Referencias bíblicas en torno al fuego
Steve Hearts
A lo largo de la Palabra de Dios, la metáfora del fuego se emplea normalmente para simbolizar una serie de aspectos importantes que tienen que ver con nuestra vida espiritual.
Desde que el Espíritu Santo se manifestara literalmente en forma de lenguas de fuego[1], a menudo en los escritos cristianos a la pasión y el entusiasmo —que nos inspiran a ser testigos denodados para Cristo y participar de los dones de Su Espíritu— se los denomina «fuego». Puedo decir con toda sinceridad que ser tocado personalmente por este fuego es una experiencia que te cambia la vida.
Las épocas en que experimentamos pruebas y dificultades en nuestra vida de fe son con frecuencia descritas de manera metafórica como atravesar por tiempos tempestuosos o por el fuego. El apóstol Pedro para animar a sus seguidores, dijo lo siguiente. «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria os gocéis con gran alegría»[2].
En otro pasaje Pedro escribió: «Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo»[3].
Dios también se sirvió de esta metáfora cuando habló a través del profeta Isaías con un alentador mensaje para Sus hijos de la antigüedad que experimentaban fuertes aflicciones. Mucho ánimo y consuelo podemos obtener todavía de estas palabras hoy en día: «Cuando pases por las aguas, Yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.»[4]
En el capítulo tres del libro de Daniel, leemos acerca de los tres hebreos en Babilonia que fueron probados con fuego en el sentido más literal, y vivieron para contarlo porque el Señor estuvo con ellos en medio de la prueba.
Me puse a pensar en la perspectiva divina sobre el fuego luego de oír un breve relato que trata de un hombre que fue el único sobreviviente del naufragio de un barco y que halló refugio en una pequeña isla. Oraba cada día para que lo rescataran y buscaba diligentemente en el horizonte alguna señal de auxilio, pero nada. Finalmente, cansado de esperar, construyó una pequeña choza a modo de refugio para él y sus pocas posesiones.
Cierto día fue por la isla en busca de comida y al volver encontró la choza en llamas. Nada pudo hacer para salvarla y perdió lo poco que tenía.
Confundido y enojado, se recostó en la arena, miró hacia el cielo y le gritó a Dios: «¿Por qué me haces esto? ¿Por qué permites tanta tragedia en mi vida?» En ese estado se quedó dormido.
Temprano a la mañana siguiente lo despertó el sonido de un bote que se acercaba. ¡Por fin había llegado ayuda! Cuando vio a sus rescatadores, les preguntó cómo supieron que estaba allí. Le contestaron: «Vimos la señal de humo.»
Esta anécdota ilustra la reconfortante promesa de Dios en Isaías 61:3: «Que se les dé gloria en lugar de ceniza.» Indica que, sin importar lo que nos pase en la vida, la mano de Dios está sobre nosotros. Dios se puede valer de sucesos que inicialmente pueden parecer una gran pérdida o tragedia, para sacar de ello un bien mayor.
Las palabras de Pablo en 1 Corintios nos presentan la perspectiva de construir nuestra obra sobre una base perdurable. «Porque nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo. Si alguien construye sobre este fundamento, ya sea con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno, paja, su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer, y pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno. Si lo que alguien ha construido permanece, recibirá recompensa.»[5]
Cada uno de estos usos de la metáfora del fuego me ha consolado, animado y motivado en diversas épocas de mi vida. En momentos en que el fuego del Espíritu Santo en mí necesita avivarse o cuando siento que ando por un sendero oscuro y no puedo ver bien mi camino, pues se atenúa la llama de mi proverbial vela, cobro ánimo en Salmo 18:28: «Tú encenderás mi lámpara; el Señor mi Dios alumbrará mis tinieblas.»
Ruego que estas percepciones los animen también a ustedes y los ayuden a avivar la llama de fe que hace falta para cualquier situación en la que puedan estar.
[1] V. Hechos 2:1–4.
[2] 1 Pedro 4:12–13.
[3] 1 Pedro 1:7.
[4] Isaías 43:2.
[5] 1 Corintios 3:11–14 (NVI).
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