El sembrador y la semilla
Peter Amsterdam
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En la parábola del sembrador y la semilla[1], Jesús habló de cuatro tipos de suelos en los que cayó la semilla: el camino, en el que las aves se la comieron; la tierra poco profunda, muy cerca del lecho de roca; el suelo que tenía espinos, y la tierra buena y fértil.
Comienza Su interpretación diciendo:
Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador: Cuando alguno oye la palabra del Reino y no la entiende, viene el malo y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino[2].
En Mateo, la semilla es llamada «la palabra del Reino»; en Marcos, «la palabra»; en Lucas, «la palabra de Dios». La aplicación de la parábola es que las semillas que cayeron en los cuatros tipos de suelos corresponden a cuatro tipos de reacciones de la gente al oír el mensaje de la Palabra de Dios.
La semilla que cayó en el camino de tierra apisonada que bordeaba el campo quedó encima del suelo, donde a las aves les resultó fácil venir a comérsela. En la literatura judía de la época de Jesús, las aves a veces simbolizaban al diablo. Algunas personas son como tierra endurecida. La semilla nunca tiene oportunidad de germinar en esa tierra tan dura, porque la persona no acepta el mensaje. Es posible que por cortesía lo oiga con los oídos, pero no lo escucha de verdad. Entonces el malo roba la semilla.
Seguidamente, Jesús da la interpretación del segundo tipo de suelo no fructífero.
El que fue sembrado en pedregales es el que oye la palabra y al momento la recibe con gozo, pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza[3].
A diferencia de lo que ocurre con la semilla que cae junto al camino, la que se planta en este tipo de suelo sí puede germinar. Sin embargo, no hay mucha tierra, ya que el lecho de roca está cerca de la superficie. A causa de eso, el suelo se calienta al principio de la temporada y la planta brota rápido; pero debido a la falta de agua y a que tiene raíces superficiales, enseguida se quema, se marchita y muere. Este suelo produce plantas efímeras.
En el contexto de los evangelios, este tipo de suelo representa a los que oyeron el mensaje de Jesús, presenciaron algunos milagros Suyos y en un principio escucharon ávidamente Sus enseñanzas. Se alegraron al oír el mensaje, pero su entusiasmo no estaba basado en sus convicciones personales, sino en estímulos externos y sentimientos; y cuando lo externo faltó, los sentimientos se enfriaron y el entusiasmo se desvaneció[4]. Al llegar las dificultades, las penalidades o la persecución por causa de la fe, su entusiasmo original se marchitó y su fe se esfumó. Los pedregales simbolizan a las personas que tienen una fe superficial; sus raíces no llegan muy hondo. Las épocas difíciles acaban con su fe. Aunque brotan temprano y crecen algo, se marchitan antes de dar fruto.
A continuación, Jesús habla de las semillas sembradas entre espinos.
El que fue sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa[5].
Este suelo parece ser bastante fértil, ya que la semilla germina y crece, y lo mismo los espinos que crecen con ella. Está claro que en este caso la reacción a la Palabra es positiva; pero de todos modos esta no da fruto, porque otras cosas la desplazan y neutralizan su capacidad de desarrollarse plenamente y dar fruto.
El vocablo griego para decir preocupaciones en «preocupaciones de este siglo» también podría traducirse como problemas o ansiedad. Algunas versiones dicen «las preocupaciones del mundo». Todos tenemos preocupaciones, es algo inherente a la vida, pues nunca sabemos lo que puede pasar en un día cualquiera. Siempre se nos pueden ocurrir cosas que amenazan con hacernos daño de alguna manera, y siempre hay cosas que desearíamos tener y no tenemos[6].
A continuación, Jesús explica lo que representan las semillas sembradas en buena tierra:
El que fue sembrado en buena tierra es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta y a treinta por uno[7].
La buena tierra produce personas que oyen y entienden la Palabra, que «oyen la palabra, la reciben»[8], y «con corazón bueno y recto retienen la palabra»[9]. Los que oyen y entienden no solo captan lo que dice la Palabra, sino que lo aceptan, lo creen, lo asimilan y se comprometen a practicarlo. Esos son los que dan fruto.
Son fructíferos los cristianos que oyen y entienden la Palabra de Dios, con lo que esta da fruto en ellos y en los demás. Simple y llanamente, los verdaderos cristianos llevan fruto.
A algunas personas, la Palabra de Dios les entra por un oído y les sale por el otro, sin llegar a echar raíces. Otras reciben el mensaje con entusiasmo y se emocionan durante un tiempo; pero cuando surgen dificultades o conflictos, esas pruebas ponen de manifiesto la superficialidad de su compromiso. Algunas abrazan el evangelio; pero gradualmente otros intereses lo relegan a un segundo plano[10]. En cada uno de esos tres casos, el resultado común es que no dan fruto.
Esos tipos de personas que no dan fruto, junto con las que sí lo dan, representaban originalmente al público que acudía a Jesús para oírlo hablar y enseñar. Eran grandes multitudes, a veces de miles de personas, que lo escuchaban y en ocasiones se quedaban varios días con Él[11]. Pero no todos aceptaban y creían Sus palabras, ni todos lo que lo oían y creían seguían adelante. Algunos luego se apartaban. No obstante, Jesús continuaba predicando y enseñando, incluso cuando algunos de Sus discípulos «volvieron atrás y ya no andaban con Él»[12].
Él anunció fielmente el mensaje, fueran cuales fueran los resultados, ejemplo que nosotros debemos seguir en nuestra testificación, enseñanza y formación de discípulos. No todas las personas a las que testifiquemos creerán, ni todas las que crean seguirán creciendo o permanecerán siquiera en la fe. Algunas se marchitarán, otras se distraerán con las preocupaciones de este mundo. Nuestra labor consiste en hacer lo posible por comunicarles el evangelio, por apacentarlas y atenderlas espiritualmente, por motivarlas a crecer. Ahora bien, los resultados que se produzcan en ellas dependen de sus propias decisiones y de su compromiso con su propio crecimiento espiritual.
Reflexionemos sobre esta parábola y sobre cómo podemos adaptar su mensaje a nuestro caso particular y nuestra fe. Quizás a veces nos comportamos como uno de esos tres suelos que no dan fruto. Es posible que en ocasiones seamos como el camino apisonado, ya que hemos perdido interés en la Palabra de Dios y no aceptamos nada de Él. En esos momentos, aunque Dios esté tratando de hablarnos, puede que Sus palabras no penetren en nuestro corazón ni surtan ningún efecto en nosotros debido a nuestro estado de ánimo poco receptivo.
Tal vez la alegría que sentíamos al principio de nuestra vida cristiana se ha desvanecido, y nuestra fe y compromiso se están marchitando, como la planta que creció en pedregales. O quizá las preocupaciones de esta vida, las cargas, los problemas, las dolencias físicas y otras causas de ansiedad nos han distraído. Tal vez la búsqueda de dinero —a causa de nuestra necesidad apremiante o porque estamos obsesionados con ganar más— está ahogando nuestra fe y nuestra capacidad de dar fruto, como los espinos.
Nosotros que nos esforzamos como discípulos por vivir conforme a las enseñanzas de Jesús debemos ser conscientes del estado en que se encuentra la tierra de nuestro corazón. De nosotros depende que nos aferremos a la Palabra de Dios y llevemos fruto con perseverancia, que sigamos siendo tierra buena, receptiva y fértil para poder dar fruto para el Señor según nuestros dones y llamamiento. Como dijo Jesús: «En esto es glorificado Mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis así Mis discípulos»[13].
Publicado por primera vez en marzo de 2016. Pasajes seleccionados y publicados de nuevo en abril de 2019. Leído por Miguel Newheart.
[1] Mateo 13:3–23.
[2] Mateo 13:18–19.
[3] Mateo 13:20–21.
[4] R. T. France, The Gospel of Matthew (Grand Rapids: Eerdmans, 2007), 520.
[5] Mateo 13:22.
[6] Leon Morris, The Gospel According to Matthew (Grand Rapids: Eerdmans, 1992), 347.
[7] Mateo 13:23.
[8] Marcos 4:20.
[9] Lucas 8:15.
[10] Craig S. Keener, The Gospel of Matthew: A Socio-Rhetorical Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 2009), 384.
[11] Mateo 15:32.
[12] Juan 6:66.
[13] Juan 15:8.
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