Caminar con Dios
Gabriel García V.
[Walking with God]
Hace poco, durante una visita familiar, salí a dar un paseo por el barrio con mi nieto mayor. Aquello me dio la valiosa oportunidad de escuchar sus más profundos anhelos y pensamientos. Lo llegué a conocer mejor y disfrutamos de un inigualable momento de cercanía y compañerismo. Lo mismo sucede cuando caminamos con Dios: Descubrimos Sus deseos y Su voluntad —lo que quiere para cada uno de nosotros—, y gozamos de Su presencia, intimidad y seguridad. Gracias a ello obtenemos un conocimiento más profundo de Él.
Al caminar a Su lado, Él se nos revela como se les reveló a los dos discípulos en el camino a Emaús. Nos abre los ojos del entendimiento para que captemos la Escritura y descubramos Sus misterios (Lucas 24:13-35).
Exploremos los distintos aspectos de llevar el paso con Dios y caminar cerca de Él, no siguiéndolo de lejos (Mateo 26:58), sino codo a codo, comulgando y conversando con Él. Quizá implique hacer planes con Él o simplemente gozar de Su compañía. Un elemento importante para ir al paso con Dios es sostener un diálogo continuo con Él en nuestra vida y actos cotidianos.
En la Biblia los verbos «andar» o «caminar» muchas veces aluden a un estilo de vida. Cuando nuestra vida marcha al compás de Jesús y seguimos Sus pisadas (1 Pedro 2:21), llegamos a ser Sus discípulos, no meros creyentes, lo que por supuesto exige una cuota de sacrificio (Lucas 9:23; Mateo 10:38). Se me viene al pensamiento una frase que leí una vez: «El discípulo anda con Jesús, sigue a Jesús y vive con Jesús. Eso es lo que distingue a un cristiano nominal de un discípulo». Todos estamos llamados a seguir, pero no todos optamos por andar cerca de nuestro Salvador. Se nos insta, pues, a consagrar nuestra vida a Él. Al hacerlo, es natural que llamemos y atraigamos a otros para que también lo sigan (Mateo 4:19).
Asimismo, andar con Dios significa que optamos por caminar con otras personas con las que estamos de acuerdo y que marchan en la misma dirección que nosotros (Amós 3:3). Como consecuencia, caminaremos en integridad (Proverbios 10:9), lo que por supuesto debemos hacer humildemente (Miqueas 6:8). Es además fascinante saber que cuando andamos con Jesús lo hacemos por el camino, la verdad y la vida que Él representa (Juan 14:6).
Ahora bien, caminar con Dios es necesariamente un ejercicio que hay que practicar todos los días si queremos mantener una estrecha comunión con Él. Se lo ha comparado con entrenar regularmente en los aparatos del gimnasio. Si pasamos varios días sin ejercitarnos empezamos a notar la diferencia. De ahí la importancia de mantenernos a tono con Jesús, no sea que aflojemos y perdamos de vista la meta.
Puede que tanto «caminar» nos parezca agotador; mas paradójicamente, andar con Dios deriva en descanso y renovación conforme el Pastor nos conduce a aguas de reposo (Salmo 23). Él se conmueve cuando desfallecemos y estamos exhaustos, y con toda seguridad hallaremos descanso en Él (Hebreos 4:9,10). Su yugo es fácil y ligera Su carga. En Él encontramos solaz para el alma (Mateo 11:28–30).
Desde los albores de la civilización la gente ha aprendido a caminar con Dios. Enoc lo hacía habitualmente, en íntima comunión con Dios, y a la postre fue trasladado sin pasar por la muerte (Génesis 5:24). Abraham anduvo también con Dios, siguiendo Su llamado hasta que alcanzó la Tierra Prometida (Génesis 12:1–4). Durante el Éxodo el pueblo hebreo viajó por el desierto en pos de la nube que Él les proporcionó de día y de la columna de fuego que les facilitó de noche (Éxodo 13:21). Josué y la nueva generación hebrea caminaron con Dios a través del río Jordán —momentáneamente seco— para reconquistar la tierra prometida (Josué 3).
Como vimos en los ejemplos anteriores, el término bíblico «caminar» también evoca la imagen del viaje o peregrinaje. O sea, implica más que decir: «Me voy a pasear al parque; ya vuelvo». Tal como lo expresa poéticamente el Salmo 84:5,7: «Felices los que en ti encuentran ayuda, los que desean peregrinar hasta Tu monte. […] Irán sus fuerzas en aumento». Caminamos junto a Jesús —por ahora imperceptible a la vista—, cobrando cada día más fuerzas hasta el punto en que lo veamos cara a cara.
En el Nuevo Testamento caminar con Dios se suele expresar en términos de «andar en el Espíritu» o llevarle el paso al Espíritu (Gálatas 5:25), lo que abarca andar en amor, en alegría, en bondad, en paz y demás virtudes (Gálatas 5:16, 22–23; Romanos 8:4).
La otra cara de la moneda es que podemos andar en los caminos del mundo y alejarnos de Dios y Sus senderos (Efesios 2:1,2). Andar con Dios quiere decir que no caminamos con los impíos ni seguimos su consejo ni su ejemplo (Salmo 1:1), sino que hacemos caso de la voz de Jesús para no descaminarnos. No seguimos a los ídolos de este mundo —muchos de ellos productos novedosos de la tecnología moderna—; más bien nos mantenemos al compás del Señor, glorificándolo y adorándolo.
Cuando caminamos con Dios no andamos en tinieblas (Juan 8:12) sino en Su luz (Isaías 2:5), y reflejamos unos rayitos de esa luz a la vista de todos, invitándolos a que también lo sigan. Me recuerda la letra de un conocido himno: «Cuando andamos con Dios, a la luz de Su Palabra, Su gloria en nuestro camino derrama».
Para concluir, andar con Dios es embarcarse en una aventura fascinante que nos conducirá a lugares nunca imaginados. Es cierto, no es coser y cantar; tiene sus avatares. Mas Dios promete darnos las fuerzas, la orientación y el buen tino para sortear obstáculos. Así pues, ya sea que apenas te estés embarcando en esta travesía o que lleves ya muchos años ambulando con Jesús, mi oración es que continúes avanzando codo a codo con Él en este apasionante peregrinaje. ¡Nos vemos en el Cielo!
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