Las diez vírgenes
Peter Amsterdam
La parábola de las diez vírgenes en Mateo 25:1-13, figura inmediatamente después de la del siervo fiel y el infiel, que trata del siervo que no estuvo atento al regreso de su maestro. La narración sobre las diez vírgenes también aborda la necesidad de que los creyentes estén siempre vigilantes a la espera del retorno de Cristo. La parábola parte diciendo: «El reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que, tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio» (Mateo 25:1).
Las ceremonias nupciales en la Palestina del siglo primero estaban precedidas por unos esponsales. Los esponsales eran la primera etapa del matrimonio y una vez que estos se formalizaban los novios eran considerados marido y mujer. La segunda etapa era la ceremonia o fiesta de bodas propiamente dicha, que es el escenario en que se desenvuelve esta parábola. Algo sabemos sobre aquellas ceremonias nupciales, aunque desconocemos los detalles. Por lo que se sabe, parte de la ceremonia consistía en que el novio y sus amigos acompañaran en cortejo a la novia y sus invitados hasta la casa del novio donde se celebraba la fiesta de bodas, la cual con frecuencia duraba varios días.
La procesión de la novia hasta la casa del novio a menudo se efectuaba en la noche y se acompañaba con canto y danza. En la parábola de Jesús, diez mujeres jóvenes formarían parte del séquito del novio y la novia, y por ser ya de noche portarían antorchas.
Enseguida se nos revela algo sobre las diez jóvenes: «Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; pero las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas» (Mateo 25:2-4).
Las lámparas que portaban esas jóvenes habrían sido antorchas para uso a la intemperie, que consistían en palos envueltos con trapo en la parte superior. La tela de trapo se empapaba en aceite y luego se encendía. Esas antorchas ardían con intensidad por unos quince minutos y a partir de ahí se iban apagando una vez que se consumía el aceite. Por ese motivo los portadores de aquellas antorchas llevaban consigo un suministro de aceite en algún tipo de recipiente que la mayoría de las versiones de la Biblia llaman vasijas y en algunas traducciones, alcuzas o frascos.
Cinco de las muchachas llevaron consigo aceite de reserva, mientras que las otras cinco no llevaban ningún excedente. A las chicas que se abastecieron de aceite se las califica de prudentes, mientras que a las que no hicieron tales preparativos Jesús las sindica de ser insensatas. Jesús se vale de la misma comparación —prudente/insensato— en la parábola del hombre prudente que edificó su casa sobre la roca en contraste con el insensato que lo hizo sobre la arena (Mateo 7:24-27).
Jesús continúa diciendo: «Como el novio tardaba, cabecearon todas y se durmieron» (Mateo 25:5). Las diez mujeres jóvenes estaban listas y a la espera de la llegada del novio; sin embargo, este se retrasó. La parábola no ofrece ninguna explicación por el retraso, pero no hace falta, ya que las parábolas tienen por objeto ilustrar un principio o argumento. Teniendo en cuenta que tenían todo preparado para el arribo del novio y que además tendrían mucho que hacer después que llegara, tomarse una siesta era una línea de conducta bastante lógica.
«A la medianoche se oyó un clamor: “¡Aquí viene el novio, salid a recibirlo!”» (Mateo 25:6). La palabra traducida como medianoche expresa que llega en plena noche, sin especificar en qué momento. Alguien avistó que se acercaba la comitiva del novio y llamó a todos para que salieran a recibirlo.
«Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan”» (Mateo 25:7-8). Todas las mujeres se levantaron y prepararon sus lámparas. Las prudentes volvieron a remojar y encender sus antorchas; en cambio, las lámparas de las insensatas no se mantenían encendidas por falta de aceite. Probablemente empezaron a humear, ya que los trapos carecían de aceite. Si las antorchas se les apagaban, las cinco muchachas insensatas no podrían cumplir con su función en el desfile con antorchas que emprenderían hacia la casa del novio.
«Pero las prudentes respondieron diciendo: “Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden y comprad para vosotras mismas”» (Mateo 25:9). La falta de voluntad de las muchachas prudentes podría confundirse con egoísmo; no obstante, es probable que su reserva de aceite fuera limitada y que si lo compartían, a ninguna de ellas le alcanzaría para alumbrar con sus lámparas la procesión del novio. De ahí que rehusaron entregar su aceite y propusieron más bien que las que necesitaban aceite fueran a adquirir más.
Siendo ya tarde en la noche podría parecer una ridiculez recomendar que las chicas fueran a comprar aceite, pero como se trataba de una parábola, no todos los detalles prácticos tenían que cuadrar. Cabe también la posibilidad de que las jóvenes prudentes les plantearan a las demás que acudieran a la tienda o casa del expendedor de aceite y lo despertaran. Dado que en el pueblo se celebraba una boda, también podría darse el caso de que algunas de las tiendas estuvieran abiertas durante las festividades. Sea como fuere, las jóvenes insensatas partieron para comprar el aceite que hubieran debido traer consigo.
«Mientras ellas iban a comprar, llegó el novio; y las que estaban preparadas entraron con él a la boda, y se cerró la puerta» (Mateo 25:10). El novio apareció mientras las muchachas descuidadas se hallaban lejos procurándose aceite. Las que tenían aceite en sus lámparas entraron entonces a la fiesta con el novio, y la puerta de la fiesta se cerró.
Sobre el hecho de que se cerrara la puerta, un comentarista escribió: «El cierre de la puerta es otro elemento de la narración que parece fuera de lugar en el marco de la generosa hospitalidad y cordialidad características de una boda de pueblo. Llegar tarde no suele ser problema en la sociedad oriental; desde luego no sería algo que se sancionara de un modo tan gráfico»[1]. Pese a que se aparta de la norma, el hecho de que la puerta se cierra indica que en esa fiesta de bodas había una hora determinada en que uno podía acceder a los festejos, y quienes no llegaran a tiempo quedaban excluidos.
«Después llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “¡Señor, señor, ábrenos!” Pero él, respondiendo, dijo: “De cierto os digo que no os conozco”» (Mateo 25:11,12). No se nos revela si las jóvenes lograron encontrar aceite. En todo caso, ya si lo encontraron, ya si no, al regresar hallaron cerrada la puerta de acceso a la fiesta de bodas.
Eso las desconcertó. Presumiblemente figuraban en la lista de invitados, pues tenían una función que cumplir como portadoras de antorchas. Deseaban tomar parte en la celebración, pero la puerta se cerró. Apelaron entonces al novio, llamándolo con respeto «Señor, señor» y suplicándole que abriera la puerta para que pudieran entrar. Su respuesta fue escalofriante: «No os conozco».
Esas palabras desdeñosas no indican que el novio no conociera a las jóvenes; son más bien un modo de desvincularse de ellas. Su respuesta expresa con punzante claridad que ellas no participarán en las festividades matrimoniales; es decir que quedan excluidas de la celebración. La frase de cierto os digo hace caer en la cuenta de la importancia de las palabras no os conozco. Se habían hecho a la idea de que tomarían parte en la boda, tenían un papel que desempañar, querían que se las incluyera y, sin embargo, resultaron completamente excluidas.
La parábola termina así: «Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir» (Mateo 25:13).
El mensaje primordial que transmite esta parábola es la idea de que se retrase el retorno de Jesús. Los creyentes de la época temprana del cristianismo esperaban que la segunda venida de Jesús se produjera en breve. En otros pasajes de los Evangelios Jesús da a entender claramente que ninguno de nosotros sabe cuándo será ese momento (Mateo 24:36).
«Pero sabed esto, que si el padre de familia supiera a qué hora el ladrón habría de venir, velaría y no lo dejaría entrar en su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que no pensáis» (Mateo 24:43-44).
Esta parábola también manifiesta que como nadie sabe la hora en que regresará el Señor, cada uno de nosotros debe estar siempre listo para ese momento. Desconocemos cuándo retornará el Señor y desde luego ignoramos cuándo tocará a su fin nuestra vida aquí en la tierra. Mediante esta parábola Jesús expresó la necesidad de estar atentos a Su regreso y vivir de tal manera que manifestemos un desvelo por entrar en Su presencia. Para algunos creyentes eso acontecerá al momento en que Él regrese; para otros, a la hora de morir.
Para nosotros, la hora de vivir nuestra fe, seguir a Jesús, amar a otros y llevar una vida honrosa es ahora. Que todos vivamos de tal manera que refleje el carácter vigilante de las vírgenes prudentes y así, cuando pasemos de esta vida a la otra, oigamos a Jesús decirnos: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:21).
Publicado por primera vez en mayo de 2018. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2023.
[1] France, R. T., The Gospel of Matthew (Grand Rapids: Eerdmans, 2007), 949–50.
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