Un puesto en la mesa del Padre
Peter Amsterdam
[A Place at the Father’s Table]
El capítulo 14 del evangelio de Lucas parte diciendo que en un sábado Jesús fue invitado a cenar a la casa de uno de los principales de los fariseos. Una vez allí —habiendo curado en el camino a un hombre enfermo de hidropesía— refirió una parábola.
Observando cómo los convidados escogían los primeros asientos a la mesa, les refirió una parábola, diciéndoles: «Cuando seas convidado por alguien a unas bodas no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: “Da lugar a éste”, y entonces tengas que ocupar avergonzado el último lugar». (Lucas 14:7–9).
En el mundo mediterráneo de la época de Jesús existían importantes protocolos en cuanto a quién ocupaba qué puesto durante las comidas, particularmente en los grandes acontecimientos como una fiesta de bodas. En esas ocasiones la categoría y el prestigio de las personas se veían reflejados según dónde se sentaban con respecto a la cabecera de la mesa. El hombre que era objeto de los mayores honores se ubicaba en la cabecera de la mesa y las demás personas de relevancia se sentaban bien cerca de él. En esos tiempos la condición y escala social y el debido protocolo tenían suma importancia; de ahí que deshonrar a alguien sentándolo en el puesto indebido en la mesa era extremadamente ofensivo y ultrajante.
Jesús notó que algunos de los asistentes a la cena pugnaban por escoger los puestos más honrosos en la mesa. Siendo judíos religiosos, seguramente conocían el proverbio que reza: «No te vanaglories delante del rey ni te entremetas en el lugar de los grandes; porque mejor es que se te diga: “Sube acá”, antes que seas humillado delante del noble» (Proverbios 25:6,7).
Al narrar esta parábola Jesús sacaba a relucir un principio similar. Al afanarse por ocupar un sitial de honor uno se expone a que llegue más tarde alguien de mayor categoría que tiene un motivo más sólido para reclamar ese puesto. Ningún anfitrión podría permitir que un invitado de honor ocupara un puesto de menor jerarquía, ya que sería una grave infracción de la etiqueta.
En tal caso, el único recurso sería que el anfitrión hablara con la persona que había ocupado el puesto de honor que no le correspondía y le indicara que se trasladara a un puesto de menor estima. Pero como los demás convidados ya estaban sentados, el único sitio accesible sería el más humilde. El presuntuoso que se sentó en el puesto de honor tendría entonces que levantarse y, delante de todos, caminar vergonzosamente hasta el puesto menos honroso.
Jesús dijo a Sus oyentes que debían proceder de modo contrario.
«Más bien, cuando seas convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces tendrás el reconocimiento de los que se sientan contigo a la mesa. Cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lucas 14:10,11).
Jesús sostuvo que es mejor tomar humildemente el puesto menos honroso, lo que puede dar pie a que el anfitrión te haga señas para que te sientes en uno mejor y de mayor honra. En lugar de terminar avergonzado por pretender exaltarse a sí mismo, uno acabaría recibiendo honores delante de los demás invitados.
Jesús demostró que la humildad es la mejor línea de conducta, enseñanza que también dejó en otros pasajes de los Evangelios cuando dijo: «El que entre ustedes quiera llegar a ser grande, será su servidor, y el que entre ustedes quiera ser el primero, será su siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir» (Mateo 20:26–28). Y: «Cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos» (Mateo 18:4).
Las enseñanzas de Jesús sobre la humildad también resuenan a lo largo del Nuevo Testamento, como: «Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. […] Humíllense delante del Señor, y Él los exaltará» (Santiago 4:6,10). Los apóstoles instaban así a los creyentes: «No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo» (Filipenses 2:3), y «Revístanse todos de humildad en su trato mutuo» (1 Pedro 5:5).
Habiendo descrito el caso del proverbial invitado que termina humillado en público porque eligió vanidosamente el mejor puesto, Jesús se dirige entonces al anfitrión de la cena que lo había invitado, diciendo:
«Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Cuando hagas banquete, llama a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos; y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos» (Lucas 14:12–14).
Dada la increíble importancia que tenía el prestigio social en la sociedad romana —que en aquella época incluía a Israel—, era costumbre invitar a las personas adecuadas a las cenas, con la expectativa de que actuarían con reciprocidad devolviendo la invitación en un futuro, costumbre que todavía se practica hoy en día. Jesús muy probablemente observó que el fariseo que ofrecía la cena y los asistentes estaban atrapados en ese ciclo de reciprocidad interesada.
Presentó, en cambio, un modo de actuar más a tono con Dios. En lugar de convidar a amigos, hermanos, parientes y a los acaudalados —de los cuales se esperaba que devolvieran el favor—, enseñó que los que nunca pudieran retribuírselo deberían ser invitados. En contraste con los cuatro grupos de personas de quienes se esperaría que correspondieran a la atención, Jesús enumeró cuatro grupos de gente necesitada: los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos.
Jesús señaló la senda de la hospitalidad sin expectativas de recibir ningún pago a cambio, que es un mejor camino que el sistema de reciprocidad compensatoria. La generosidad que brota del corazón, sin ningún otro móvil, agrada a Dios. Los que brindan esa generosidad —Jesús dijo— serán bendecidos y compensados en la otra vida, aunque dicha recompensa no es lo que los impulsa. Los actos de bondad y abnegación reflejan ante los demás el amor y misericordia de Jesús y son el fruto del amor que le profesamos.
Publicado por primera vez en julio de 2018. Adaptado y publicado de nuevo en noviembre de 2024.
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