Vivir más a tono con Dios: Dominio propio
Peter Amsterdam
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«Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio.» 2 Timoteo 1:7[1]
En el capítulo cinco de la epístola a los Gálatas, el apóstol Pablo enumera nueve aspectos del fruto del Espíritu, partiendo por el amor y concluyendo con el dominio propio. Parte de la tarea de edificar el carácter cristiano es tener la capacidad de controlarnos y dominar nuestras emociones, deseos y sentimientos mediante el poder del Espíritu Santo. El concepto escritural del dominio propio implica que los seres humanos, como tales, poseemos deseos que es preciso controlar en vez de satisfacer, que existen ciertos impulsos ante los cuales debemos actuar con moderación o simplemente desestimar.
En el libro de los Proverbios leemos: «Como ciudad sin muralla y expuesta al peligro, así es quien no sabe dominar sus impulsos»[2]. En tiempos bíblicos, la principal defensa de una ciudad era la muralla que la rodeaba. Sin ese resguardo, no existía seguridad; y en caso de que existiera una muralla pero se abriera en ella una brecha, un enemigo podía introducirse en la ciudad y destruir hogares, saquear bienes y tomar cautivos a sus residentes. Asimismo, el dominio propio es la muralla que nos defiende espiritualmente de tentaciones pecaminosas. Nos ayuda a gobernar nuestros deseos, permanecer dentro de los límites que corresponden y evitar excesos.
El dominio propio tiene que ver con controlar nuestros actos físicos, apetitos y deseos, así como también nuestros pensamientos, emociones y lengua. En la epístola a Tito el apóstol Pablo escribió que la gracia de Dios nos enseña a «vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio»[3]. Cada uno de nosotros tiene en su mente y corazón elementos negativos con los que batalla, los cuales podemos limitar o refrenar por medio de la gracia de Dios y con la ayuda del Espíritu Santo, al igual que nuestra voluntad de ejercer autocontrol sobre ellos.
En el sentido en que se lo describe en la Escritura, el autocontrol puede definirse entonces como poseer la fortaleza interior de carácter que nos capacita para dominar nuestras pasiones y deseos, y al mismo tiempo para ejercer un buen juicio en lo tocante a nuestros pensamientos, emociones, actos y decisiones. El sano juicio nos permite determinar el modo de actuación acertado, la reacción adecuada ante una situación.
La fortaleza interior es necesaria para ayudarnos a efectuar lo que nuestro buen juicio nos indica que es mejor. Una cosa es saber qué hacer; otra muy distinta es tener la fortaleza interior para realizarlo, sobre todo cuando no tenemos ganas. El dominio propio consiste en el empleo de la fortaleza interior combinado con un buen criterio que nos posibilita pensar, hacer y decir las cosas que agradan a Dios[4].
Cuando observamos el mundo que Dios creó, vemos muchas cosas hermosas y espléndidas que disfrutamos; y efectivamente fueron concebidas para que las disfrutáramos. «Dios [...] nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos»[5]. La dificultad radica en que a causa del pecado tenemos tendencia a permitir que las cosas agradables que Dios ha creado cobren excesiva importancia, a tal punto que empiezan a dominarnos.
Existen cantidad de actividades que practicadas con moderación son perfectamente aceptables, pero que en exceso se tornan problemáticas. Beber alcohol, comer, practicar videojuegos o ver televisión son ejemplos de ello. Si nos sobreexcedemos en esas actividades al punto de que deriven en consecuencias poco saludables, o estén reñidas con los principios divinos, o lleguen a cobrar demasiada relevancia en nuestra vida, hemos consentido que actividades legítimas, relajantes y placenteras se descontrolen en perjuicio nuestro.
La autodisciplina también es necesaria cuando afrontamos cosas que debemos hacer, pero que se nos hacen difíciles. Por ejemplo, el ejercicio. Sabemos que el ejercicio ofrece muchos beneficios para la salud, nos tonifica el cuerpo y hasta nos hace sentir bien; no obstante, a muchos nos cuesta hacer ejercicio con regularidad. Otro ejemplo es apartar un tiempo fijo cada día para pasar con el Señor y Su Palabra. Sabemos que es preciso dedicar esos momentos a Dios y que beneficiarán nuestra relación con Él; así y todo, es difícil perseverar en ello. Hacer las cosas que sabemos que debemos es parte de ejercer autocontrol.
Resistirse a cosas que son perjudiciales para nosotros y otras personas es también parte del dominio propio. Por ejemplo, la ira y el habla indecorosa. Santiago catalogó la lengua de «un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal». Dijo: «Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.» (Santiago 3:8-10.) Se nos exhorta a ser cautos con nuestras palabras, a no dar rienda suelta a la boca con discursos insensatos.
La Escritura también reprueba el chisme[6]. Casi todas las versiones de la Biblia en castellano emplean el adjetivo chismoso o frases como el que anda en chismes, el que anda murmurando o el que no sabe guardar secretos. Todas estas expresiones tipifican a la persona que difunde chismes, traiciona la confianza y calumnia a la gente. También se nos advierte en contra de difamar a la gente, de hacer declaraciones falsas y maliciosas sobre ella, y de calumniarla y desprestigiarla[7]. Practicar el autocontrol sobre lo que decimos es crucial para adquirir una mayor semejanza con Cristo; por eso sería prudente que oráramos: «Señor, pon en mi boca un centinela que vigile a la puerta de mis labios»[8].
Como parte de ejercer dominio, también se nos pide que tengamos las riendas de nuestros pensamientos. Los actos son reflejo de lo que tiene lugar primero en nuestro pensamiento, las decisiones que tomamos, las conversaciones internas, los recuerdos y demás. Algunos autores cristianos denominan este proceso vida mental. Lo que acontece en nuestro pensamiento constituye la base de nuestros actos y palabras.
Jesús habló de lo que llevamos dentro: «Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona»[9].El vocablo griego traducido en este pasaje por la palabra corazón significa alma o mente en su condición de foco de las emociones, deseos, apetitos y pasiones, como también de la voluntad y el carácter. Bien reza el dicho: «El pensar es víspera del ejecutar». Ejercer autocontrol sobre nuestros pensamientos es fundamental para vivir en consonancia con Cristo.
Con frecuencia consentimos en nuestra mente lo que no consentiríamos en nuestros actos. El caso es que al dar cabida a esas cosas en nuestro pensamiento, corremos el riesgo de que se traduzcan en actos. Tener dominio propio en nuestra vida mental es un proceso que consta de dos partes: una es hacer lo más posible para evitar absorber lo impío o malsano; y la otra es renovar nuestra mente pensando en las cosas buenas.
«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad»[10].
Otro aspecto de la autodisciplina es mantener a raya ciertas emociones. La ira, la rabia, el resentimiento, la autocompasión y el rencor son todos ejemplos de emociones que pueden causarnos daño tanto a nosotros como a otras personas. Los arranques de ira son nocivos por dos razones: liberan una pasión desenfrenada y ajena a Dios y hieren a los que son objeto de nuestro enojo.
Quienes son incapaces de controlar su ira tienen tendencia a desfogarse con los demás. Generalmente se arrepienten luego de su exabrupto; sin embargo, la ira puede dejar una estela de heridas y quiebres relacionales difíciles de recomponer. El autocontrol quizá no llegue a evitar que te enojes, pero sí puede refrenarte de arremeter contra los demás y de herirlos. «El sabio domina su enojo»[11].
Otras emociones como el resentimiento, el rencor y la autocompasión no necesariamente afectan a los demás del mismo modo que la ira, aunque igual resultan perjudiciales para nosotros y nuestra relación con el Señor. Carcomen nuestra vida espiritual y son destructivas para nuestra salud espiritual. Contener nuestras emociones no es tarea fácil, pero cuando las consideramos dentro del marco de una vida de imitación a Cristo, comprendemos que el esfuerzo que hagamos por controlarlas es vital.
Vivir más a tono con Cristo significa dejar que el Espíritu de Dios ejerza pleno dominio sobre nuestra vida, incluida nuestra vida mental. Exige que nos rindamos al Señor en mente y en cuerpo, que alberguemos pensamientos sanos y actuemos como corresponde.
El camino para cultivar el autocontrol parte por reconocer que existen aspectos de nuestra vida en que no logramos dominarnos y que si tuviéramos más autodisciplina viviríamos en más estrecha armonía con la Palabra de Dios. El siguiente paso es presentar esa flaqueza al Señor en oración pidiéndole que nos transforme. De ahí acompañamos de acción esas oraciones practicando el dominio propio, ya sea negándonos a hacer aquellas cosas que sabemos que no debemos hacer o accediendo a hacer aquellas cosas que sabemos que debemos hacer.
El apóstol Pablo hizo la alegoría entre el dominio propio y el entrenamiento férreo al que se somete un atleta:
«Todo aquel que lucha se disciplina en todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible; nosotros, en cambio, para una incorruptible. Por eso yo corro así, no como a la ventura; peleo así, no como quien golpea al aire. Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer; no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser descalificado.»[12]
Cultivar el dominio propio es labor de toda una vida, un proceso en el que a veces avanzamos dos pasos y retrocedemos uno. Requiere oración a medida que nos empeñamos en modificar aspectos que no se avienen a la Palabra de Dios. No obstante, cuanto más adoptamos una actitud clara contra nuestro pecado, más se fortalece nuestra voluntad. Cuanto más procedemos a hacer cosas que son buenas, aunque a veces nos cueste, más fuerzas tendremos para seguir haciéndolas. Incrementar nuestro autocontrol ayuda a liberarnos de la tiranía de los excesos y nos habilita para ser más como Jesús.
Publicado por primera vez en junio de 2017. Texto adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2022. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] RVA-2015.
[2] Proverbios 25:28 (DHH).
[3] Tito 2:12 (NVI).
[4] Bridges, Jerry, En pos de la santidad (Unilit, 1995).
[5] 1 Timoteo 6:17.
[6] Proverbios 11:13; 20:19; 26:20.
[7] 1 Pedro 2:1.
[8] Salmo 141:3.
[9] Marcos 7:21–23.
[10] Filipenses 4:8.
[11] Proverbios 14:29.
[12] 1 Corintios 9:25–27.
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