La virtud de la paciencia
William B. McGrath
La Biblia habla de la virtud de la paciencia y de sus recompensas; también contiene ejemplos de las lamentables consecuencias de la impaciencia. La tolerancia, la persistencia, el autodominio y la capacidad de ser amables con quienes quizá no lo han sido mucho con nosotros son cualidades relacionadas con la paciencia.
Hebreos 12:1,2 dice: «Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe». Ciertas traducciones más recientes emplean la palabra perseverancia o resistencia en vez de paciencia. La metáfora de la carrera alude a nuestra vida como cristianos. Dejamos de ser meros espectadores sentados en las gradas y nos lanzamos a una carrera de por vida, aspirando a vivir cerca de Dios. Jesús se convierte en nuestro entrenador y modelo. Como en el caso de un atleta que participe en una carrera, se requiere preparación, compromiso y concentración.
Parece que necesito que me recuerden casi a diario que debo aprender a ser más paciente. Son tantas las pequeñas tareas que me siento capaz de hacer y que se ven trastornadas o a las que tengo que dar carpetazo por alguna circunstancia imprevista. Una y otra vez, cuando me dispongo a hacer un mandado o emprender un trabajo, me topo con complicaciones que lo estropean todo y ponen a prueba mi paciencia. La lentitud del tráfico, las colas para realizar pequeñas operaciones comerciales, la búsqueda de un repuesto para el automóvil… la lista sería interminable. A veces me solicitan ayuda justo cuando estoy logrando ese progreso tan esperado que me parecía importantísimo.
Esas cosas me tientan a sentirme un poco impaciente y un poco resentido. Pero me pregunto si Dios se vale de ellas para formar mi carácter y enseñarme a dejar obrar la paciencia. ¿Será que Él tiene para mí metas distintas y más importantes que a mí fácilmente se me podrían pasar por alto y que yo no incluiría en mi lista? Está claro que Él considera necesario pulir mi carácter.
Espero aprender a tomarme estos contratiempos con calma e incluso verlos como recordatorios de que debo aceptar Sus planes y someterme a ellos más de buena gana. En efecto, ¿quién soy yo para considerarme con derecho a impacientarme y resentirme por los retrasos que Él permite, después de todo lo que Él ha hecho por mí? Sé que es un privilegio invitarlo a ser mi piloto en toda circunstancia. ¿Qué mejor que estar dispuesto a abandonar mis proyectos para asociarme a Él en los Suyos?
Tal vez esos pequeños retrasos me ayudan también a desarrollar un mayor grado de paciencia y me preparan para hacer frente a mayores adversidades, mayores sufrimientos o mayores pérdidas que solo Él sabe que vendrán en el futuro.
En el libro Poems with Power to Strengthen the Soul encontramos el poema Paciencia de Jesús, de Edward Denny:
¡Qué gracia, Señor, y qué belleza
irradiaban Tus pasos aquí abajo!
¡Qué amor paciente se vio
en toda Tu vida y trágica muerte!
Siempre de tu corazón abrumado
una carga de pesar pendía;
mas ni una palabra desapacible o murmuradora
brotó de tus labios mudos.
Frente al odio y las injurias de Tus adversarios
y la infidelidad de Tus amigos,
Tu corazón, aún no cansado de perdonar,
solo era capaz de amar.
Danos corazón para amar como Tú,
para llorar como Tú, Señor,
mucho más por los pecados ajenos
que por todas las ofensas que sufrimos.
Que todo ojo vea en nosotros,
Tus hermanos, contigo fundidos,
esa dulzura y gracia que nacen
de la unión, Señor, contigo.
Hay otra alusión bíblica a la paciencia en el capítulo 5 del libro de Santiago. Ahí se nos pide que tomemos como ejemplo la paciencia del propio Dios y la de todos los profetas, y en particular la de Job. Se nos pinta a Dios como un agricultor a cargo del campo de todas las almas que creó: «Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia y afirmad vuestros corazones, porque la venida del Señor se acerca»[1].
Luego se nos manda acordarnos de todos los profetas que hubo antes: «Tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en el nombre del Señor. En verdad, consideramos dichosos a los que perseveraron. Ustedes han oído hablar de la perseverancia de Job, y han visto lo que al final le dio el Señor. Es que el Señor es muy compasivo y misericordioso»[2]. Job no perdió la paciencia a pesar de las grandes pérdidas que sufrió y sus tremendos padecimientos. Es obvio que hubo momentos en que tuvo la tentación de impacientarse y resentirse, sobre todo al escuchar las conjeturas de sus consejeros. Con todo, al final salió adelante, conservó su fe en Dios y alabó a Dios en medio de sus pérdidas y sufrimientos[3]. No hay duda de que a Dios eso le agrada. Job obtuvo grandes recompensas[4].
En el libro Poems with Power to Strengthen the Soul hay una poesía sobre las personas como Job a las que Dios les permite sufrir una grave pérdida o perseverar a pesar de una dolencia oculta o penosa enfermedad; personas que tienen vida de mártires aunque no se les pida que mueran como mártires. Hay quienes sufren en este mundo y no ven premiada su paciencia en esta vida como Job. Pero siguen siendo pacientes y fieles, por lo que sin duda serán recompensados en la otra vida. La poesía se titula El noble ejército de mártires te alaba:
No solo aquellos que de la enconada lucha
salieron airosos, entregando de buen grado
lo que más valioso estimaban, la vida,
contentos de sufrirlo todo, Cristo, por Ti;
no solo aquellos cuyos pies firmemente pisaron
la senda que terminó en potro, espada o llama,
que aun previendo la muerte, fieles al Señor,
por Él soportaron dolor y oprobio;
no solo aquellos que ganaron el premio del mártir,
no solo de ellos procede el salmo eterno.
Otros mártires tiene la Tierra, en santa multitud;
nos cruzamos cada día con ellos sin reconocerlos;
por entre el agitado gentío con calma se mueven,
cargando una cruz oculta, ¡con qué paciencia!
No es la de ellos angustia repentina, veloz y aguda;
su alma se aja y desgasta con pequeñas cuitas,
tristezas cotidianas, embates de fuerzas invisibles;
problemas y males que los pillan desprevenidos;
su martirio es prolongado y silencioso;
por años lloran de cansancio, ansiando reposo.
Sollozan, mas no murmuran; es lo que Dios quiere,
y han aprendido a someterse a Sus designios;
aguantan no más, sabiendo que cada desgracia
no es sino presagio de una dicha futura;
bregan y sufren, pero tan calladamente
que ni los que mejor parecen conocerlos lo notan.
Fieles y constantes en largas adversidades,
laboran y aguardan a que Dios les dé descanso;
sin duda merecen, como los de tiempos antiguos,
rama de palma, corona y sumarse a sus aleluyas[5].
Desde luego no debemos hacer comparaciones, tratando de entender por qué unas personas parecen sufrir más que otras o cuánto sufrimiento soporta cada una. A nosotros solo nos corresponde llevar nuestra propia cruz, tomarnos de la mejor manera nuestras pérdidas y padecimientos y procurar tener una actitud positiva, permitiendo que la paciencia complete su obra en nosotros[6].
[1] Santiago 5:7,8 (RVR 95).
[2] Santiago 5:10,11 (NVI).
[3] V. Job 13:15.
[4] V. Job 42:12–17.
[5] Anónimo.
[6] V. Santiago 1:2–4.
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