El patrón compasivo
Peter Amsterdam
[The Compassionate Employer]
La parábola del patrón compasivo —o, como se la suele llamar, de los obreros de la viña— es un relato que contó Jesús en Mateo 20 para mostrar diversos aspectos de la naturaleza y personalidad de Dios: Su amor, misericordia y compasión —que quedan claramente de manifiesto en la salvación— y la constancia con que cuida y premia a quienes lo aman y sirven.
Esta parábola, como otras que contó Jesús, empieza con las palabras: «El reino de los cielos es semejante a…» Esa frase indica al oyente que Jesús se dispone a dar información sobre Dios y Su forma de ser, y sobre la perspectiva que deben tener los que viven en Su reino y someten su vida a Su autoridad. Echemos, entonces, un vistazo a lo que dice Jesús.
«El reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña» (Mateo 20:1).
El término padre de familia aparece traducido como propietario o hacendado en otras versiones de la Biblia. En la Palestina del siglo I, muchos propietarios de casas cultivaban las tierras cercanas. El de este relato tenía una viña grande, por lo que necesitaba contratar más trabajadores en las temporadas de labor intensa, por ejemplo durante la vendimia.
Necesitando más peones que trabajaran para él por un breve espacio de tiempo, el patrón fue a la plaza, donde se reunían los jornaleros con la esperanza de que alguien se presentara a ofrecerles trabajo aunque fuera por un solo día. La vida de los jornaleros en aquel entonces no era nada fácil. No tenían estabilidad laboral ni ingresos en el día que no encontraban trabajo. Cada noche regresaban a su casa, bien con la alegría de haber conseguido lo suficiente para dar de comer a su familia, bien con las manos vacías. Para encontrar trabajo se paraban en la plaza del pueblo, a fin de que todo el mundo los viera y supiera que estaban desempleados. Eso resultaba humillante; pero para que su familia pudiera subsistir era vital que los contrataran y les pagaran. Los jornaleros estaban en lo más bajo de la escala económica, tanto así que las Escrituras mandaban que se les pagara al final de cada día, ya que necesitaban el dinero para sobrevivir (Deuteronomio 24:14,15).
El dueño de la viña salió muy de mañana a contratar peones que trabajaran todo el día para él. Escogió a varios y negoció con ellos el salario que les pagaría por la jornada de trabajo. Como la gente no tenía relojes, la jornada laboral de un obrero empezaba al amanecer y terminaba cuando aparecía la primera estrella en el firmamento; es decir, era de aproximadamente 12 horas.
«Habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña» (Mateo 20:2). En aquel tiempo, un denario era lo que se solía pagar por una jornada de trabajo. No era una gran paga, pero era suficiente para sustentar a una familia.
El relato prosigue con el regreso a la plaza del dueño de la finca con el fin de contratar más obreros. «Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo”. Y ellos fueron» (Mateo 20:3–5).
La segunda vez que el hacendado fue a la plaza era media mañana, hacia las nueve. Al llegar, se encontró con que había hombres que todavía estaban esperando a que los contrataran para el día. Pero con ellos no negoció un jornal, sino que les dijo que él sería justo a la hora de remunerar su trabajo. Los peones le creyeron, lo cual da a entender que era un hombre de confianza, respetado en la comunidad.
«Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo» (Mateo 20:5). Al mediodía y de nuevo a las tres de la tarde volvió a la plaza, y cada vez contrató a algunos hombres más. No se menciona que el propietario les dijera cuánto les iba a pagar.
Un rato después vuelve a la plaza, por quinta vez, cuando ya solo queda una hora de luz. «Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados y les dijo: “¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados?” Le dijeron: “Porque nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a la viña”» (Mateo 20:6,7).
Uno se puede imaginar lo desesperados por trabajar que debían de estar esos hombres, y lo desalentador que debía de haber sido para ellos pasarse todo el día en la plaza con la expectativa de que los contrataran y no haber conseguido nada. Si no hubieran estado resueltos a encontrar trabajo, no habrían estado todavía esperando en la plaza. En un rato más habrían vuelto a su casa con las manos vacías.
No se indica qué remuneración iban a recibir por una sola hora de trabajo esos obreros contratados en la hora undécima. A lo mejor se imaginaron que si aceptaban ir a esa hora, por muy poco que se les pagara, el propietario quizá los contrataría para el día siguiente. Poco después terminó la jornada y llegó el momento de pagar a los peones.
«Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: “Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los últimos hasta los primeros”» (Mateo 20:8).
A los primeros oyentes debieron de intrigarles las curiosas instrucciones que el propietario da al capataz; le dice que pague primero a los últimos que fueron contratados, y que pague en último lugar a los primeros. Como veremos, el hecho de pagarles en ese orden causa algunos problemas.
«Llegaron los que habían ido cerca de la hora undécima y recibieron cada uno un denario. Al llegar también los primeros, pensaron que habían de recibir más, pero también ellos recibieron cada uno un denario» (Mateo 20:9,10).
Cuando los que habían trabajado toda la jornada se dieron cuenta de que los que solo habían hecho una hora de trabajo recibían la paga completa, se imaginaron que a ellos se les daría más. Sin embargo, recibieron un denario, como todos los demás. Los que fueron contratados primero se sintieron estafados. Y no dudaron en comunicarle al propietario cómo se sentían.
«Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, diciendo: “Estos últimos han trabajado una sola hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día”» (Mateo 20:11,12).
Les molesta que se les pague lo mismo o que se los ponga al mismo nivel que a los que solo han trabajado una hora y acusan de parcial al propietario, consideran injusto el trato que les ha dado. Tras escuchar esa acusación, el patrón responde: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No conviniste conmigo en un denario?» (Mateo 20:13).
La palabra amigo en este pasaje es traducción del vocablo griego hetairos, que aparece también en otros dos versículos de Mateo: el primero cuando un hombre llega a una fiesta de boda sin estar vestido para la ocasión, y por consiguiente lo echan de la fiesta; y la segunda cuando Jesús llama amigo a Judas en el momento en que este lo está traicionando (Mateo 22:12, 26:50). El hecho de que el dueño de la finca llame amigo al jornalero no es ningún halago.
A la pregunta del patrón solo puede responderse afirmativamente, puesto que un denario fue la cantidad exacta que los obreros aceptaron como paga por un día entero de trabajo. Puesto que el propietario les entregó esa cantidad, cumplió su promesa.
Como suele suceder con las parábolas, el mensaje que quiere dar Jesús queda claro al final, cuando el propietario dice: «Toma lo que es tuyo y vete; pero quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No me está permitido hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?» (Mateo 20:14,15).
Los peones que estuvieron todo el día trabajando no entendieron que el dueño de la finca quería ser generoso con los necesitados. No se alegraron por la buena fortuna de los que fueron contratados más tarde a lo largo del día. Estaban pensando egoístamente en sí mismos y les pareció injusto el trato que les dio el patrón.
Bajo casi cualquier criterio, el comportamiento del patrón se consideraría injusto. Pero la cosa es que él fue justo por el hecho de que cumplió su promesa de pagar lo convenido. No privó de nada a los que aceptaron trabajar a cambio de esa paga. Si a ellos se les hubiera pagado primero y no hubieran sabido lo que se les pagaba a los demás, habrían vuelto a su casa con la cabeza erguida, contentos de tener su jornal en el bolsillo.
Pero ¿y los otros jornaleros? Ellos también tenían familias que mantener. No se merecían la paga de un día entero porque no habían trabajado todo el día. No obstante, por la generosidad del patrón se les dio lo que no se merecían. El dueño de la finca fue justo y además compasivo.
Esta parábola presenta cómo es Dios. Él es justo y cumple Sus promesas. También está lleno de misericordia. Ser misericordioso no tiene nada que ver con ser justo. No es dar a cada cual exactamente lo que se ha ganado o lo que se merece. Es actuar con amor. Es dar a quien no se lo merece, que es precisamente la esencia del amor, la gracia y la salvación que Dios nos ofrece.
Dios no está limitado por lo que los seres humanos consideramos justo. Si fuera así, no habría esperanza de salvación, ni perdón de los pecados. Si solo se nos diera lo que nos merecemos, todos estaríamos perdidos. Sin embargo, al igual que los obreros que no se merecían una paga completa, somos beneficiarios de la generosidad, compasión, misericordia y gracia de Dios por medio de la salvación.
A mi modo de ver, esta parábola describe de una forma muy bella el llamado a la salvación que nos hace Dios. Algunos reciben el llamamiento, o la oportunidad, en la primera etapa de su vida; otros, más tarde; y otros más, en su lecho de muerte. Dios, al igual que el propietario, vuelve una y otra vez a la plaza para ver quién hay, quién está listo y deseoso. Todos reciben la misma salvación, tanto el que accede pronto a ella como el que accede tarde.
Independientemente de cuándo se inicie la vida o servicio cristiano de una persona, se la recompensa. En esta parábola vemos que Dios es por una parte justo y por otra pródigo. Los que llegaron tarde recibieron mucho más de lo que esperaban. De manera que los que trabajen en las horas de más calor recibirán de Dios su justa recompensa. Él será justo y generoso con todos los que acudan a Él.
Debemos maravillarnos de que Dios nos ame y acepte a todos, no por lo que hacemos, sino por ser Él quien es. No nos salvó por motivo de nuestras obras, sino por Su amorosa gracia. No fue a causa de nuestros esfuerzos, sino por Su misericordia. Ninguno de nosotros podría merecerse Su amor, Sus bendiciones o Sus recompensas. Nuestro generoso y compasivo Padre nos ha dado a todos mucho más de lo que nos merecemos. Y siempre que sea posible, en nuestro trato con los demás debemos procurar emular Su amor y compasión.
Publicado por primera vez en marzo de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2023.
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