Relación y unión con Dios
Recopilación
El Evangelio se centra en una relación con Dios. El nuestro es un Dios relacional que nos creó por la rebosante relación de amor que hay en la Trinidad. Su intención era que tuviéramos una relación perfecta con Él por la eternidad. La culminación de la narrativa cristiana es una fiesta de bodas, un matrimonio. Cristo es el novio y nosotros Su novia, la iglesia.
Cuando miramos al cielo, tal como Juan 14 lo describe de manera tan clara y hermosa, no buscamos un lugar, algún sitio lejano donde estaremos bien. Buscamos a alguien: a la persona de Dios y a la maravilla, satisfacción y gozo de una relación con Él.
La Biblia está llena de expresiones de la amorosa relación que nace del corazón de Dios hacia nosotros —como Padre, esposo y amigo— y va desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Cuando Adán y Eva le dieron la espalda a Dios en el Huerto del Edén, rebelándose contra Él, enseguida vemos el tono que se establece para el resto de los tiempos, pues la reacción de Dios no es un «¿Qué has hecho?», sino «¿Dónde estás?»[1] Y el resto del relato es acerca de Dios reconquistándonos, pagando Él mismo el precio, abriendo camino para que estemos con Él.
Es una gran historia de amor, una aventura épica de un amante en busca de Su prometida. Dios mismo cortejando y yendo al encuentro de la humanidad. Es una realidad impresionante que, por medio de la Palabra de Dios somos inundados por Su llamado a vivir en una relación con Él… 1 Juan 3:1 exclama con gozo: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él». ¡Y eso es lo que somos!
El énfasis bíblico trata de un Dios que se ha revelado a sí mismo por medio de la naturaleza, por medio de las Escrituras, y en última instancia por medio de la Palabra viviente, la persona de Jesucristo.
Jesús se dirige a Sus discípulos y les dice que conocerlo a Él, es conocer al Padre[2], y que conocerlo es la vida eterna[3]. Que Dios se haya revelado a sí mismo es parte fundamental de la teología cristiana y la base sobre la cual reposa nuestra seguridad. Es una de las verdades más profundas del mensaje cristiano, que aunque es posible que en ocasiones no sepamos lo que Dios está haciendo, ¡gracias a Dios lo conocemos a Él!
Lo que hace que esto sea todavía más maravilloso es saber que conocer al Señor no es simplemente una posibilidad abstracta, sino el propio deseo del corazón de Dios, tal como habla a través de Jeremías: «Les daré un corazón de carne para que sepan que Yo soy Dios. Ellos serán Mi pueblo y Yo seré su Dios, pues se volverán a Mí de todo corazón»[4]. Tanya Walker
Estar en Cristo
Nuestra unión con Cristo se ve captada en la sencilla frase preposicional «en Cristo», que utilizó Pablo, de una u otra forma, ciento sesenta y cuatro veces. Solo cuando estamos en Cristo somos escogidos, llamados, regenerados, justificados, santificados, redimidos, y se nos asegura la resurrección y se nos brinda toda bendición espiritual[5].
Esta unión con Cristo abarca tiempo y espacio, de modo que Pablo puede decir que el cristiano ha muerto con Cristo[6], ha resucitado con Cristo[7], ha ascendido con Cristo para compartir en Su reino en lugares celestiales[8], y está destinado a participar de la gloria venidera de Cristo con Él[9].
No es de sorprenderse que algunos consideren nuestra unión con Cristo uno de los mensajes centrales del Nuevo Testamento. El teólogo John Murray lo llamó: «La verdad central de toda la doctrina de salvación».
A.W. Pink dijo: «El tema de la unión espiritual es el más importante, el más profundo y más bendecido que ningún otro en las Sagradas Escrituras».
El catedrático de Cambridge B. F. Westcott escribió: «Una vez que comprendemos el significado de las palabras “estamos en Cristo”, sabremos que debajo de lo superficial de la vida hay profundidades que no logramos percibir, tanto como el misterio y la esperanza».
La unión con Cristo es esa realidad espiritual por la cual nosotros como creyentes nos unimos a nuestro Señor y lo que es cierto en Él, se hace real en nosotros. Esta unión espiritual es el medio por el cual se trasciende tiempo y espacio, y participamos de todos los beneficios de la obra de Jesús en la historia, a favor nuestro. Esto es clave en nuestra comprensión de quiénes somos como cristianos. Bill Kynes[10]
Una unión apasionada
La Biblia establece una analogía sobre la relación que existe entre Dios y Su pueblo —Cristo y Su Iglesia—, y la de un esposo y su esposa. Dice: «Tu marido es tu Hacedor; el Señor de los ejércitos es Su nombre»[11], y afirma que somos [esposa] «de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios»[12].
Entendemos que la metáfora conyugal empleada en la Biblia para describir la íntima relación espiritual entre Jesús y Su Iglesia tiene el objeto de representar la apasionada unión de corazón, mente y espíritu que Jesús procura tener con cada uno de Sus seguidores.
Muchos místicos, teólogos y especialistas en exégesis bíblica, como San Juan de la Cruz, Santa teresa de Jesús, John Wycliffe, el obispo Reynolds y Matthew Henry, coinciden en que el Cantar de los Cantares es una alegoría en la que el esposo representa a Jesús, y la sulamita, a la Iglesia, ilustrando la relación de amor que tiene el Señor con Su esposa.
En su Epístola a los Efesios, Pablo llama a esta relación de Cristo con la Iglesia «un gran misterio»[13].
La Biblia hace referencia en numerosas ocasiones a la profunda y perdurable relación que tiene Jesús con Su esposa, la Iglesia, también conocida como el «cuerpo de Cristo», del cual forman parte todos los verdaderos cristianos. «Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás al Señor»[14]. «Porque somos miembros de Su cuerpo. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia»[15].
El lenguaje nupcial es el más frecuentemente empleado en la Escritura, tanto en la antigua como en la neotestamentaria, para describir la relación que existe entre Dios y el hombre, entre el Señor e Israel, y entre Cristo y Su iglesia. La Escritura, desde luego, recurre a otras figuras: Dios nuestro padre, nuestro pastor, nuestro rey, nuestro sanador, nuestro salvador. «No obstante, la metáfora conyugal es la más frecuente, la medular y primaria de las empleadas en la Biblia»[16].
Celia Hahn, autora de temas religiosos, escribe: «Numerosas referencias del Nuevo Testamento en que la Iglesia figura como esposa de Cristo se hacen eco de imágenes [del Antiguo Testamento] en las que Israel encarna a la amada, si bien frecuentemente infiel, esposa de Dios».
El gran amor que Jesús, el Esposo divino, profesa a Su amada fue un tema al que el elogiado evangelizador inglés del siglo XIX Charles Spurgeon[17] hizo frecuentes alusiones. En un comentario sobre el pasaje de las Escrituras en que Dios dice a Su pueblo: «Yo soy vuestro esposo»[18], Spurgeon manifiesta:
Un vínculo matrimonial une a Cristo Jesús con Su pueblo. Enamorado de Su casta virgen, Su Iglesia, se deposa con ella. En la tierra ejerce todas las funciones afectivas que el marido debe a la mujer. El amor sumamente puro y ferviente del marido no es sino una tenue figura de la llama que arde en el corazón de Jesús. La adhesión mística de Cristo a la Iglesia, por la cual se separó de Su Padre y se hizo con ella una sola carne, supera toda unión de carácter humano.
En Su Palabra, Jesús nos invita: «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo daré descanso a vuestras almas»[19]. Si acudimos a Él en oración, reconociendo humildemente que necesitamos el amor de Dios, y le pedimos que entre en nuestra vida, lo hará al momento. «Si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré (tendré comunión) con él y él conmigo»[20].
Conocer a Jesús es amarlo, ya que «todo Él es codiciable»[21]. Una vez que gustes y veas que «es bueno el Señor»[22], conocerás «el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios»[23]. La Familia Internacional
Publicado en Áncora en marzo de 2020.
[1] Génesis 3:9.
[2] Juan 14:7.
[3] Juan 17:3.
[4] Jeremías 24:7.
[5] Efesios 1:4, 7; Romanos 6:5; 8:1; 2 Corintios 5:17; Efesios 1:3.
[6] Romanos 6:1–11; Gálatas 2:20.
[7] Efesios 2:5; Colosenses 3:1.
[8] Romanos 5:17; Efesios 2:6.
[9] Filipenses 3:20; 1 Juan 3:2.
[10] http://www.cslewisinstitute.org/webfm_send/480.
[11] Isaías 54:5.
[12] Romanos 7:4.
[13] Efesios 5:32.
[14] Oseas 2:19–20.
[15] Efesios 5:30–32.
[16] Charles A. Gallagher, George A. Maloney, Mary F. Rousseau y Paul F. Wilczak, Embodied in Love (New York: Crossroad Publishing Co., 1983), 117.
[17] 1834–1892.
[18] Jeremías 3:14.
[19] Mateo 11:28–30.
[20] Apocalipsis 3:20.
[21] Cantar de los cantares 5:16.
[22] Salmo 34:8.
[23] Efesios 3:19.
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