¿Te sientes afortunado?
Nina Kole
Acabo de ver un documental interesante de Derren Brown, un mago ilusionista y mentalista, que se titulaba El secreto de la suerte. Escogió al azar un pueblo que tenía la estatua de un perro en un parque, y dio inicio al rumor de que acariciar la cabeza del perro traía buena suerte. Enviaron un equipo de filmación para que siguiera a unos vecinos del pueblo que seleccionaron —un carnicero, el dueño de una tienda de juguetes, el dueño de un pub, y personas así— para determinar hasta dónde llegaría el rumor al hacer que ellos acariciaran la cabeza del perro. El equipo regresaba a entrevistar a esas personas después de una semana para averiguar si les había pasado algo bueno.
Prepararon algunos resultados de la «suerte» para ese grupo selecto, como por ejemplo que una señora les hiciera rellenar una «encuesta» sencilla dándoles un premio en efectivo por su ayuda. Enviaron también a cada persona una tarjeta para rascar, que sin importar cual opción rascaban se ganaban un premio importante.
Hasta prepararon a un comediante conocido para que apareciera con una llanta pinchada. Si los dueños de los pubs locales le ayudaban a cambiar la llanta, les regalaría un show en sus pubs garantizando así la asistencia de mucha gente para darles más negocio. Uno dijo que estaba muy ocupado y que fuera al taller. ¡El otro lo ayudó de inmediato y recogió los beneficios!
Lo que me pareció interesante fue que al comienzo del documental, algunas de las personas que fueron entrevistadas decían que no tenían buena suerte. Uno en particular dijo que nunca le había pasado nada bueno. Por su actitud hacia la vida, ni se detuvo a responder las preguntas de la encuesta, no rascó la tarjeta que le tocó, y cuando incluso pusieron dinero por donde iba caminando, no lo vio. Su pesimismo lo hacía perderse cosas buenas aun cuando estaban frente a sus ojos.
Algunos de los otros que fueron entrevistados por el equipo dijeron que les habían empezado a suceder muchas cosas buenas. Eso fue incluso antes de encontrarse con los resultados de la «suerte» que estaban preparados. Por ser estas personas optimistas por naturaleza, buscaban situaciones que fueran positivas, ¡y las encontraban!
Como cristianos podemos llevar este principio un paso más allá en lugar de simplemente procurar adoptar una actitud positiva, porque podemos confiar que el Señor nos acompaña y le interesa que estemos bien, y nos colma con Su bondad y misericordia incluso en medio de las dificultades que enfrentamos en la vida.
Claro que no es fácil ser optimista y tener fe siempre. En momentos de dificultad es posible que sintamos la tentación de dudar cuando nuestra fe es puesta a prueba, como le pasó al apóstol Pedro cuando Jesús le dijo que caminara sobre el agua. Lo hizo por un momento, pero cuando se levantó el viento le dio miedo y empezó a hundirse. De inmediato Jesús le tendió la mano y lo agarró. Le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?» (Mateo 14:29–31).
El optimismo te da fe para hacer cosas que pueden parecer locuras o muy aventureras, mientras que el pesimismo puede dirigir tus pensamientos a las razones por las que no se pueden hacer ciertas cosas, o no darán resultado o por las que fracasarás. A veces hasta no te permite intentarlo siquiera.
Cuando añades fe a la mezcla optimista, te ayuda a no abandonar cuando parece que las cosas no van bien. En el documental mencionado anteriormente, Derren Brown concluye: «La diferencia entre la gente afortunada y la desafortunada es sencillamente hasta qué punto aprovechan las oportunidades que les ofrece la vida.»
Un ejemplo estupendo de alguien que supo aprovechar las oportunidades de la vida fue Benjamín Franklin. Su tendencia era la de encontrar soluciones a los problemas para obtener mejores resultados. Vean los siguientes ejemplos:
Benjamín no veía bien y necesitaba gafas para leer. Se cansó de tener que quitárselas y ponérselas todo el tiempo, por lo que decidió encontrar una técnica que le permitiera ver tanto de lejos como de cerca. Tenía dos pares de gafas: uno para ver de lejos y otro para leer. Hizo que cortaran los cristales por la mitad y luego puso la mitad de cada cristal en una sola montura. Hoy se los conoce como lentes bifocales.
A las casas de sus amigos y vecinos les habían caído rayos durante tormentas eléctricas. También se incendiaban a veces porque las chimeneas no eran seguras. En lugar de pensar qué mala suerte o qué terrible, o simplemente desesperarse por ello, descubrió formas de proteger las casas. A la larga inventó el pararrayos y un sistema más seguro de calefacción llamado Franklin, y creó la primera compañía de seguros contra incendios.
Volviendo al documental: Me recordó también a Josué y Caleb de la Biblia. Formaron parte de un grupo de espías que Moisés envió a Canaán, la tierra que Dios había prometido a Su pueblo (Números 13:6, 8, 16).
Primero: era una tierra en la que fluía «leche y miel», que era una buena manera de decir que había frutas y verduras de un tamaño extraordinario. Los espías cortaron una rama de una viña y necesitaron dos hombres para cargar UN racimo de uvas para mostrárselo a todos (Números 13:23).
Segundo: Las ciudades eran enormes y estaban fortificadas, y los habitantes —los anaquitas— eran gigantes. Y no eran altos como los jugadores de baloncesto, los espías decían que al lado de ellos parecían langostas (Números 13:28, 33).
De modo que la mayoría de los hijos de Israel se fueron a dormir llorando y dijeron: «Preferiría haber muerto en Egipto o aquí en el desierto» (Números 14:1–3).
Caleb, sin embargo, hizo callar a su pueblo ante Moisés y dijo: «Subamos a conquistar esa tierra. Estoy seguro de que podremos hacerlo» (Números 13:30). Eso es lo que yo llamaría una actitud positiva y llena de fe. La mayoría se habrá sentido desafortunada porque la tierra que Dios les prometió estaba ocupada por gigantes, pero Caleb mantuvo sus ojos puestos en el premio —lo que ganarían si la conquistaban— y en las promesas de Dios, y se concentró solamente en eso.
Josué se unió diciendo, en pocas palabras: «La tierra que recorrimos y exploramos es increíblemente buena. Si el Señor se agrada de nosotros, nos hará entrar en ella. ¡Nos va a dar una tierra donde abundan la leche y la miel! Así que no se rebelen contra el Señor ni tengan miedo de la gente que habita en esa tierra, porque el Señor está de parte nuestra» (V. Números 14:7–9).
Luego los israelitas los querían apedrear y conseguirse un nuevo cabecilla que los llevara de vuelta a Egipto (Números 14:4). Al Señor no le gustó nada esa actitud y les dijo que por eso ninguno de la generación mayor vería la Tierra Prometida, a excepción de los dos espías que tenían fe en Dios y en Sus promesas: Josué y Caleb (Números 14:21–24).
¡Fueron los únicos de su generación a los que se les permitió vivir en la Tierra Prometida! Y por si no lo sabían, la palabra suerte se dice que proviene originalmente de un vocablo holandés antiguo que significa «felicidad y buena fortuna». Tener fe en Dios desde luego que les dio a Josué y Caleb una medida buena de felicidad y buena fortuna en esa situación.
Toda situación difícil o que nos pone a prueba es una oportunidad de manifestar fe en Dios y en Sus promesas y de confiar que Él hará que todo redunde para nuestro bien. (V. Romanos 8:28.)
Juan el amado dijo: «Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5:4).
A mi parecer, lo que comúnmente llamamos «suerte» es una combinación de varios factores:
- Responder de forma positiva a las oportunidades que se presentan, no rechazar puertas abiertas por pensar de forma negativa o por tener miedo al fracaso
- Tener fe en que Dios hará que todas las cosas redunden en bien, y por lo tanto no culpar a las circunstancias o a los demás cuando hay dificultades
- Trabajar arduamente y concentrarse
- No darse por vencido
Cuantas más oportunidades perseguimos con la orientación de Dios, más posibilidades hay de tener éxito. Cuanto más positivamente vemos las situaciones, mejor reaccionamos.
Cuanto más confiamos en el Señor, más aptos estamos para recibir Su orientación y guía para hacer cosas que parecen difíciles o imposibles.
Adaptado de Solo una cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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