Permitirnos momentos de improductividad
Cómo el excesivo ajetreo puede echar a perder una vida
Kelly M. Kapic
Søren Kierkegaard, un teólogo danés del siglo diecinueve y crítico social, escribió en su diario: «La consecuencia de estar siempre ocupados es que rara vez se le permite a la persona ser compasiva». En esencia, sabemos que tiene razón. Estar ocupados incesantemente, corriendo de un lado a otro de prisa y retrasados, siempre tratando de hacer más de lo que el tiempo permite, sofoca la sensibilidad del corazón.
No obstante, me temo que muchos miembros de la iglesia, en especial los líderes, a menudo vivimos ocupados. Ocasionalmente prevenimos a los demás acerca del agotamiento y el estrés, pero nunca paramos, siempre andamos acosados por los clamores de lo que requiere nuestra atención y nos sentimos culpables de los proyectos inconclusos. Además, frecuentemente le pasamos nuestro estrés a los demás de maneras sutiles, pero destructivas. Como estamos excesivamente ajetreados, nos comportamos como si todos los demás también lo estuvieran. Si no lo están, podemos tildarlos de perezosos o negligentes.
¿Acaso nuestro problema es principalmente que no somos suficientemente productivos, o es que hemos permitido que nuestras expectativas poco realistas hayan distorsionado nuestra noción de la dedicación?
(Lean el artículo [en inglés] aquí.)
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