Transformación que perdura
Deidra Riggs
Con frecuencia la intención de nuestros propósitos está arraigada en la creencia de que la persona que Dios creó en nosotros es insuficiente.
«Mi madre me dijo que le gustaba la idea del oeste, la frontera. De ir allí para comenzar de nuevo. A mí también me atraía la idea. En el oeste sería popular. Me volvería a inventar. Nadie sabría que en Michigan yo había sido una idiota. Y lo mejor, cursaría la secundaria en Fairview High School, donde una alumna llamada Holly había ganado el concurso para la portada de la revista Seventeen. Tenía la copia en mi cuarto arriba, guardada cuidadosamente en una pequeña biblioteca de habitación de adolescente.»
No me podría sentir más identificada con estas palabras de Susan Burton en un reciente capítulo de This American Life. Al mismo tiempo que Susan se estaba yendo de Michigan, yo me estaba mudando a Michigan. Mi papá había aceptado una promoción laboral que significaba que mi familia empacaría para mudarnos de una casita amarilla en una calle sin salida de la costa este a una zona suburbana en las afueras de Detroit.
Durante mi niñez me había mudado mucho, pero la mayoría de las mudanzas habían sido cuando era bebé —cuando mi papá todavía estaba en el ejército— por lo que no recordaba haber empacado, ni mudarme e iniciar una nueva vida en un nuevo lugar. Cuando a los diez años me dijeron que nos íbamos a mudar, no creo que supiera de verdad lo que eso significaba. O sea, sabía que tendría un nuevo dormitorio. Sabía que existía la posibilidad incluso de que me consiguieran un perrito. Pero lo que más me fascinaba era irme a un lugar donde nadie me conocía. Mi percepción me daba la posibilidad de volver a crearme conforme a la imagen que yo —a los diez años— consideraba la mejor.
¿Y quién podría culparme?
Desde el comienzo de los tiempos, nos hemos dado a la tarea de encargarnos de nuestra imagen, de nuestro destino y lugar en la vida. En el huerto del Edén, Adán y Eva fueron seducidos a optar por una alternativa al plan que Dios tenía en mente en lugar de por la mejor opción bondadosa de Dios. Cuando la serpiente los engatusó con promesas vacías y motivación engañosa, la neófita pareja —a pesar de que habían recibido la alegría de contar con una relación con Dios sin límites— cayó en la trampa de creer que eran insuficientes y que les faltaba algo más para que su mundo fuera ideal.
Comprensible. De hecho, cada año volvemos a la búsqueda de la «mejor versión de mí» cuando seguimos la costumbre de tomar resoluciones para el Año Nuevo. Los investigadores dicen que el 45 por ciento de los norteamericanos por lo general toman una determinación al comienzo del año nuevo, y otro 17 por ciento toma resoluciones de manera infrecuente. ¿Qué decidimos hacer (o no hacer)? Miren esta lista de las 10 principales resoluciones para 2015: Adelgazar, organizarme, gastar menos, ahorrar más, disfrutar al máximo la vida, mantener buen estado físico y de felicidad, aprender algo estimulante, dejar de fumar, ayudar a otros en sus sueños, enamorarme, convivir más con la familia.
No creo que ninguno rebatiría estas resoluciones, ¿verdad? No hay nada esencialmente nocivo en ninguno de los propósitos de la lista. Y hay muchas investigaciones que ofrecen sugerencias para cumplir con nuestros propósitos. Las cuales son especialmente útiles considerando que con el tiempo se hace cada más difícil llevarlos a la práctica. Seis meses después de iniciar el proceso de cumplir uno de los propósitos de la lista de arriba, solo el 46 por ciento de las personas continúan el proceso. La idea que tenemos de los cambios es mucho más fácil que lo que en realidad se requiere para cambiar.
Con lo que regreso a mi relato personal, y la mudanza de mi familia a Michigan. Cuando escuché que nos íbamos a mudar, estaba fascinada con la idea de un nuevo comenzar, con la oportunidad de ser una mejor versión de mí misma. Pero, cuando llegué a Michigan, si bien tenía un nuevo cuarto (el perrito no), yo era la misma. En mi corazón, la esencia de mi ser de siempre, está la persona que Dios creó en mí. Claro que con el tiempo he madurado, he aprendido a enfrentar las diferentes etapas de la vida, he cometido errores y he tenido éxitos. Pero la esencia de mi ser, soy yo. Y con los años he aprendido que el viejo adagio es cierto: Dondequiera que vayas, allí estás tú.
Eso no es totalmente negativo.
Muchas veces, nuestros intentos de tomar resoluciones, pasar página o labrar un nuevo sendero están arraigados en la creencia de que la persona que Dios creó en nosotros es insuficiente. No me refiero a la perfección. La Biblia nos enseña que la perfección viene solo de Jesucristo y Su muerte sustitutiva por nosotros. No somos perfectos. Pero la persona que Dios creó en nosotros es más que suficiente para que Él se goce en nosotros con cántico. Dios se deleita en ti. No está a la espera de que adelgaces unos kilos o dejes de fumar o cuides más tus recursos para amarte.
Cuando tenía diez años no era consciente de esto, y a veces se me olvida, después de todos estos años. Dios no quiere que sea una persona diferente; lo que Dios quiere es que sea más coherente con mi esencia. Y espera lo mismo de ti. Has sido diseñado de manera singular para impactar al mundo como solo tú lo puedes hacer. Nuestros intentos de cambiar algo en nosotros y en la forma en que vivimos deben estar guiados por Quien nos dio la vida, y no motivados por un falso sentido de adaptabilidad determinado por la cultura o nuestros vecinos o la gente que vemos en la televisión. Nuestra madurez y transformación deben ser resultado de la obra del Espíritu Santo en nosotros y no estar regidas por la portada de una revista o los eventos de un programa de televisión de 30 minutos.
Cuando celebramos la individualidad del ser que Dios creó en nosotros —científico, creativo, introspectivo, alocado, peculiar, reflexivo, extrovertido, compasivo y más— honramos al Creador. Y cuando le ofrecemos esa celebración a Dios, Él la acepta como una adoración. Cuando dejamos que Dios guíe las transformaciones en nuestra vida —por medio de Su palabra, a través de otros creyentes y mediante la obra del Espíritu Santo— la transformación es duradera, a pesar de lo que afirmen al respecto las investigaciones científicas más recientes.
En los próximos meses, iniciaré la transición hacia una nueva etapa de mi vida, alejada del Llamamiento Supremo. Si bien no conozco todos los detalles que me esperan, sé que Dios tiene un plan para esta etapa que se avecina. No necesito convertirme en alguien diferente para encajar en Su plan. Más bien, me apoyo en el profundo amor de Dios por mí (como soy), y confío en que me transformará como mejor le parezca, mediante mis experiencias, Su palabra y la obra del Espíritu Santo en mí, para hacerme más como Su hijo, Jesús. Y sin importar lo que sea que se avecine para ti, recuerda que eres suficiente, así como eres. Celebra la persona que Dios creó en ti y que eso sea adoración para Él. Déjalo. No debes hacer tanto esfuerzo para ser alguien que nunca debiste ser. Más bien, observa cómo Dios te transforma para Su gloria, y para bien.
© The High Calling y Theology of Work Project, Inc., 2014. Artículo escrito por Deidra Riggs.
http://www.thehighcalling.org/articles/essay/2016-resolutions-transformation-endures
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