Qué dice la Biblia sobre cómo encontrar paz
Dennis Edwards
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¿Buscan la paz de Dios, esa paz que sobrepasa todo entendimiento? En otras palabras: ¿buscan paz interior? ¿Paz de mente y corazón? Acompáñenme a descubrir la paz de Dios que describe la Biblia.
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo»[1]. El apóstol Pablo nos asegura que la paz está en Jesús y en nuestra relación con Él. El primer paso en nuestra búsqueda de paz consiste en aceptar a Jesús en nuestra vida y permitirle ayudarnos a hacer la paz con Dios.
En el Evangelio de Juan, Jesús explica a Sus discípulos Su partida y dice que les enviará al Espíritu Santo para que los consuele: «La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo»[2]. Jesús dice a Sus seguidores que el Consolador les traerá la paz que necesitan para afrontar las dificultades que les aguardan. Les advierte que no cedan ante el temor, porque el temor es el enemigo de la paz.
Continúa diciendo a Sus discípulos: «Estas cosas os he hablado para que en Mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, Yo he vencido al mundo»[3]. ¿Se han dado cuenta que usamos palabras para consolar y tranquilizar a otros —como a nuestros niños y nietos— y les aseguramos que todo va a salir bien? El temor que sienten se desvanece al escuchar y encontrar descanso en nuestras palabras de consuelo. Jesús hizo lo mismo con Sus discípulos, porque pronto verían cómo lo capturaban Sus enemigos. En pocas palabras, les dijo: «Digo estas cosas antes de tiempo para que sientan paz. No se preocupen. No se desmoralicen. Anímense. Cuando atraviesen dificultades, recuerden que Yo he vencido y venceré al mundo y al mal que habita en él.»
El apóstol Pablo nos ofrece más información sobre cómo acceder a la paz que sobrepasa todo entendimiento. «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Por nada estéis angustiados [o sientan ansiedad], sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús»[4]. La fórmula que presenta Pablo es (1) alabar y dar gracias, (2) evitar la ansiedad y la preocupación, (3) orar y suplicar a Dios y (4) esperar a que el Él envíe Su paz para afrontar la situación.
La alabanza es un elemento indispensable en la búsqueda de la paz. Los Salmos aluden muchas veces a su importancia. «Entrad por Sus puertas con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza»[5]. El Salmo 22 afirma que Dios habita en las alabanzas de Su pueblo. En las crónicas de los reyes de Israel y Judea leemos las asombrosas hazañas con las que Dios intercedió por Su pueblo. Todo porque lo buscaron al enfrentar dificultades y usaron canciones y alabanzas como estrategia militar[6].
Corrie ten Boom dijo: «La preocupación es llevar las cargas de mañana con las fuerzas de hoy. Es llevar dos cargas a la vez. Nos transporta al mañana antes de tiempo. La preocupación no elimina el dolor del mañana. Solo nos roba las fuerzas del presente.» Jesús también nos ordenó evitar la ansiedad sobre el mañana, porque cada día trae su propio mal[7].
Hasta ahora hemos visto la importancia de usar la alabanza y la acción de gracias, resistir la preocupación y dar a conocer nuestras peticiones a Dios en oración y súplicas. Debemos orar y echar las cargas, temores y preocupaciones en las manos de Dios para que Él se encargue de ellos. El salmista escribió: «Echa sobre el Señor tu carga y Él te sostendrá»[8]. Jesús dijo que si le llevamos nuestros problemas y cargas, Él nos daría descanso[9]. Y el descanso no es más que paz interior.
La Madre Teresa tenía otra fórmula. Dijo: «El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.» En otras palabras, si nos detenemos y aguardamos en silencio, esa quietud produce en nosotros cercanía a Dios en oración. La oración nos aproxima a Dios y nos infunde fe. La fe nos permite descubrir el amor de Dios por nosotros. El amor que recibimos de Dios nos transforma para amar y servir a otros. Nuestro amor y servicio a los demás se traduce en paz. Todos sabemos por experiencia propia que, en lo relacionado a ayudar a otros, «más bienaventurado es dar que recibir»[10].
El profeta Isaías descubrió una fórmula similar a la de la Madre Teresa: «El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre»[11]. Nuevamente vemos que el fruto de la justicia es la paz y la tranquila seguridad.
El Enemigo de nuestra alma procura evitar que conozcamos la paz y el descanso que nos ofrece Cristo. Descansamos en Él cuando dejamos de intentarlo por nuestra cuenta y de perseguir nuestros logros. En ese momento nos fundimos con humildad en los brazos de Jesús y aceptamos Su amor, misericordia y descanso. Esa es la paz que sobrepasa todo entendimiento. No es algo que merecemos o que nos ganamos. Es fruto del amor y la misericordia de Dios. Como tal, debemos recibirlo con humildad.
En el libro de Isaías encontramos la promesa: «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera, porque en Ti ha confiado»[12]. Pablo escribió en la epístola a los Filipenses: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad»[13]. Debemos luchar la buena batalla de la fe: es una guerra que se libra en el campo de batalla de nuestra mente. Tenemos que alinear nuestros pensamientos con la Palabra de Dios. «Mucha paz tienen los que aman Tu ley, y no hay para ellos tropiezo»[14]. El camino hacia la paz es amar y meditar en la Palabra de Dios.
Si hacemos caso de las amonestaciones de los profetas, los discípulos y del mismo Jesús, encontraremos la confianza serena y la paz mental que tanto anhelamos. La encontraremos porque la presencia de Cristo nos acompaña. Él es nuestra paz. Nos permite hacer la paz con otros. Nos envía Su paz cuando nos esmeramos en vivir para Él y para servir a los demás. Entonces podemos afirmar, al igual que el salmista: «En paz me acostaré y asimismo dormiré, porque solo Tú, Señor, me haces vivir confiado»[15]. O como escribió en otro Salmo: «El Señor dará poder a Su pueblo; el Señor bendecirá a Su pueblo con paz»[16].
Terminemos esta lectura con una antigua bendición profesada por Moisés: «El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer Su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti Su rostro y ponga en ti paz»[17].
Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Romanos 5:1.
[2] Juan 14:27.
[3] Juan 16:33.
[4] Filipenses 4:4, 6-7.
[5] Salmo 100:4.
[6] 2 de Crónicas 20.
[7] Mateo 6:34.
[8] Salmo 55:22.
[9] Mateo 11:28.
[10] Hechos 20:35.
[11] Isaías 32:17.
[12] Isaías 26:3.
[13] Filipenses 4:8.
[14] Salmo 119:165.
[15] Salmo 4:8.
[16] Salmo 29:11.
[17] Números 6:24-26.
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