Tesoros en el desierto
Steve Hearts
A lo largo de los años he aprendido que nuestro andar con el Señor es poco predecible. El terreno que atravesamos con Él puede variar de un día para otro. Desde luego que Él nos guía a través de muchos «delicados pastos», donde es imposible dudar de Su presencia y Sus bendiciones llueven en abundancia, donde el hambre y la sed son inexistentes y no nos falta nada. También hay desiertos y páramos que hacen que la vida parezca una gran sequía. Da la sensación de que el sendero es interminable. El terreno desértico y la desolación se extienden por kilómetros. El calor sofocante del sol nos azota sin piedad y su resplandor amenaza con cegarnos a la presencia de nuestro Hacedor y compañero constante. ¿Vale la pena continuar?, nos preguntamos.
Me ha ocurrido que de pronto un delicado pasto se convierte en un desierto estéril en un santiamén. Sin embargo, a pesar del tedio del viaje, puedo decir con valentía que los períodos en que anduve errante por el desierto han servido para enriquecer mi vida más que casi cualquier otro período.
Al experimentar uno de esos cambios abruptos, mi primera reacción fue preguntarme: ¿Qué pasó? ¿Cómo pude terminar en tal estado? Pero al hablar y leer los escritos de otros compañeros de viaje en el camino de la fe, me di cuenta, para mi alivio, de que experimentar episodios de aridez espiritual no es algo infrecuente.
Los síntomas de esta sequía varían según la persona. En mi caso, el entusiasmo y la pasión con que me dedicaba a la obra del Señor se apagó considerablemente. Esto se debió en parte a una aparente disminución de los progresos visibles realizados y los frutos tangibles. Sentí como si estuviera trabajando y trabajando sin llegar realmente a ningún lado. La presencia del Señor parecía distante y Su voz callada. Era una tarea tediosa solo poner un pie delante del otro.
En un esfuerzo por alejar mi corazón y mi mente de la autocompasión a la que casi sucumbí, comencé a pensar otra vez en mi vida y en todas las formas en las que el Señor se me había manifestado maravillosamente. Pensé en las muchas lecciones que había aprendido a lo largo de los años, que habían sido mis salvavidas.
Mientras lo hacía, recordé mi amor por la escritura, algo que había querido practicar durante años pero que había postergado. Sin pensarlo dos veces, me puse manos a la obra. Cuanto más escribía, más satisfecho me sentía. Escribir resultó ser sorprendentemente terapéutico para mi vida espiritual. Noté que me conecté nuevamente con Jesús porque me inspiró a escribir sobre más temas. Cuanto más escribía, más me acercaba a Él. Sé que si no hubiera sido por mi viaje por el desierto, que me puso de rodillas, nunca habría redescubierto, y mucho menos perseguido, el llamado que el Señor me dio como escritor. Este llamado realmente resultó ser mi tesoro en el desierto.
Me acuerdo de Juan el Bautista, quien también pasó algún tiempo en el desierto antes de su misión de preparar el camino para la venida del Señor[1]. Sin duda, a veces se cansó de «vagar por el desierto». Imagínese vivir con una dieta de «langostas y miel silvestre»[2]. Pero el tiempo que pasó en el desierto fue lo que lo preparó para cumplir con el llamado que Dios le había trazado.
Aunque todavía hay momentos en que paso por el desierto, sigo adelante, reconfortado por el hecho de que no estoy solo. Mi Hacedor y mejor Amigo camina a mi lado y me sirve de guía. Me consuela mucho la promesa: «Abriré un camino en el desierto y ríos en la tierra estéril»[3].
Las palabras del siguiente poema han cobrado vida a lo largo de mi viaje.
Mi verdadero amigo
A veces camino a Tu lado
y siento Tu suave presencia,
como una fragancia me impregna,
y las flores brillantes son bellas
a la huella de Tus pies,
y Tu voz llena mis oídos.
Te busco a tientas para encontrarte
y no veo ninguna señal terrenal,
mientras deambulo por un desierto
y mis gritos se encuentran con el silencio
desde el cielo implacable,
y no encuentro evidencia de Tu presencia.
A veces a través de verdes pastos,
entre sonrientes corrientes ondulantes,
a veces a través de potentes y grandiosos cañones,
a veces a través de áridos páramos
donde el calor disuelve mis sueños,
y me desmayo para agarrar Tu mano.
Sin embargo, estos pies seguirán caminando
en el camino en el que me has dirigido,
y este corazón seguirá confiando
y te conoceré más profundamente
cuando todos mis sentimientos se esfuman.
Aunque no te veo, eres Mi verdadero amigo[4].
Si te encuentras en un lugar desértico, no te desanimes. Persiste en la fe y descansa sabiendo que «el hombre que camina con Dios siempre llega a su destino». Además, tu viaje por el desierto puede llevarte a tesoros que no encontrarías en ningún otro lugar.
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