Lo bueno y lo óptimo
Peter Amsterdam
«¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que, después que haya puesto el cimiento, no pueda acabarla y todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: “Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar”». Lucas 14:28–30[1]
«El Señor dirige los pasos de los justos; se deleita en cada detalle de su vida. Aunque tropiecen, nunca caerán, porque el Señor los sostiene de la mano». Salmo 37:23,24[2]
Cuando estés considerando si hacer algo que represente una inversión de tiempo y recursos, debes analizar de manera realista si vas a poder cumplir lo que decidas y cómo. A veces uno tiene que tomar la decisión de no hacer algo, por muy bueno que sea y muy provechoso que parezca, porque en ese momento no da abasto.
Es muy importante que ores y consultes al Señor para darle la oportunidad de que dirija tus pasos y te muestre lo que es prioritario; pero también debes tomar en cuenta la realidad de la situación. No digas: «Tengo muchas ganas de hacer esto», o: «Esto parece una buena idea; hagámoslo». Piensa si de verdad lo vas a poder hacer. Como nos recuerda Pablo en Romanos: «Sean realistas al evaluarse a ustedes mismos, háganlo según la medida de fe que Dios les haya dado»[3].
Constantemente debemos hacer eso al tomar decisiones relacionadas con el trabajo. Hay cien cosas que sería estupendo hacer, solo que nadie puede por falta de tiempo, o porque hay otras más importantes.
Debes tener eso en cuenta en las deliberaciones y cuando se están tomando decisiones. En algunos casos uno tiene que llegar a la dura conclusión de que algo simplemente no se puede hacer en ese momento. Es posible que se trate de una idea fantástica, de algo útil, que supondría un gran progreso, pero no es factible; hay algo más que uno tiene que hacer o a lo que debe dedicar su tiempo, sus energías o sus recursos. A la gente no le gusta que se le diga que no o que se le dé carpetazo a una buena idea o proyecto; pero la verdad es que no se puede hacer todo, y con frecuencia hay que eliminar algo, al menos por el momento. No es ningún pecado.
De vez en cuando tienes que preguntarte: «¿Estoy empleando el tiempo de que dispongo de la mejor manera posible?» Siempre hay demasiado que hacer; eso no va a cambiar. La mayoría no conseguimos nunca estar al día en todo, porque aunque nos pongamos al día, surgen otras cosas, otros problemas, otras ideas. Eso es natural. Es la vida. Así que tienes que hacer un análisis, una evaluación: «La mejor manera de emplear mi limitado tiempo y recursos, ¿es dedicarlos a esto que estoy haciendo? Tal vez es estupendo; pero ¿es lo mejor?»
Hay una lema que dice: «De bueno a superior, y si es óptimo, mejor». Sin embargo, en el acelerado mundo de hoy y considerando las dificultades contemporáneas para vivir nuestra fe y marcar una diferencia en el poco tiempo de que disponemos, no hay muchas oportunidades para lo bueno ni para lo superior. Buscamos lo mejor. Hay poco tiempo para lo mediocre. No es que lo bueno no sea bueno ni que lo superior no sea superior; pero lo que de verdad queremos es hacer lo mejor de todo.
Si hacemos eso, veremos surgir más creatividad e ideas nuevas que nos llevarán a donde queremos llegar, y más rápido que antes. Veremos más cambios y progresos significativos y duraderos.
A veces hace falta realizar un gran esfuerzo y una gran inversión para cosechar grandes resultados. Pero si sabes que es una inversión grande que vale la pena, porque será lo que nos ayude a lograr lo mejor, entonces aunque requiera mucho tiempo o recursos es lo adecuado, porque se está haciendo lo mejor. Es posible, sin embargo, que no siempre acertemos a escoger lo mejor para concentrarnos en ello. A veces trabajamos mucho por algo muy bueno; pero si no es lo mejor, puede que a la larga nos impida hacer lo que para Dios es lo mejor.
La clave es ser realista. Hace falta una dosis considerable de realismo, además de una buena dosis de fe. Ambas cosas son necesarias. Está el factor Dios, cuya importancia no se debe subestimar; pero también están la sensatez y la realidad. Tanto lo uno como lo otro deben tenerse en cuenta. Hay que aferrarse al Señor y concentrarse en lo óptimo, y a veces renunciar a lo bueno y lo superior, porque la verdad sea dicha, rara vez hay tiempo para todo. Quizá más adelante se pueda hacer, quizá no, porque más adelante es muy posible que haya algo más que sea lo mejor.
Lo óptimo no tiene por qué ser perfecto. No tiene por qué ser pan comido, sin desafíos, dificultades, ataques del Enemigo ni reveses a lo largo del camino. Tampoco tiene por qué ser el método o la solución más rebuscados y complicados. Hay casos en que resolver la necesidad más urgente de la mejor manera posible significa optar por lo más sencillo, práctico y funcional.
Con la ayuda del Señor, consultando con personas de fe y haciendo también uso de las demás formas de averiguar la voluntad divina, tienes que procurar identificar las cosas más importantes en las que es necesario que te concentres, y con qué objetivo vas a prestar atención a determinado proyecto, problema o necesidad, y ver cómo puedes lograr el resultado deseado —o lo que más se aproxime a él— de la manera más sencilla, organizada y racionalizada.
Claro que la manera más sencilla, organizada y racionalizada no será forzosamente una que no requiera nada de esfuerzo o muy poco; no se trata de abordar el asunto sin dedicarle suficiente tiempo y reflexión. La cuestión es sencillamente no distraerte ni recargarte con ideas que aunque sean buenas o muy buenas, a la larga resultarán contraproducentes, porque terminarás contrayendo demasiadas obligaciones o imponiéndoselas a otros, exigiéndote demasiado, echándote encima más de lo que es necesario o factible y descuidando lo que es más prioritario.
Decimos con frecuencia que no hay que conformarse con nada que no sea lo mejor; pero yo me pregunto si todos —y me incluyo a mí mismo— seguimos esa norma tanto como deberíamos. Cuando le pidamos al Señor que nos ayude y nos guíe en cada decisión y cada paso que demos, tengamos presente ese importante factor y preguntémonos: «¿Es lo mejor? Si no, ¿qué es lo mejor? ¿Cómo podemos hacer lo mejor?»
Si realmente esperamos hacer lo más importante sin descuidar las múltiples responsabilidades que todos tenemos y sin agotarnos, es muy posible que el tiempo no nos dé sino para descubrir y hacer lo mejor en nuestra vida y nuestro servicio al Señor. Pasemos, pues, nuestras decisiones, planes, proyectos, ideas y objetivos por el filtro de lo bueno, lo muy bueno y lo óptimo, y apuntemos, por la gracia de Dios, a lo óptimo.
Artículo publicado por primera vez en septiembre de 2009. Texto adaptado y publicado de nuevo en noviembre de 2014.
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