿Eres tú de los que practican su religión en secreto por miedo al qué dirán? ¿O tienes convicciones y audacia cristiana para colocarte abiertamente del bando de los demás grandes cristianos de todos los tiempos, a fin de salir en defensa de tu fe independientemente de si así pierdes la aceptación de que gozas o tu cargo? Jesús se olvidó de Su reputación, tomó forma de siervo y se humilló a sí mismo incluso hasta sufrir muerte en la cruz (Filipenses 2:7,8). Si te encuentras temeroso o te falta fe para testificar, puedes pedir a Dios que te llene del Espíritu Santo, el que te dará poder y valor para ser un testigo para Jesús.
La Biblia dice que así sabemos lo que es el amor de Dios: «En esto hemos conocido el amor: en que Él dio Su vida por nosotros. Así también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Juan 3:16). Somos llamados a dar nuestra vida —nuestros deseos personales, nuestros temores y nuestra reputación— de modo que hagamos nuestra parte para dar a las almas perdidas el mensaje del evangelio, para hablarle a la gente acerca del amor de Dios y manifestarle el amor de Jesús.
Todo cristiano es llamado a ser embajador por Cristo, en su comunidad, lugar de trabajo, su hogar, en su vida cotidiana. El apóstol Pablo escribió: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo […]. Y nos dio a nosotros este maravilloso mensaje de reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo; Dios hace Su llamado por medio de nosotros» (2 Corintios 5:19,20).
Tenemos el privilegio de ser llamados embajadores, no solo de un país terrenal, sino del reino del Cielo, y del Rey de reyes: Jesús. No hay cargo, o llamamiento, más importante en el mundo entero que ser hijo de Dios, y no hay honor más grande que el de ser embajador de Cristo y un testigo de Él.
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2024.
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