No hagas lo que Yo quiero
Recopilación
[Not My Will Be Done]
Jesús oró entre los olivos. Muchas veces había orado en «lugares desiertos» (Lucas 5:16), pero nunca había conocido una desolación como aquella. En aquel conocido huerto de la oración, Jesús consideró detenidamente la Copa del Padre que estaba a punto de tomar. Estaba aterrorizado. Su carne humana gritaba por escapar del tormento físico que pronto sufriría en la cruz. Y Su Espíritu Santo clamaba con pavor inefable al considerar la tortura espiritual mucho mayor que pronto sufriría al ser abandonado por Su Padre.
Era tanta Su aflicción al considerar aquel «bautismo» (Lucas 12:50), la misión específica para la que había venido al mundo (Juan 12:27), que gritó: «Padre, para ti todo es posible. Líbrame de esta copa, pero no hagas lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú» (Marcos 14:36).
Pero no hagas lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú. Doce palabras. Doce palabras insondables.
Dios [el Hijo], habiendo anhelado e incluso suplicado ser liberado de la voluntad de Dios, expresó en esas doce sencillas palabras una fe y obediencia sumisas a la voluntad divina que superaron toda la gloria de los cielos y la tierra combinados. […] Ningún otro ser humano ha sentido un deseo tan intenso de ser liberado de la voluntad de Dios. Y nunca ha demostrado otro ser humano una fe tan humilde y obediente a la voluntad del Padre. «Y habiendo sido perfeccionado (habiendo demostrado una confianza perfectamente obediente en Su Padre en todas las dimensiones posibles), vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen» (Hebreos 5:9). […]
Nadie entiende mejor que Dios lo difícil que puede ser para el ser humano acatar la voluntad divina. Y ningún humano ha sufrido más al someterse a la voluntad de Dios el Padre que Dios el Hijo. Cuando Jesús nos llama a obedecerle, sin importar el costo, no nos llama a hacer algo que Él no está dispuesto a hacer o que nunca ha hecho.
Por eso, Jesús es el «autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:2). Él es nuestro sumo sacerdote que entiende, mucho mejor que nosotros, lo que significa sufrir con obediencia, fidelidad y a veces con dolor momentáneo e insoportable la voluntad de Dios para alcanzar el gozo eterno puesto delante de nosotros (Hebreos 4:15, 12:2). Y ahora Él vive siempre para interceder por nosotros de manera que podamos soportar el dolor y abrazar el gozo eterno (Hebreos 7:25). […]
Si, con todo nuestro ser, deseamos que la voluntad de Dios se pudiera llevar a cabo de forma distinta a lo que parece ser, podemos orar de todo corazón junto a Jesús: «Padre, todas las cosas son posibles para Ti; aparta de Mí esta copa». Pero sólo si repetimos aquellas doce gloriosas y humildes palabras de Jesús: «Pero no hagas lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú».
Porque la voluntad de Dios, sin importar el dolor que produzca ahora, producirá en nosotros gozo inefable y glorioso y la salvación de nuestra alma (1 Pedro 1:8). Jon Bloom[1]
Doblegar nuestra voluntad
Creo que a veces omitimos la importancia de lo que transcurrió en el huerto de Getsemaní. Pero como está relacionado con nuestra redención, no podría ser más importante. Si el Calvario es la puerta a la salvación, Getsemaní es la bisagra. Fue allí, en aquel huerto, que el futuro eterno de la Humanidad pendía de un hilo. Fue allí donde se decidió nuestro destino. Toda la Historia dependió de aquel momento.
Donde Adán fracasó en el huerto del Edén, Jesús triunfó en el huerto de Getsemaní. Y la clave de la victoria de Cristo fue el secreto de Su vida entera, incorporada a aquellas doce inmortales palabras: «Pero no hagas lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú».
Los soldados romanos apresaron a Jesús y lo crucificaron, pero no pudieron tomar Su vida, porque Él ya la había entregado en Getsemaní. «Nadie me quita Mi vida —fue la confesión de Jesús—, sino que Yo de Mí mismo la pongo». ¡No se puede matar a alguien que ya está muerto! Es aquí donde encontramos otro gran secreto para descubrir la voluntad de Dios para nuestra vida: el secreto de doblegar nuestra voluntad.
Todo empieza reconociendo una verdad sencilla, pero muy significativa: lo que nosotros queremos y lo que Dios quiere pueden ser cosas distintas. Sabiendo eso, debemos garantizar que nuestra voluntad se mantiene siempre doblegada a la Suya. Muchas veces, las personas se emprenden el viaje para descubrir la voluntad de Dios, pero ya han decidido lo que ellos creen que Dios quiere que hagan. Y con frecuencia lo que realmente buscan es la validación divina de sus deseos y anhelos.
Si realmente quieres cumplir la voluntad de Dios en tu vida, no puedes limitarte a orar: «Que se haga Tu voluntad». Debes terminar la frase con: «No la mía». Daniel Kolenda[2]
Sus caminos son mejores
¿Alguna vez has sentido la agonía que procede de saber que Dios te está llamando a hacer algo que no quieres hacer? La verdad es que casi toda la Biblia nos llama a hacer cosas que no queremos. Pero sabemos que los caminos de Dios son mejores y por eso confiamos en Él. Si alguna vez te has sentido así, no eres el único. Muchos personajes de la Biblia se resistieron a confiar en Dios. El mayor de ellos: Jesús.
Antes de morir en la cruz por los pecados del mundo —incluyendo los tuyos y los míos—, Jesús fue a uno de sus lugares preferidos de oración en el huerto de Getsemaní, cruzando el arroyo de Cedrón. Fue en esos momentos de oración que leemos que Jesús oró: «Padre mío, si es posible, no me dejes tomar esta copa. Sin embargo, no hagas lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú» (Mateo 26:39). Pero no omitamos un aspecto significativo: Jesús se encontraba en agonía al pensar en lo que vendría y en lo que tendría que hacer. […]
Mateo 26:37 dice que Él «comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera». Marcos 14:33 asegura que Jesús «comenzó a entristecerse y a angustiarse». Y Lucas relata que apareció un ángel para consolar a Jesús, pero que Él estaba en agonía, tanto así que Su sudor caía al suelo como gotas de sangre. (Cabe agregar que algunos manuscritos no incluyen el pasaje Lucas 22:43-44.) La cuestión es que Jesús estaba sufriendo lo indecible y que incluso le preguntó a Dios si había alguna otra manera.
Sin embargo, estaba decidido a llevar a cabo la voluntad del Padre, sin importar lo que fuera. […] Y la voluntad del Padre era que Jesús muriera bajo el peso aplastante del pecado del mundo para que Dios y el hombre pudieran reconciliarse.
En ocasiones sentimos tristeza y angustia al tener que cumplir la voluntad del Padre. Nos preocupamos e inquietamos. Nos resistimos. Pero al final, tenemos que decir: «No hagas lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú». […]
Es posible que te estés resistiendo a confiar en que los caminos de Jesús son mejores que los del mundo. […] No sufras, pero si estás sufriendo, confía en Dios. Sus caminos siempre son mejores. Bryan Catherman[3]
Sentirse inspirado a hacer la voluntad de Dios
Todos tenemos ciertas obligaciones y deberes que el Señor nos pide que cumplamos, tanto si nos sentimos inspirados a hacerlos como si no. La misma oración —nuestra comunión con el Señor— es algo que el Señor cuenta con que la pongamos en práctica, y nosotros sabemos que debemos hacerlo. Dar testimonio y representar el amor del Señor para los demás es otra obligación y responsabilidad importante.
No siempre estamos inspirados y llenos de entusiasmo por salir a testificar, atender a los demás o pasar tiempo con el Señor, o incluso por orar. Pero no podemos esperar a sentirnos inspirados para cumplir los deberes que tengamos. No podemos guiarnos por lo que sentimos, ni basar nuestra vida en ello, sino que la voluntad de Dios debe ser nuestra guía.
Sentirse inspirado, tener ganas, es una motivación que va y viene. La motivación a la que debemos atenernos es la realidad, no lo que sintamos; la realidad de que la Palabra de Dios nos dice que hagamos ciertas cosas que nos ayudarán en nuestra relación espiritual con el Señor, o que ayudarán a los demás. Si hay algo que nos puede incentivar de forma segura y constante, son los hechos en la Palabra de Dios que describen Su voluntad para nosotros. Cuando sabemos que una cosa es la voluntad de Dios para nosotros, ya sea que tengamos ganas o no, limitémonos a obedecerle y hacer esa cosa por fe, como para el Señor, y Él nos bendecirá por ello.
Si los grandes hombres de Dios que figuran en la Biblia hubieran obedecido la voluntad de Dios únicamente cuando tenían ganas, jamás habrían logrado nada por Él. Es indudable que Moisés no se sintió inspirado de presentarle su caso al faraón y sacar al pueblo judío de Egipto. Ni tampoco los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel o Daniel sintieron ganas de hacer las cosas difíciles y peligrosas que Dios les mandó hacer. Es más, ¡la mayoría discutieron con el Señor diciéndole que se había equivocado de hombre y tenía que buscarse a otro para la tarea!
Sabemos que Jesús no sintió ganas de morir en la cruz por los pecados del mundo, y hasta le suplicó a Su Padre, diciendo: «Si es posible, pase de Mí esta copa». De todos modos, la idea principal fue Su declaración: «Pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieres».
Cuando sabemos que el Señor quiere que hagamos una cosa, aunque no sintamos muchas ganas, debemos hacerla con fe y confiando en Él. Él sufrió y murió para redimirnos, por tanto, estamos en deuda con Él. Somos Sus siervos, a quienes Él ha comprado con Su sangre.
«Pues ustedes saben que Dios pagó un rescate para salvarlos de la vida vacía que heredaron de sus antepasados. No fue pagado con oro ni plata, los cuales pierden su valor, sino que fue con la preciosa sangre de Cristo» (1 Pedro 1:18-19). María Fontaine
Publicado en Áncora en abril de 2024.
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