Relaciones primordiales
Peter Amsterdam
Un tema recurrente en mi vida y que ha salido a colación en conversaciones y correos que he intercambiado con otras personas es lo ocupados que estamos todos. La cantidad de cosas capaces de exigirnos tiempo puede llegar a ser sobrecogedora.
Lamentablemente, cuando hay mucho que hacer, no es poco común que releguemos cuestiones importantes, y que sean las que más se perjudiquen. Da pena reconocerlo, pero se trata de las cosas que consideramos que podemos descuidar temporalmente para ocuparnos de otras más urgentes. Pareciera algo extraño de la naturaleza humana que con frecuencia lo urgente desplace a lo importante. Muchas veces, eso que hacemos a un lado son nuestras principales relaciones. Los afanes y las preocupaciones de la vida cotidiana a menudo nos llevan a enfocarnos en asuntos que si bien son importantes, no son fundamentales para nuestra verdadera felicidad y realización en la vida.
Hace poco me di cuenta de que cada vez veía menos a un amigo muy querido. Siempre he disfrutado de su compañía, me he beneficiado de sus consejos prácticos y su compañerismo espiritual, y cuando estamos juntos me relajo verdaderamente. Sin embargo, y a pesar de los muchos beneficios que me reportan nuestros encuentros, me sorprendí a mí mismo postergándolos debido a mi trabajo y otras obligaciones. Hasta que por fin me di cuenta de que me hacían falta esos ratos con él, y que extrañaba nuestras discusiones animadas sobre temas ajenos al trabajo. Los extrañaba, y también lo extrañaba a él. Tomé la decisión de mantenerme en contacto y de reunirnos con cierta frecuencia, aun cuando no siempre resulte conveniente. Llegué a la conclusión de que nunca podré dar abasto con la cantidad de trabajo que hay, pero que es posible que no siempre tenga cerca a este amigo mío, y por lo tanto debo valorar los ratos que pasamos juntos.
A mi criterio, hay tres relaciones fundamentales que debemos cuidarnos de no relegar:
1. Por una parte, está la relación que tenemos con nosotros mismos. En el trajín de la vida a menudo nos descuidamos a nosotros mismos. Con tanto que hacer, no dormimos lo suficiente, nos excedemos en la ingesta de cafeína, y comemos de más o de menos, dependiendo de nuestra personalidad particular. Nos estresamos y nos preocupamos, lo cual nos hace daño tanto física como mentalmente. Relegamos cosas que nos benefician a largo plazo, como el ejercicio, prepararnos alimentos saludables y hacernos tiempo para el esparcimiento. Y todo eso lo sacrificamos por la conveniencia del momento, aun cuando tales descuidos a la larga nos perjudican.
Jesús nos mandó amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Si bien lo que destaca de su afirmación es que tenemos que amar a los demás, también da a entender que se supone que debemos amarnos a nosotros mismos.
Cuando uno ama a alguien, lo natural es que quiera cuidar a esa persona, protegerla y velar por ella. Uno se siente hasta cierto punto responsable por su bienestar. Pues es así justamente como se supone que deberías sentirte respecto a ti mismo; se supone que deberías quererte y cuidarte. Uno es responsable de velar por su propio bienestar físico, espiritual, mental y emocional; le hace falta el adecuado descanso, alejarse de a ratos del trabajo, hacer un alto en la rutina de trabajo y entretenerse con algo diferente, recrearse. Todo el mundo necesita tiempo para regenerarse, para dar un paso hacia atrás y separarse del trajín de la vida. Cuando lo hacemos, nos sentimos renovados. Cuando no lo hacemos, sufrimos las consecuencias.
2. También está la relación que tenemos con nuestros seres queridos. Me refiero a las personas más cercanas a nosotros: a nuestra pareja o compañero/a, a nuestros hijos, nuestros padres, nuestros amigos cercanos. Son ellas las personas que necesitan de nuestro amor, cuidados, atención y compañerismo, así como nosotros lo necesitamos de ellas. Son quienes integran nuestro equipo de toda la vida, un equipo que por ningún motivo debe descuidarse ni relegarse, por muy ocupados que estemos.
3. Y nuestra principal relación —la más importante, por supuesto, ya que es la relación que constituye la base para todas las demás— es la relación que tenemos con Dios. Como Él es quien nos creó y quien nos bendijo con la vida, con un propósito y con seres queridos, mantener una fuerte relación con Él es de vital importancia. Es en esta relación donde nutrimos nuestra espiritualidad, y donde crecemos en la fe, y en amor por los demás, y donde nos acercamos a Él y nos volvemos más como Él. Las cosas materiales y los logros pasarán, pero la relación que tenemos con el dador de la vida permanecerá por la eternidad.
Estar muy atareados es una realidad de nuestra vida cotidiana. La mayor parte del tiempo es algo con lo que simple y llanamente tenemos que lidiar. Sin embargo, para aguantar tenemos que proteger e invertir en nuestras relaciones más importantes, de modo que guardemos un equilibrio adecuado, vivamos en una atmósfera amorosa y nos renovemos espiritual e incluso físicamente. Para sentirnos realizados en la vida es preciso nutrir adecuadamente nuestras relaciones primordiales. Destinar tiempo, energías y concentración a nuestras relaciones primordiales —Dios, seres queridos y nuestra propia persona— es un compromiso y puede resultar un sacrificio. No es fácil, hay que admitirlo.
Si bien Dios merece nuestra prioridad absoluta, muchas veces el tiempo que dedicamos a comulgar con Él lamentablemente es lo primero de hacemos a un lado cuando nos vemos agobiados por la multitud de asuntos que requieren de nuestro tiempo y nuestra atención. Se supone que debemos amar a Dios con todo el corazón, el alma y la mente, con todas nuestras fuerzas y todo nuestro ser. Cuando comulgamos con Él con frecuencia y leemos y meditamos en Su Palabra, si oramos y expresamos nuestro amor por Él, fortalecemos nuestra relación con Él. Y de esa relación fortalecida derivamos el poder para construir y mantener nuestras otras relaciones importantes.
Como seres humanos que somos, hemos sido creados a semejanza de Dios. Él es un Ser trinitario: tres personas en una. Es una comunidad de seres queridos. Como portadores de Su imagen, también debemos participar y disfrutar de la comunidad de nuestros seres queridos, nuestra familia, amigos y compañeros en la fe. Fortalecer las conexiones con las personas a las que amas y que te aman a ti es importante.
Tu familia, tus amigos y aquellos con quienes te reúnes a orar y adorar son, sin excepción, importantes para tu bienestar. No deberías permitir que las fechas límite, las presiones y las responsabilidades, y los afanes de esta vida, por importantes que puedan ser o parecer, desplacen a las personas que amas. Puede ser todo un reto dedicarle suficiente tiempo a tus seres queridos, pero es fundamental para llevar una vida feliz y plena.
Ocuparte de ti mismo también es vital para sentirte satisfecho en la vida. Esto no es un llamado al egoísmo, es un llamado a cuidar como corresponde de la vida con que Dios te ha bendecido. Hay momentos en que tienes que protegerte a ti mismo, a menudo justamente de ti mismo, ya que para muchos es difícil decir que no al trabajo o a compromisos que bien podrían entrometerse con el tiempo que deberíamos consagrar a nuestras relaciones más importantes, y en particular al tiempo necesario para cuidarnos a nosotros mismos.
Alimentarse de manera saludable y hacer ejercicio tienen un rol importante en todo esto. Al igual que los hobbies o intereses que están fuera de sus responsabilidades diarias. Dedicar tiempo a nutrirse espiritualmente también es parte importante. Mantener relaciones saludables y hacer a un lado las que no lo son, rodearse de personas positivas y cultivar amistades en que haya una reciprocidad en el dar y el recibir son todas cosas que te ayudarán a desarrollarte de manera integral.
La vida está llena de quehaceres, de eso no cabe duda. Puede que no podamos cambiar esa realidad, sin embargo podremos llevarla mejor si nos comprometemos a dedicar el tiempo que corresponde a nuestras relaciones más importantes: A Dios, a nuestros seres queridos, y a nosotros mismos.
Artículo publicado por primera vez en abril de 2013. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2017.
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