Una plegaria al Señor
María Fontaine
Todos, en algún momento de la vida, libramos batallas personales que nos debilitan mucho. En momentos así, puede que no tengan esperanzas de que su situación se vaya a arreglar, que les parezca que no pueden hacer nada para obtener la victoria. Sin embargo, les ruego que cobren ánimo, pues hay libertad, pueden liberarse; el Señor siempre tiene una solución para los problemas que enfrentamos.
Si ya no sienten deseos de dar testimonio o de dedicar de su tiempo a ayudar a otros; si les está costando llevarse bien con los demás, si se sienten solos; si el egoísmo se ha introducido cada vez más en su vida; si han adquirido apetitos, costumbres o adicciones poco sanas, que no provienen del Señor; si batallan con pensamientos negativos o con la tendencia a criticar a los demás o desanimarse; el Señor tiene las soluciones a cada uno de los problemas que enfrentamos.
En circunstancias como ésas, es preciso que busquemos al Señor, que asumamos compromisos y elevemos las oraciones que harán descender Sus bendiciones y nos encaminarán por la senda de la victoria.
Me gustan las oraciones escritas. Hay veces en que he preparado de antemano oraciones escritas para mí misma, pues eso me permite pensar y orar sobre lo que voy a decir y los compromisos que quiero asumir ante el Señor. Ruego que esta oración escrita les resulte tan útil a ustedes como lo fue para mí.
(Oración): Querido Jesús, sabemos que a pesar de nuestros pecados y flaquezas, Tú eres nuestro fiel amigo, compañero, amante y esposo, y que siempre podemos contar contigo, que nos amas con un amor eterno. Nunca nos sueltas, nos abandonas ni nos das la espalda, por poco que pensemos que merecemos Tu atención, por poco merecedores, pecadores o terribles que nos sintamos. Al elevarte esta plegaria invoco el versículo que dice que nos salvas y nos libras no por obras de justicia que hayamos hecho, sino por Tu misericordia[1].
Deseo de corazón agradarte y obedecerte. Quiero poner la Palabra por obra, estar cerca de Ti y dar buen testimonio a los demás. Quiero que mi vida lleve fruto. Deseo manifestar amor, ser una bendición para mis seres queridos y levantar a los débiles y los necesitados.
Quiero que dirijas el reflector de Tu Palabra hacia lo más profundo de mi alma y que me recuerdes claramente en este momento los aspectos en los que tengo que cambiar. Jesús, deseo de todo corazón transformarme. «Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno».[2]
Me da un poco de miedo pensar que no lograré cambiar o hacer los sacrificios que sé que quieres que haga. Sé que al hacer esta oración mi vida cambiará, y voy a tener que transformarme. Para ello hará falta sumisión, renunciar a todo y convertirme en una nueva criatura de alguna manera.
He tratado de someterme, aunque sé que en algunos sentidos esa sumisión ha sido solo parcial. Te agradezco, Jesús, que me hayas dado gracia y fuerzas para aguantar durante las batallas, aun sabiendo que no me había sometido del todo. Te agradezco asimismo que hayas dado a los demás la gracia para aguantarme, para amarme a pesar de mis defectos. Gracias por sus oraciones.
Me doy cuenta de que mi orgullo se resiste. El temor que le tengo al futuro, mis ideas preconcebidas sobre cómo deben ser las cosas o hasta el concepto que tengo de mí misma, todo eso trata de impedírmelo. A eso se añade mi egoísmo, mi deseo de hacer las cosas a mi manera, mi falta de fe y confianza en Ti y, sí, hasta la esperanza de que si aguanto un poco y no hago esta oración, a lo mejor las cosas cambiarán y no me pedirás que haga un sacrificio tan grande, que me entregue de esta manera a Ti y te rinda mi orgullo y mis ideas.
He decidido rezar esta oración, Señor, porque necesito transformarme. ¡Deseo echar sobre Ti todo mi ser, mis preocupaciones, mis esperanzas, mis sueños, mis seres queridos, mi futuro! Quiero que me conviertas en lo que Tú quieres que sea.
Jesús, te ruego que me transformes el corazón. Para mí es imposible obtener la victoria sobre las debilidades que he arrastrado durante tanto tiempo. No obstante, Tú dijiste que eres el Dios de los imposibles, que lo que es imposible para los hombres es posible para Ti, y al que cree todo le es posible[3]. Me tienes que infundir incluso la fe para creer que esa transformación es posible. Pero Tú lo has dicho; y sé que harás todo lo que te pidamos con fe, creyendo[4].
No sé cómo te las arreglarás, Señor; pero ¿podrías hacerlo? Lo deseo con toda el alma. Bueno, en cierta forma no lo deseo, porque sé que me va a costar. Tendré que cambiar, renunciar a todo y humillarme. Por otra parte, lo deseo verdaderamente porque sé que es lo que quieres Tú. Sé que te va a agradar. Sé que así obtendré Tu bendición.
Sé que por grande que sea el sacrificio que tenga que hacer, por mucho que tenga que dar, por mucho que me parezca que voy a perder, ¡todavía te tendré a Ti! Es maravilloso saber que no voy a caer, pues estarás presente para levantarme y sostenerme en Tus brazos. Por eso, no tengo nada que temer. Sé que habrá muchas pruebas y que me asaltará la tentación de desdecirme. Sin embargo, por Tu gracia, Señor, seguiré adelante.
Sé que tengo que avanzar. Y si no voy a tener más remedio que hacerlo, ¡más me vale hacerlo de todo corazón, sin reservas! En vez de ir arrastrando los pies, de avanzar de mala gana, a regañadientes, ¡mejor pongo todo mi empeño! Sé que cuanto antes me doblegue, antes llegará la victoria, la victoria que Tú deseas: que me fortalezca en los aspectos en que flaqueo desde hace tiempo, y que Tu fortaleza se perfeccione en mi debilidad[5].
Tú dijiste: «Conforme a tu fe te será hecho»[6]. Requiere bastante fe de mi parte presentarte pedidos concretos en mis oraciones, pero no me cabe duda que eso generará respuestas concretas por Tu poder. Jesús, sé que al que cree todo le es posible. Que para los hombres es imposible, pero que todas las cosas son posibles para Dios. Tú te especializas en lo que se considera imposible, y lo aparentemente imposible es Tu especialidad. No solo eres nuestro Salvador sino que también haces milagros por nosotros.
Por fe, con esta oración, he tomado la decisión de aceptar Tu voluntad para mi vida. Me he lanzado a caminar sobre el agua y confío en que Tú me sostendrás, en que me llevarás hasta la otra orilla y pondrás mis pies sobre una victoria firme y sólida.
Te ruego que envíes a las fuerzas angélicas para que me apoyen y fortalezcan. Señor, a veces me da la impresión de que se libra una guerra dentro de mi cabeza, con mis pensamientos y mi manera de reaccionar. Oigo Tu silbo apacible y delicado y la voz de Tu Palabra que me guían, sin embargo luego llega una andanada de preocupaciones, temores y dudas, de críticas y resentimientos.
¡Concédeme, por favor, gracia sobrenatural para luchar! ¡Dame más combatividad! Jesús, dijiste que eres más que capaz de ayudarme a sobreponerme a las circunstancias naturales, por imposibles que me parezcan. Aquieta las aguas agitadas y da paz a mi corazón. Abre los cerrojos y suelta los grilletes de todo aquello que se interpone en mi relación contigo.
Jesús, no me gusta tener todos esos temores y aprensiones, toda la tensión y el nerviosismo que siento. Te ruego que me liberes de mis remordimientos por el pasado y de mi temor al futuro.
Sé que tendré que seguir luchando aun después de hacer esta oración, de entregarme por entero en el altar de sacrificio y pedirte que me conviertas en una vasija sumisa en Tus manos, de modo que acepte Tu voluntad. Habrá pruebas y tentaciones. Hasta habrá ocasiones en que caiga. No obstante, por Tu gracia me volveré a levantar cada vez, como el hombre fuerte que siete veces cae y vuelve a levantarse[7].
Este reto representa una magnífica bendición, aunque no lo parezca. Y si logro verlo desde esa óptica, si acepto el reto y convierto la situación en algo positivo y pongo todo el corazón en ello, se me hará mucho más fácil, pues estaré cooperando contigo.
En fin, todo esto que digo suena muy bien y muy valiente, pero seguramente no siempre voy a decir lo mismo. Por eso, quiero dejar constancia de que hoy he decidido por fe que esta es mi meta, lo que me propongo y lo que voy a hacer mediante Tu gracia.
¡Gracias, Jesús! Confío por entero en Ti y sé que me amas y que lo haces todo bien. Me apoyo en Ti. Cuento con respuestas a mis oraciones, porque me apoyo en Tus promesas. Sé que sin Ti, nada soy[8]. Y sé que en mí no mora el bien[9], y que necesito Tu fortaleza y Tu poder para cambiar. Te necesito con urgencia, Jesús. Quiero que con Tu amor y Tu Espíritu me guíes a cada paso, en todo lo que haga y diga, en todo trato que tenga con los demás. Quiero dar ejemplo de Tu amor a los demás.
Quiero que cuando la gente me mire te vea a Ti. Ello me hace pensar en Pedro y Juan, que eran hombres sencillos y sin letras; no obstante, la gente sabía que habían estado contigo, Jesús[10]. Cuando todo llegue a su fin, cuando termine mi carrera y me llames a Casa, quiero que se diga de mí que la gente reconocía que había estado contigo, pues te veía reflejado en mí; veía Tu amor, Tu misericordia, Tu compasión, Tu comprensión, Tu fortaleza y Tu poder.
Quiero que Tu Espíritu viva y obre en mí como nunca. Quiero llenarme tanto de Tu amor, de amor por Ti y por el prójimo, que éste rebose sobre la vida de los demás y la bendiga.
Jesús, aunque no vea la solución de inmediato, aunque por un tiempo no vea ni perciba la manifestación de este milagro, seguiré creyendo, porque Tú lo has prometido, y sé que no me fallarás. Por Tu gracia, Señor, deseo firmemente que tu Espíritu me ayude a esforzarme por manifestar una actitud abnegada, amorosa, generosa y considerada, y a leer, recibir y vivir Tu Palabra.
Jesús, quiero renovar el compromiso que asumí contigo. Quiero pasar más tiempo en Tu presencia, en comunión contigo, descubriéndote mi corazón y escuchando las palabras personales que me dirijas para mi caso en particular. Quiero que seas esa fuerza estable a la que pueda aferrarme con la seguridad de que todo va a salir bien. Y cuando sienta la necesidad, haré lo posible por acudir otra vez a Ti en oración ferviente, para suplicarte que me des fuerzas para seguir peleando la buena batalla de la fe[11].
Amado Jesús, siempre te amaré y te necesitaré. Procuraré no apartarme nunca de Tu lado. Te agradezco infinitamente ser una de Tus hijas. Amén.
Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar Su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros.
Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados;perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también Su vida se manifieste en nuestro cuerpo.
Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno[12].
Artículo publicado por primera vez en diciembre de 1997 y adaptado en julio de 2013. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
[1] Tito 3:5.
[2] Salmo 139:23–24 NVI.
[3] Lucas 18:27; Marcos 9:23.
[4] Mateo 21:22.
[5] 2 Corintios 12:9.
[6] Mateo 9:29.
[7] Proverbios 24:16.
[8] Juan 15:5.
[9] Romanos 7:18.
[10] Hechos 4:13.
[11] 1 Timoteo 6:12.
[12] 2 Corintios 4:6–10, 16–18.
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