Responder al llamado de anunciar el evangelio
Peter Amsterdam
En los días que transcurrieron entre Su resurrección y Su ascensión al Cielo, Lucas relata que se les apareció a Sus discípulos durante 40 días y les habló del reino de Dios. También les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperaran a recibir la promesa del Padre, que era la unción del Espíritu Santo[1]. Les dijo: «Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra»[2].
Las últimas instrucciones que dio a los que creían en Él fue que predicaran el evangelio, la buena nueva, en todo lugar, a todo el mundo; que enseñaran todo lo que habían aprendido de Él. Les dijo: «Como me envió el Padre, así también Yo os envío»[3], y esas instrucciones que dio a los que creían en Él en aquella época son también para nosotros.
Todos los cristianos tienen el deber de anunciar el evangelio, de ofrecer a los demás la oportunidad de aceptar a Jesús como su Salvador y de enseñarles a cultivar una relación personal con Dios. Jesús mismo nos manda comunicar el gran plan de salvación divino. La gente no suele abrazar la fe a menos que nosotros, los cristianos, le demos a conocer el evangelio. «¿Cómo pueden ellos invocarlo para que los salve si no creen en Él? ¿Y cómo pueden creer en Él si nunca han oído de Él? ¿Y cómo pueden oír de Él a menos que alguien se lo diga?»[4]
Las personas suelen enterarse del plan de salvación de Dios porque alguien les transmite el evangelio; y ese alguien que debe hacer eso somos todos nosotros, los que ya conocemos a Jesús. Cumplir la gran misión que nos encomendó el Señor requiere un esfuerzo continuo.
Sabemos que Dios quiere que comuniquemos el mensaje del evangelio; pero con frecuencia cada día está tan lleno de compromisos que tomarnos un rato para testificar a alguien puede algunas veces parecernos un desafío. Debemos tomar la decisión de darle prioridad. Debemos hacer un esfuerzo por descubrir o crear oportunidades de dar a conocer el evangelio.
En muchos casos, lo máximo que se logra en la testificación es preparar el terreno, sin llegar a plantar la semilla. Esa fase inicial es lo que se denomina a veces preevangelizar. La siguiente cita de Norman Geisler lo explica muy bien.
Si evangelizar es plantar las semillas del Evangelio, entonces preevangelizar es preparar el terreno en la mente y el corazón de las personas, a fin de que estén más dispuestas a escuchar la verdad[5]. […] En el mundo en que vivimos, es posible que tengamos que plantar muchas semillas espirituales durante un tiempo para conseguir que alguien reflexione seriamente sobre la persona de Cristo. Puede que tengamos que preparar el terreno para luego tener oportunidad de plantar una semilla. No se nos pide que llevemos a todas las personas a Cristo, sino simplemente que demos a conocer a Cristo a todas las personas[6].
Gran parte de nuestro contacto inicial con otras personas puede considerarse preevangelización; es cuando estamos descubriendo cómo son y conversando sobre diversos temas. A medida que crezcan la amistad y la confianza, la gente tenderá más a escuchar de buen grado lo que le digamos sobre Jesús y la salvación.
A veces las oportunidades de testificar surgen de forma espontánea, y conviene que estemos atentos a ellas; mas sucede con frecuencia que para comunicar a alguien el evangelio hay que crear deliberadamente la ocasión. Podemos quedar en encontrarnos con una persona en un momento y lugar que permitan tener una conversación profunda, creando una situación en la que la persona se sienta cómoda y así se preste a hablar de temas trascendentes. Eso puede darnos la oportunidad de hablar de temas espirituales y guiar la conversación hacia la cuestión de la salvación.
Por supuesto, no es que haya un único modo de comunicar el mensaje, ni un único ambiente en que se pueda hacer, pues en el mundo hay miles de millones de seres humanos de distinta nacionalidad, cosmovisión, intereses, gustos, idiosincrasias y personalidad. Si bien el evangelio es para todos, en cada caso la manera de transmitirlo que suscite la mejor reacción será distinta. Aunque todos tenemos el encargo de anunciar el evangelio y contamos con el poder del Espíritu Santo para hacerlo, no es que debamos usar todos los mismos métodos.
Todos nos hallamos en distintas circunstancias, así que las personas a las que testifiquemos y nuestra forma de hacerlo dependerán de nuestra situación y de lo que Dios nos indique. Pero en cualquier caso tenemos la certeza de que Él, que ama a la humanidad y «no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan»[7], se valdrá de nosotros, sean cuales sean nuestras circunstancias, para comunicar Su mensaje, si se lo permitimos.
La evangelización empieza con el compromiso de permitir que Dios se valga de nosotros como mensajeros. Dedicar deliberadamente tiempo a testificar, a fin de responder al llamado de Jesús de predicar el evangelio, puede ser un sacrificio; pero bien vale la pena por el fruto eterno que produce la testificación. Tener invitados para cenar, encontrarse con un colega para tomar un café, cultivar una relación con amigos no cristianos, visitar a los vecinos, entregar a alguien un folleto o alguna publicación, son cosas que solo ocurren si uno las prepara, si uno busca deliberadamente oportunidades de comunicar el evangelio.
Como hemos sido llamados a anunciar el evangelio sean cuales sean nuestras circunstancias, el Espíritu de Dios puede indicarnos una forma de hacerlo que se adapte a nuestra situación. Aunque no siempre puedas tener largas conversaciones con otros, puedes plantar semillas. Puedes darles un folleto. Puedes preguntarles si tienen alguna necesidad por la que tú podrías orar. Puedes tratarlos con amabilidad y decirles que Jesús los ama. Aunque no puedas hacer mucha testificación a fondo, puedes preparar el terreno en el corazón de las personas manifestándoles cuánto las ama Dios y cuánto se preocupa por ellas. Si le pedimos que nos ayude a testificar y que nos muestre qué método va a dar resultado en nuestras circunstancias, Él puede darnos ideas y oportunidades.
Si bien es el mensaje del evangelio —el amor de Dios y el sacrificio de Jesús— lo que en definitiva lo conduce a uno a la salvación, el que una persona quiera escuchar ese mensaje depende con frecuencia de nosotros. Como decía Dwight Moody: «Toda Biblia debe estar encuadernada en cuero de zapatos». Nosotros somos el evangelio en cuero de zapatos, la persona de contacto con el Espíritu Santo, el agente humano del poder divino[8]. El amor, la amabilidad, la ternura, la atención y el interés que la gente percibe en nosotros hacen que quiera escuchar lo que le decimos. Cuando dejamos que la luz y el calor del Espíritu de Dios emanen de nosotros, la gente siente el amor de Dios.
Por medio de nosotros, Jesús «manifiesta en todo lugar el olor de Su conocimiento, porque para Dios somos grato olor de Cristo entre los que se salvan»[9]. Para percibir ese olor, las personas tienen que entrar en contacto con nosotros. Cuando lo hacen, y ven y sienten nuestro amor, cuando les parece que pueden hablar con nosotros, hacernos preguntas y sincerarse, tenemos oportunidad de preparar el terreno respondiendo a sus preguntas, con la esperanza de plantar en su corazón la semilla del amor y la verdad de Dios.
Sucede con frecuencia que los demás se sienten atraídos a nosotros porque, aunque no lo sepan, estamos llenos del Espíritu, la luz y el amor de Dios. Pero si no llegamos a verbalizar lo que nos hace distintos, es posible que nunca lo descubran y que se pierdan la oportunidad de conocer el don de la salvación y la vida transformada que está a su disposición y que solo tienen que aceptar. A los cristianos se nos pide que hagamos espacio en nuestra vida, nuestro corazón y nuestra agenda para compartir con los demás la Palabra y la verdad de Dios.
Cristo llama a todos los cristianos a anunciar el evangelio. Tenemos a nuestro alrededor a personas que aún no han oído la magnífica noticia de que Dios las ama, de que envió a Su Hijo para que todos los que creyeran en Él pudieran renacer, salvarse y establecer una relación con Él. Es preciso que alguien les explique cómo pueden recibir el regalo de amor de Dios, de la salvación y de la verdad, que les enseñe a transformarse espiritualmente y las guíe en su desarrollo espiritual.
Todos andamos ocupados, pero la comunicación del evangelio a los que todavía no han recibido ese gran regalo debe permear todo el cristianismo. Como el Padre envió a Jesús, Jesús nos envía a nosotros. Hemos sido llamados, enviados y comisionados para anunciar el evangelio. Pídele que te muestre cómo, dónde, cuándo y a quién puedes comunicar tu fe. Recuerda que, sean cuales sean tus circunstancias, eres un discípulo enviado al mundo —tu ciudad, tu barrio, tu empresa, tu familia— con la misión de dar a conocer a Jesús a los que Él pone en tu camino.
Publicado por primera vez en junio de 2014. Adaptado y publicado de nuevo en noviembre de 2021.
[1] Hechos 1:4 (RVR 1995).
[2] Hechos 1:8 (RVR 1995).
[3] Juan 20:21 (RVR 1995).
[4] Romanos 10:14 (NTV).
[5] 1 Corintios 3:6 (RVR 1995).
[6] Norman y David Geisler, Conversational Evangelism (Eugene, EE. UU.: Harvest House Publishers, 2009), 22–23.
[7] 2 Pedro 3:9 (NVI).
[8] K. Hemphill, «Preaching and Evangelism», M. Duduit, ed., Handbook of Contemporary Preaching (Nashville, EE. UU.: Broadman Press, 1992), 525.
[9] 2 Corintios 2:14,15 (RVR 1995).
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