Sinfonía mágica
Curtis Peter van Gorder
[Symphonic Magic]
Este fin de semana asistimos a un concierto sinfónico que fue absolutamente fenomenal. Por lo general, estos espectáculos están muy por encima de nuestro presupuesto, pero obtuvimos un buen precio con boletos de último momento, con buenos asientos para la función matinal.
La pieza que tocaron fue Una sinfonía alpina1 de Richard Strauss. Se trataba de una sinfonía en poema o en tono poema, que es música orquestal que evoca un poema, una breve historia, novela, pintura o paisaje.
Esta obra nos lleva por una travesía de once horas escalando montañas alpinas desde el amanecer hasta el anochecer. Strauss amaba la naturaleza y de niño experimentó el drama de una aventura escalando montañas con un grupo de montañeses que se perdió y se empaparon con una tormenta inesperada. Parece que las mejores inspiraciones artísticas provienen de experiencias personales.
Mientras escuchaba, me asombró que más de cien músicos tocaran en perfecta y melodiosa armonía. La melodía son las notas que se tocan una tras otra, creando el tema principal. La armonía es la combinación de múltiples notas que se tocan al mismo tiempo, formando una combinación de sonidos. La melodía añade emoción y sentimiento a la música, mientras que la armonía le agrega profundidad, textura, equilibrio y el drama del contraste.
No hubo un solo momento de aburrimiento. La obra pasaba de lenta a rápida, de suave a estridente; de una dulce melodía a un estruendoso crescendo para luego volver a empezar; había solos para ciertas secciones y luego toda la orquesta tocaba al unísono. Todo amalgamado con la intensidad y el tono correctos; todo tocado en el momento justo, guiados por la batuta mágica del director.
Era una experiencia auditiva tan rica y una mina de metáforas que podría aplicar a muchos aspectos de mi vida. Ninguna presentación sería posible sin las partituras que todos los músicos tenían delante. La partitura que todos los músicos tienen que seguir está escrita por su creador (el compositor) y no puede ser alterada; aunque entran en juego entonación, énfasis y ritmo. ¿Se imaginan si alguno de los músicos decidiera que no desea seguir la partitura sino tocar como mejor le parezca? Evidentemente sería un caos. Sin embargo, existe cierta flexibilidad y creatividad únicas que cada músico proporciona a su presentación.
¿Qué vendría a ser la partitura en mi metáfora? Yo diría que es la Palabra de Dios. En ese caso, Jesús sería el compositor, el Verbo hecho carne. Los músicos tienen que interiorizar la partitura; tienen que saber cuándo es su turno para tocar y cómo encajan en el inicio, el medio y el final. Simplemente seguir las notas no es suficiente. Cada músico debe añadir emoción, sentimiento y el espíritu que necesita la pieza musical para lograr un gran resultado.
El director de orquesta sería el Espíritu Santo, porque Él nos da indicaciones y señala al músico que debe tocar en un momento determinado, así como la forma e intensidad que debe utilizar. Debe haber una conexión y atención constantes entre el músico y el director. Estar en sintonía con nuestro director y atentos a los gestos o indicaciones más mínimos es crucial para andar en el Espíritu y producir fruto en nuestra vida diaria.
Ahora enfoquémonos en los músicos. Pensemos en las incontables horas practicando con su instrumento hasta finalmente dominarlo por completo. Debió haber momentos de mucha frustración y tuvo que superar la incertidumbre. Cuando yo tomaba clases particulares de batería con un percusionista de la sinfónica de Pittsburgh, me hizo practicar durante meses con una batería electrónica para que aprendiera los movimientos de la mano y los dedos. Me hizo aprender a leer música antes que pudiera tener una batería de verdad.
Lamentablemente no soy un buen ejemplo de perseverancia, ya que de joven tocaba el piano bastante bien pero un día dejé de tomar clases cuando vi por televisión al famoso pianista Liberace tocar sin partitura, aparentemente improvisando durante toda la presentación. Le dije a mi mamá que ya no necesitaba tomar clases y que iba a seguir el estilo de ese señor. Me parecía mucho más fácil y libre, así que dejé de estudiar. Al poco tiempo me aburrí, llegué a un punto muerto y empecé a perder lo que había aprendido, y ahora ya no toco más.
Sentada al lado nuestro en el concierto había un buen ejemplo de una estudiante de música que no se rindió sino que persistió en su cometido. Ella tocaba el violín en otra orquesta y había asistido a esta presentación. Le preguntamos cómo había aprendido y nos dijo que empezó a los 3 años siguiendo el renombrado método Suzuki. Esto incluye la ayuda parental, escuchar, observar y leer; tener clases grupales y seguir un repertorio planificado. Se trata de darle al niño mucho ánimo mientras está en el proceso de aprendizaje para que disfrute tocando el instrumento y formando su carácter. Uno de sus lemas es: Personalidad correcta, tonalidad correcta2.
Me dijo que su destreza era el resultado de muchos años de práctica, con todo el quebranto, paciencia y el apoyo de su madre que pagaba por sus clases y la llevaba y traía de las clases. Esta obra era el resultado de ese proceso de crecimiento de cada uno de los músicos para ahora llegar a ese nivel superlativo. Esto me recuerda que nuestra vida en el pasado ha tenido muchos aprendizajes y quebrantos que han hecho de nosotros lo que somos en la actualidad. Estoy convencido de que el Señor nos estaba preparando desde el principio. «Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (Jeremías 1:5). «No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé» (Juan 15:16).
Así como el cuerpo de Cristo tiene muchos miembros singulares, de igual manera cada músico toca la parte especial que le corresponde3. Es posible que a un instrumento le toque una parte pequeña y tenga que esperar su turno pacientemente, sin embargo, cada uno es esencial para la actuación. Tal vez hayan escuchado la famosa historia del flautín. Un flautín es una flauta pequeña de la familia de instrumentos de viento.
El famoso director de orquesta del siglo XIX, Sir Michael Costa, dirigía un ensayo con cientos de instrumentos y voces. El coro cantaba a toda voz, acompañado por un estruendoso órgano, el redoble de tambores y el sonido de trompetas. En medio de todo el estrépito, el flautín lejos en una esquina se dijo a sí mismo: «No importa si toco o no, nadie extrañará al flautín», y dejó de tocar. De pronto, el gran director de orquesta levantó las manos y ordenó detener la música. «¿Dónde está el flautín?», exclamó.
Cada uno de nosotros tiene para dar una contribución única y se nos va a extrañar si no interpretamos nuestra parte. Qué hermoso es cuando los músicos tocan juntos en armonía. «La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma» (Hechos 4:32). O como lo expresa otro pasaje del libro de Hechos, «de un mismo sentir». Tocan juntos el mismo acorde o música.
Cuando la orquesta sinfónica se reúne, afina sus instrumentos con el acorde La, normalmente lo toca el oboe4. Antes de empezar la presentación de cada día, nosotros también tenemos que sintonizarnos con nuestro primer violinista, y cuando lo hagamos, tocaremos una música magnífica para conmover el corazón de nuestros oyentes, música celestial que resonará por la eternidad.
1 https://en.wikipedia.org/wiki/An_Alpine_Symphony
Para escuchar la Sinfonía Alpina tocada por la orquesta sinfónica de la radio de Frankfurt:
2 Más sobre el método Suzuki en: https://www.youtube.com/watch?v=2-GvFwoK92U
3 V. 1 Corintios 12.
4 Las orquestas siempre se afinan con La, porque todos los instrumentos de cuerdas tienen una en La. El tono estándar es La=440 hercios (440 vibraciones por segundo).
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