Sé Jesús para alguien hoy
Recopilación
Oswald Golter fue un misionero en el norte de China en la década de los 40. Tras diez años sirviendo en China inició su viaje de regreso a casa. Su barco se detuvo en la India y mientras esperaba un transbordo vio a un grupo de refugiados que vivía en un depósito del muelle. Nadie los quería y estaban allí abandonados a su suerte. Golter fue a verlos y, como era época navideña, les deseó una feliz Navidad y les preguntó qué les gustaría de regalo para Navidad.
—No somos cristianos —dijeron—. No creemos en la Navidad.
—Lo sé —dijo el misionero—, pero ¿qué quieren para Navidad?
Y ellos describieron unos pasteles alemanes que les gustaban mucho, así que Oswald Golter devolvió su pasaje y con el dinero compró muchas canastas con pasteles, se las llevó a los refugiados y les deseó una feliz Navidad.
Posteriormente, cuando le contó el incidente a cierta clase, un estudiante dijo:
—Pero, señor, ¿por qué hizo eso por ellos? No eran cristianos. Ni siquiera creían en Jesús.
—Lo sé —contestó—, pero yo sí. Tomado de storiesforpreaching.com
Lo lejos que llega un poco de amor
En noviembre de 2003 estuve en Finlandia recaudando fondos. Allí conocí a Tino en un sombrío bar. Como en aquel momento no había clientes, pensé: «Perfecto», y empecé a presentarle mi labor voluntaria. Pero Tino me dijo con buenos modales que tenía muy poco dinero y no estaba interesado en comprar nada que yo quisiera venderle.
—Estoy sumido en una grave depresión. Varios amigos míos han muerto hace poco, todos por exceso de alcohol. Y a nadie le importó. Creo que yo podría ser el siguiente, y tengo miedo de que en mi caso ocurra lo mismo. ¿Se acordará alguien de mí?
Seguidamente me habló largo rato de sus desventuras. Me contó que bebía en exceso, que tenía cuantiosas deudas y que lo peor de todo era su depresión. Le pregunté si creía en Jesús y me respondió que no estaba seguro.
Oré en silencio: «Jesús, ayúdame a comunicar Tu amor y ofrecer soluciones a esta alma atribulada y perdida». Luego le dije a Tino que Jesús podía iluminar su vida.
—Él es la solución a todos tus problemas. La Biblia dice que Él es nuestro pronto auxilio en las tribulaciones, en toda dificultad —le aseguré.
Conversamos por más de una hora. Al ponerme en el lugar de aquel pobre hombre desesperado, me dio muchísima pena y se me llenaron los ojos de lágrimas, pensando cómo sería no conocer el amor incondicional y la paz interior que brinda Jesús.
En determinado momento me preguntó:
—¿Le dices estas cosas a todas las personas que conoces?
No —respondí—. Pero siempre que hablo con alguien de temas profundos rezo para que las palabras que salgan de mi boca provengan de Jesús, que sean lo que Él quiere decirle a la persona.
Para entonces, también a Tino se le estaban saltando las lágrimas. Comprendí que Jesús estaba hablándole al corazón e iluminando con un rayo de luz su mundo triste y sombrío.
Le tomé las manos y oré por él y para que aceptara a Jesús en su corazón.
Al cabo de dos años, volví a Finlandia y fui a ver a Tino. El Señor había obrado maravillas, pero no de la forma que esperábamos. Había perdido el bar y se había ido a trabajar de camarero en otro.
—Estoy mejor así —comentó, cosa que saltaba a la vista.
Parecía otra persona. Luego añadió con una sonrisa:
—Ahora tengo muchas menos preocupaciones y mucho más tiempo para disfrutar de la vida y estar con mi esposa y mis hijos.
Evidentemente, ya no era el hombre depresivo y huraño que había conocido yo dos años antes. Una pequeña muestra del amor de Dios había cambiado su vida. Angelina Leigh
Predicar con el ejemplo
El famoso evangelizador norteamericano Dwight L. Moody (1837–1899) dijo en cierta ocasión: «La prédica que más necesita este mundo son sermones con zapatos que caminen con Jesucristo». Algunos opinan que lo que Moody quiso decir es que para que la mayoría de las personas llegue a conocer el Evangelio es imperioso que alguien se lo transmita. Otros afirman que quiso decir que la mayoría de la gente se forma su opinión acerca del cristianismo por los ejemplos vivos que ve y no por las prédicas que oye. Es decir, que la vida de los cristianos es más elocuente que sus dichos. Es posible que haya querido decir ambas cosas, pues las dos son ciertas.
Es necesario anunciar el Evangelio a la gente y explicárselo; pero también hay que darle un ejemplo vivo del mismo. Solamente el Espíritu Santo puede obrar en el corazón de alguien y llevarlo a aceptar a Jesús y salvarse; pero la mayoría de las personas no entiende lo que Dios ofrece ni cree que pueda hacerse realidad en su vida si no ven cómo ha obrado ese mismo poder en la vida de otros.
«El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza»[1]. Es normal que alguien se sienta atraído al Espíritu de Dios cuando nota que somos amorosos, comprensivos, tiernos, amables, pacientes y considerados. Shannon Shayler
La diferencia es notable
Sucedió que un cristiano y un ateo caminaban por la calle hablando de Dios. El ateo, naturalmente, lo ridiculizaba, diciendo: «Si Dios existiera de verdad, habría alguna prueba de ello. Debería haber alguna diferencia entre nosotros que la gente pudiera percibir. Si es verdad que tú tienes a Dios y yo no, ese mendigo, por ejemplo, debería notarlo con solo mirarnos. Veamos a quién le pide limosna».
Cuando pasaron junto al mendigo, este extendió la mano por delante del ateo —que se encontraba más cerca de él— en dirección al otro hombre y le dijo: «Usted, caballero, que tiene a Dios reflejado en el rostro, ¿no me daría una limosna?»
Los demás tienen que ver a Jesús en nosotros. Es preciso que reflejemos la luz y el amor de Su Espíritu. Y para ello, tenemos que cultivar una estrecha relación con Él, amarlo constantemente y agradecerle toda Su bondad para con nosotros. David Brandt Berg
Un encuentro fortuito
Había una vez un muchachito que quería conocer a Dios. Sabía que el viaje hasta donde Dios vivía era muy largo, así que empacó su maleta con dulces y un paquete con seis bebidas de malta y emprendió el viaje.
Cuando hubo avanzado unas tres cuadras, se encontró con una anciana. Estaba sentada en un parque observando unas palomas. El niño se sentó a su lado y abrió su maleta. Al notar que la anciana tenía hambre, le ofreció un dulce. Ella lo aceptó agradecida y le sonrió. Su sonrisa era tan linda que el niño la quería ver nuevamente, así que le ofreció una bebida. ¡El niño estaba encantado! Estuvieron allí sentados toda la tarde comiendo y sonriendo, pero no dijeron una palabra.
Al oscurecer, el niño se levantó para irse, pero antes que hubiera avanzado unos pasos, se dio la vuelta, corrió hacia la anciana y la abrazó, y ella le dio una gran sonrisa.
Poco después, cuando el niño abrió la puerta de su casa, su madre quedó sorprendida por la mirada de alegría que había en su rostro. Ella le preguntó:
—¿Qué hiciste hoy que te puso tan feliz?
Y él le contestó:
—Almorcé con Dios y ¿sabes una cosa? ¡Ella tiene la sonrisa más hermosa que yo jamás haya visto!
Mientras tanto, la anciana también radiante de alegría, regresó a su casa. Su hijo estaba atónito ante la paz que ella irradiaba y le preguntó:
—Madre, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?
Y ella le respondió:
—Comí dulces en el parque con Dios —y antes que su hijo contestara, añadió—: ¿Sabes? Él es mucho más joven de lo que me imaginaba.
Con frecuencia subestimamos el poder que tienen una caricia, una sonrisa, una palabra amable, un oído atento o el más pequeño acto de cariño. Kathy Pinto[2]
Publicado en Áncora en enero de 2020.
[1] Gálatas 5:22–23.
[2] http://www.inspirationalarchive.com/3161/lunch-with-god/#ixzz2PiiQIeJJ.
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