Cómo convertirse en un héroe
Recopilación
Recuerdo cuando leí The Hiding Place (El escondite: la historia de Corrie ten Boom, una mujer que arriesgó su vida para salvar a judíos durante la Segunda Guerra Mundial) que me sentí motivada a orar fervientemente para tener personalmente la valentía y abnegación de Corrie cuando me enfrente con la necesidad.
¿Cómo se convierte uno en una persona con esas cualidades? Jonathan Parnell tiene algunos pensamientos acerca de esto en el blog Desiring God (Desear a Dios), en el que escribe sobre Jon Meis, un joven que arriesgó su vida para salvar a sus compañeros durante el tiroteo de la universidad Seattle Pacific University:
La persona dispuesta a poner el bien de los demás ante el suyo propio a riesgo de sufrir una gran pérdida es la que antepone el bien de los demás al suyo propio en los cientos de sucesos cotidianos que suponen pequeñas pérdidas. «En todo momento nos estamos convirtiendo», como afirma Joe Rigney, «en la persona que seremos. En este instante, nos dirigimos a algún lugar, y tarde o temprano, llegaremos allí». (Live like a Narnian, 52 [Vive como si fueras de Narnia].)
Por lo tanto, una persona dispuesta a hacer grandes sacrificios, ha de ser una persona que hace pequeños sacrificios; una persona que ha descubierto que vivir motivado por el amor abnegado produce la mayor alegría. Reaccionar con amor abnegado ante una situación de pánico es el final de un trayecto en el que se han hecho sacrificios por amor en medio de la normalidad...
No se demuestra gran valentía de la nada, dicha actitud nace de hacer muchos pequeños sacrificios por mucho tiempo. Es decir, si no podemos lavar platos y cambiar pañales, no deberíamos engañarnos a nosotros mismos con la idea de que estaríamos dispuestos a recibir un balazo para salvar a alguien. Si somos mezquinos con nuestro tiempo y dinero ante una necesidad, seremos igual de tacaños con nuestra vida cuando una pistola apunte a personas inocentes.
Historias como la de Jon deberían detenernos un momento y preguntarnos a nosotros mismos si podríamos responder como lo hizo él. Pero la cuestión no es lo que haríamos en una situación particular; se trata de lo que estamos haciendo ahora.
Hasta que seamos puestos a prueba, no sabremos el tipo de persona en la que nos hemos convertido. Mientras tanto, ora que el Espíritu Santo nos permita entregar nuestra vida en los momentos cotidianos. «Una persona dispuesta a hacer grandes sacrificios, ha de ser una persona que hace pequeños sacrificios». Ahora es el momento de practicar el morir por Su poder, poniendo los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
«El que quiera ser grande entre vosotros será vuestro siervo; y quien quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos. Porque hasta el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos»[1]. Amy K. Hall[2]
Corazón de héroe
Recuerdo que de niña memoricé el capítulo 11 de Hebreos, y este menciona varias formas espantosas de morir: «Fueron apedreados, aserrados, muertos a espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra»[3].
Aquello me hizo pensar en lo dolorosa que debía ser la muerte. Yo sabía que era bastante cobarde para tolerar el dolor, así que me puse a pensar en cuál sería la muerte menos dolorosa, y si me tocara morir optaría por esa. En realidad no quería deshonrar a Dios con mi debilidad.
Hoy en día me causa gracia mirar hacia atrás y recordar las preocupaciones de mi niñez. Ahora me doy cuenta que en realidad mi problema era que siempre he sentido que me faltaba valor. En la Biblia hay incontables relatos de personajes que actuaron con valentía. En casi cualquier libro de la Biblia hay ejemplos de ello. Hebreos 11 enumera a muchos de estos personajes valientes: «¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros»[4].
Al pensar en los hombres valientes que menciona este capítulo, los orígenes de la palabra «coraje» cobran mayor sentido: ellos tuvieron coraje porque sus corazones estaban en el lugar correcto. Todos estos hombres que hicieron semejantes hazañas tenían algo maravilloso en común, algo que era la fuente de su coraje. En el Salmo 37:31 el rey David dice del hombre justo que: «La ley de Dios está en su corazón, y sus pies jamás resbalan».
No olvidemos el conocido relato bíblico sobre los tres muchachos hebreos a quienes les dijeron que adoraran la imagen dorada y si no los lanzarían al horno de fuego. Esos muchachos se plantaron firmes y dijeron que no iban a postrarse ante la imagen. Dijeron las siguientes palabras, seguramente pensando que iban a ser las últimas:
«Oh Nabucodonosor, no necesitamos defendernos delante de usted. Si nos arrojan al horno ardiente, el Dios a quien servimos es capaz de salvarnos. Él nos rescatará de su poder, su majestad; pero aunque no lo hiciera, deseamos dejar en claro ante usted que jamás serviremos a sus dioses ni rendiremos culto a la estatua de oro que usted ha levantado»[5].
Aunque lea este relato en la protección de mi hogar y con miles de años separándome de los hechos, la fuerza de su convicción resuena en sus palabras; no hay titubeo alguno ni intento de negociar un castigo menos fatal. Para tener el valor necesario en una experiencia así, creo que hay que retroceder un poco en el tiempo. Dudo que sus padres les dijeran alguna vez: «Algún día los traerán ante un espantoso rey, habrá un horno de fuego y tendrán que optar entre la muerte y adorar a un ídolo. Cuando eso suceda recuerden optar por el horno.»
Creo que más bien habrán dicho algo así como: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas»[6]. «Torre fuerte es el nombre del Señor; a él correrá el justo, y será levantado»[7].
No creo que los padres de Sadrac, Mesac y Abed-nego supieran lo que el futuro les depararía a sus hijos, o de qué manera o en qué momento tendrían que ser valientes. Pero había algo que ellos sí podían controlar: lo que sus hijos guardaban en el corazón. Proverbios 4:23 expresa muy bien este concepto: «Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida»[8]. En la Nueva Traducción Viviente el mismo versículo dice: «Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque éste determina el rumbo de tu vida».
A todos nos gustan los buenos relatos de héroes, y a mí en particular me encantan los que tienen como protagonista a un personaje con capa y medias. Sin embargo, en la vida real no nos toca decidir si tendremos ese gran momento heroico de rescatar a alguien o salvar el día de alguna manera, pero sí controlamos lo que almacenamos en nuestro corazón. Es así como podemos estar listos para los momentos imponentes de la vida, y también para las circunstancias cotidianas que requieren valentía. T. M.[9]
Publicado en Áncora en julio de 2017.
[1] Marcos 10:43–45.
[2] https://www.Str.org/blog/How-to-become-a-Hero#.WEsJl_krLIU.
[3] Hebreos 11:37–38.
[4] Hebreos 11:32–34.
[5] Daniel 3:16–18 (NTV)
[6] Deuteronomio 6:5 (NVI).
[7] Proverbios 18:10.
[8] NVI.
[9] Just1Thing.
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