Pasar de muerte a vida
Tesoros
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[Passing from Death to Life]
El mundialmente célebre escritor y director de periódico Arthur Brisbane dibujó en una ocasión una multitud de orugas que se lamentaban mientras trasladaban un capullo vacío al lugar donde lo iban a enterrar. Las pobres y afligidas orugas, vestidas de luto, iban llorando y lamentándose por la compañera que habían perdido, pero al mismo tiempo, ¡una hermosa mariposa revoloteaba feliz por encima, libre para siempre de su cáscara terrenal! ¡Huelga decir que Brisbane estaba pensando en la mayoría de los funerales y se proponía comunicar la idea de que cuando nuestros seres queridos pasan a mejor vida, recordar únicamente el capullo prestándole toda la atención a los restos mortales mientras nos olvidamos de la hermosa mariposa de brillantes colores, refleja poca visión de futuro.
Eso es lo maravilloso cuando se tiene fe en Dios: No tenemos que llorar sin esperanza, con dolor inconsolable, cuando un ser querido se va a estar con el Señor. En 1 Tesalonicenses, el apóstol Pablo escribe: «Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza» (1 Tesalonicenses 4:13).
Como es natural, es triste despedirse de un ser querido, pero si tanto él como tú amaban a Jesús, sabes que lo volverás a ver. Y aunque le eches de menos, te puedes regocijar por él, porque sabes que por fin se ha librado de todas las penalidades y problemas del cuerpo terrenal, ¡y que ha pasado a una vida mucho mejor y un hogar eterno!
Durante el tiempo que estamos en la Tierra, debemos soportar la carga de nuestro cuerpo mortal; pero cuando se termina esta vida, ¡ya no tendremos ese peso! Será algo parecido a lo que experimentan los astronautas en ausencia de la gravedad. Ya no tendremos la carga de la carne y los problemas de la vida física. Habremos terminado este curso temporal de la vida en la Tierra y habremos pasado al reino celestial (2 Corintios 4:18).
La mayoría de la gente trata de huir de la muerte. No le gusta pensar en ella. Sin embargo, es algo que nos espera a todos tarde o temprano. La mayoría prefiere no pensar en ello y no hace el menor preparativo para la próxima vida. Claro que a la mayoría de las personas no les preocupa mucho la muerte cuando son jóvenes y les parece que les falta mucho todavía para morirse. Pero cuando uno se encuentra cara a cara con la muerte, sea debido a una enfermedad, accidente o la vejez, si no conoce en forma personal al Señor y Su plan de salvación, la perspectiva puede ser aterradora: ¡es lanzarse hacia lo desconocido!
La Biblia habla de los que toda la vida viven esclavizados por el temor a la muerte (Hebreos 2:14,15). El motivo por el que la mayoría de la gente teme la muerte es que no está preparada para morir, y tiene temor a lo desconocido. Pero si Jesús es tu guía, la muerte no es motivo de alarma ni de temor. Como eres cristiano, sabes sin sombra de duda a dónde vas —a casa, al Cielo para estar eternamente con el Señor— y no tienes nada que temer (1 Tesalonicenses 4:17).
Para un hijo de Dios que ha nacido de nuevo, la muerte no es ninguna pérdida, porque «el morir es ganancia» (Filipenses 1:21). «Estar ausente del cuerpo, y presente al Señor» (2 Corintios 5:8). ¡Se acabaron nuestros problemas! Puede que por un momento se sienta algo de dolor, a causa del cuerpo físico, ¡pero luego somos libres! Será una fantástica liberación a una nueva vida de alegría y paz.
Los cuerpos terrenales se cansan, se enferman, sufren daño, y nuestro corazón desfallece. Pero en el momento en que morimos, nos liberamos instantáneamente de las limitaciones de esta vida terrenal para llegar a la presencia eterna del Señor. Por eso el apóstol Pablo desafió sin temor a la muerte con las siguientes palabras: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» (1 Corintios 15:55). Jesús le quitó el aguijón. Tenemos que pasar por la muerte, pero ya no tiene aguijón. ¡Al pasar por el sepulcro, con la victoria! «¡Gracias a Dios! Él nos da la victoria sobre el pecado y la muerte por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Corintios 15:57). Gracias al Señor que para los cristianos, la muerte es una ida a casa, un alivio, una liberación; el día de nuestra coronación, con la corona de la vida que prometió a todos los que son fieles a Él (Apocalipsis 2:10; Santiago 1:12).
Para nosotros, el final del camino no será sino el comienzo. Nos reuniremos con nuestros seres queridos difuntos, encontraremos a nuestros amores perdidos y nos uniremos para siempre a ellos en una vida de amor y gozo que nunca terminará, con Dios y todas las personas que lo aman.
Qué palabras tan hermosas y alentadoras nos dirigió el Señor cuando dijo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en Mí no morirá jamás. Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré […] para que donde Yo esté, allí estén ustedes también» (Juan 11:25,26; 14:3).
Como dice este hermoso himno:
«El día vendrá y no habrá más dolor.
¡Adiós diremos a todo este pesar!
¡Pena no habrá ni muerte en el mañana!
¡El día vendrá, las sombras huirán!
¡Pequeña toda prueba se verá,
ligera la carga parecerá!
¡El gran pesar, cual sueño se pasó,
se olvidará cuando llegue el albor!»
En la otra vida, según la Palabra de Dios, tendremos cuerpos sobrenaturales, lo mismo que el Señor cuando resucitó. «El cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria» y «sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él» (Filipenses 3:21; 1 Juan 3:2).
Nuestro cuerpo físico, natural y decadente, volverá al polvo; y canjearemos nuestro modelo terrenal viejo y deteriorado por un modelo celestial totalmente nuevo. El apóstol Pablo habla de ello como un extraordinario misterio: «Así que les digo un misterio: no todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Pues la trompeta sonará y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad» (1 Corintios 15:51-53).
Perdón de la muerte
¡Al contrario de lo que piensan muchos en el mundo actual, Dios no es un cruel tirano ni un sádico que quiere asustar a todo el mundo para que vaya al infierno, ¡sino un Dios misericordioso que quiere llevar a todos al Cielo con amor! «Porque Dios es amor» (1 Juan 4:8). Quiere ayudar y salvar con Su amor a todas las personas que Él ha creado. Es más, precisamente para eso nos creó: para amarlo y disfrutar de Él por la toda la eternidad.
Lamentablemente, todos hemos sido egoístas, faltos de amor o desagradables con los demás, incluso con Dios. «Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). No nos merecemos ir al Cielo ni estar en la presencia de Dios. Pero dice la Biblia que aunque «la paga del pecado es muerte, […] la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23).
Recibir el regalo de la salvación, obsequio que nos hace Dios generosamente, es como recibir perdón de la culpa de nuestros pecados. Dios amó tanto a cada persona de este mundo que dio a Jesús para que muriera en nuestro lugar, para que recibiera el castigo por nuestro pecado (Juan 3:16). Si recibimos a Jesús y Su perdón por nuestro pecado y el regalo de la vida eterna, nunca moriremos en el sentido de la muerte espiritual, es decir, probar la angustia de estar separados de Dios al morir. «El que oye Mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida» (Juan 5:24).
Si todavía no has recibido a Jesús en tu corazón, puedes hacerlo rezando una oración como esta: «Señor Jesús, creo que Tú eres el Hijo de Dios y que diste la vida por mí. Te ruego que me perdones todos mis pecados. Te pido, Jesús, que entres en mi corazón y me des tu regalo de la vida eterna. Lléname del Espíritu Santo, y ayúdame a amarte a Ti y al prójimo hablándoles de Ti, de Tu amor y de Tu verdad. Te lo pido en el nombre de Jesús».
Si tienes a Jesús en tu corazón, has hecho los preparativos más importantes para tu vida, y también para tu muerte. Y cuando llegue tu hora, habrás terminado tu misión en este mundo y te habrás graduado a la otra vida, donde te aguarda una corona de vida eterna y gloriosa con Jesús y tus seres queridos por la eternidad. Los que conocemos a Jesús despertaremos en el reino celestial de Dios, donde no habrás más muerte ni duelo, ni llanto, ni pena, ¡sino paz, alegría y amor en la presencia de Dios eternamente!
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Texto adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2023. Leído por Gabriel García Valdivieso.
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