Promesa de Año Nuevo: Su presencia inmutable
María Fontaine
A medida que pasamos la página del año que termina, prevemos que habrá cambios en el año que tenemos por delante. El mundo atraviesa un período de cambios monumentales, particularmente en los ámbitos tecnológico, económico, religioso, político, empresarial y medioambiental. El impacto de estas transformaciones se nota en los gobiernos, en las organizaciones, en las familias y en la vida de las personas.
Si bien es cierto que eso a veces resulta más evidente, reconocible y mensurable a principios de año, los cambios afectan continuamente todas las esferas de la sociedad. Muchos, desde dirigentes religiosos hasta gurúes de la productividad, desde asesores personales hasta figuras políticas, hacen hincapié en los beneficios de los cambios y ponen de relieve las virtudes de la flexibilidad.
Muchos de esos beneficios pueden tener su origen en nuestra visión de los cambios que nos afectan directamente, y de si decidimos adaptarnos a los cambios y hasta acogerlos con entusiasmo, o no hacerlo. Como suele suceder, nuestra actitud es un factor clave. Puede determinar si hacemos frente exitosamente a los cambios a pesar de las dificultades que pueda conllevar o si nos dejaremos vencer por el desaliento o la desesperación.
Cuesta creer que Dios nos manifieste Su amor por medio de circunstancias difíciles, y tener suficiente fe para aceptar que aun las situaciones penosas pueden dar lugar a algo bueno. No obstante, he llegado a la conclusión de que, si me esfuerzo por hacerlo, me sentiré más tranquila y en paz con los cambios o desafíos que enfrento.
A veces Dios no puede obrar en nuestra vida el bien que desea si no hemos atravesado primero algunas tempestades. Si tienes, pues, la impresión de que las olas rompen con fuerza a tu alrededor, confía en Él y ten fe en que sabe lo que hace. Él nos desea lo mejor de lo mejor, ni un ápice menos.
Independientemente de las tempestades que enfrentemos, la Palabra de Dios y nuestra relación con el Señor son los factores inmutables de nuestra vida de cristianos. En nuestra vida todo puede cambiar, nuestras circunstancias, estado de salud, relaciones, hogar, empleos, país de residencia, ministerio, pero Su Palabra nunca deja de guiarnos y de ser una presencia perdurable en nuestras vidas. Es nuestra ancla espiritual, nuestra brújula moral y espiritual, la sangre que nos da vida, nuestro gozo, nuestra paz, nuestra esperanza, nuestra motivación y nuestro consuelo. Su Palabra es la esencia de nuestra naturaleza, de nuestras creencias y nuestros valores, y nos sustenta a través de todos los retos que enfrentamos en la vida.
Tu vínculo con el Señor es un tesoro invaluable, la perla de mayor precio, algo de inmenso valor. Nadie puede trazar por ti el curso de tu vida y de tu fe, ni decirte con precisión la manera en que el Señor desea que operes y las decisiones que debas tomar en tu relación con Él. El Señor quiere acompañarte en tu vida personal de fe.
Cuando uno lee sobre la vida de los grandes misioneros como Adoniram Judson, William Carey, Mary Slessor, David Livingstone, Amy Carmichael, etc., y no la ve a través de los ojos de la fe, se podría llegar a la conclusión de que las cosas no les resultaron muy bien la mayor parte del tiempo. Sufrieron penurias increíbles, perdieron a seres queridos, a menudo les tocaba operar con muy poco dinero o recursos, se enfermaban y en muchos casos sufrían una soledad casi insoportable. Estuvieron dispuestos a soportar esas penurias porque eligieron confiar en Dios. Se sostuvieron «como viendo al invisible»[1].
Aunque ciertas cosas no te queden claras o te parezcan sin sentido, el Señor seguirá siendo tu pastor, te guiará a verdes pastos y aguas de reposo que refrescarán tu alma y te fortalecerán.
Si te da la impresión de que tu fe está en crisis, te animo a volver al fundamento, Jesús, y que te afirmes sobre la Roca Eterna. Pide al Señor que te hable y te dé las respuestas que buscas. Permite que el Espíritu Santo te guíe a toda la verdad e inspire consuelo y paz a tu corazón.
La fe sigue obteniéndose al oír la Palabra de Dios, y la exposición de Su palabra alumbra y hace entender[2]. Estos son principios eternos. Por eso, un buen propósito para el Año Nuevo es seguir fortaleciéndote y afirmando tu fe mediante la lectura de Su Palabra y al recibir Su inspiración, instrucción y guía para tu vida personal y relación con Él.
Cada año puede ser un año de progreso en el Espíritu, progreso en la testificación y progreso al acercarnos más a Jesús, si se lo encomendamos todo a Él. Su Palabra nos anima a hacer frente a cualquier tempestad, a aferrarnos a la esperanza por muy grandes, potentes o veloces que puedan parecer las olas. Si te aferras al Señor con fe, Él te sostendrá y te prosperará, y te llevará a salvo al destino que Él ha planeado para ti.
Imagínate, ¡el Señor nos ha dado Sus «preciosas y grandísimas promesas» para que por medio de ellas podamos ser participantes de la naturaleza divina![3]
A diario piensa en todos los regalos de amor que Él te da, ¡porque te ama! Te amó lo suficiente como para dar Su vida por ti. No te quita el ojo de encima. Conoce cada uno de tus pensamientos, no se le escapa ninguno de tus deseos, y siempre responde de la manera que Él sabe que dará mejor resultado y con lo que se cumplirá Su voluntad en tu vida.
Toda la gloria, el honor y la honra a quien en Su grandeza insondable gobierna el mundo con sabiduría y justicia, pero al mismo tiempo, con un amor sublime, pone en nosotros tanto cuidado como si fuésemos las únicas criaturas del universo: nos habla, nos escucha y nos toca manifestándonos compasión, ternura y misericordia.
¡El Señor nos colma cada día de beneficios![4] Y por nuestra parte, deberíamos estar motivados para hacer lo posible por compartirlos con otras personas, para que ellas también puedan participar de las infinitas riquezas del Señor.
En este nuevo año, propongámonos dar a conocer Su Palabra y verdad, no dejar de amar a las personas de modo que entren a Su reino, ¡y seguir alabando al Señor por Su bondad y obras excelentes!
Recopilado de los escritos de María Fontaine. Texto adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2020.
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