Los dones «perfeccionadores» de Dios
Phillip Martin
Hoy pensé algo interesante. Durante mis devociones, leí un pasaje de Streams in the Dessert de un santo de Dios de antaño, Maltbie Davenport Babcock, sobre este versículo de Santiago 1: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación»[1]. Aquello provocó algo en mi interior que me hizo investigar más a fondo.
Lo primero que me llamó la atención como algo en lo que valía la pena profundizar fue cuando Babcock compartió la idea de que «toda buena dádiva de Dios es un don “perfeccionador”». Esa palabra «perfeccionador» se me hizo intrigante. Seguí leyendo: «…tanto como un don sin defectos, un don que es completo en todo sentido, un don que es firme y perfecto.»
«Toda buena dádiva y todo don perfeccionador desciende de lo alto». Antes cuando leía este pasaje solía pensar que toda buena dádiva y todo don perfecto se refería a lo mismo, o por deducción simple que bueno y perfecto eran sinónimos. Por lo tanto mi tendencia era pensar que si algo era «bueno» provenía de Dios y que cuando las cosas iban «mal» no debían ser de Dios. No veía a esos dones perfectos como perfeccionadores.
Sin embargo, ahora empecé a ver los dones perfeccionadores de Dios a través del microscopio de Romanos 8:28: «Todas las cosas ayudan a bien». Y Juan 15:2: «Toda rama que en Mí no da fruto, la corta». Y Hebreos 12:6: «Pues el Señor disciplina a los que ama y castiga a todo el que recibe como hijo». Se encendió la luz, y para parafrasear a Pablo: «Antes, mi hombre natural no podía recibir las cosas del Espíritu de Dios, porque me parecían necedad; ni las podía entender, porque se disciernen en el espíritu»[2]. Sentí que estaba empezando a captar «la mente de Cristo» sobre el asunto y a ver las cosas como Él las ve.
Entonces, ¿qué es lo que hacen por nosotros o para nosotros estos dones perfeccionadores de Dios? Pablo dijo: «Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento»[3]. ¿De qué se trata esa gloria eterna que quiere que tengamos?
Babcock explica:
«Nuestro carácter vale todo lo que cuesta formarlo, y como Dios no cesa ni cambia de idea en cuanto a nuestro desarrollo personal, la negación o prueba que lo hace posible es una herramienta de Su propósito invariable tanto como el don que nos hace reír de alegría.
»Las circunstancias no forman nuestra personalidad. Nuestro carácter más noble puede surgir de las peores circunstancias, y los fracasos morales de las mejores. Allí donde te encuentres, acepta las circunstancias actuales como herramientas y aprovéchalas para la gloria de Dios para que contribuyas a la venida de Su reino. El Maestro se valdrá de las experiencias de la vida para tallarte y pulirte a fin de que un día reflejes un alma conforme a Su semejanza.»
A través de estos «dones perfeccionadores» Dios nos transforma, cambiando rasgos de nuestra personalidad «conforme a la imagen y semejanza de Su Hijo», y como dijo Pablo en 2 Corintios 3:18: «Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a Su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.» Dios quiere que nuestro carácter sea un reflejo del carácter de Su Hijo. Cuando utiliza el cincel y la lija y nos frota, pule, purifica, moldea, rompe, hace y rehace, lo hace con un solo propósito. Es para que cuando la gente nos conozca, vea un reflejo de la imagen de Su Hijo.
J. R. Miller lo expresó así:
«La palabra «carácter» es sugestiva en su etimología. En su raíz idiomática significa rascar, grabar, cortar surcos. Luego deriva a grabar o cortar cualquier cosa. Por lo tanto, en la vida, es lo que produce cortes y surcos en el alma… Es como un papel en blanco sin nada escrito; o como una tabla de mármol en la que el escultor todavía no ha cortado nada; o la tela en espera de los trazos del pintor. El carácter se forma con los años. Es la escritura, la canción, el relato expresado en el papel. Son los grabados, la escultura que recibe el mármol con el cincel. Es la imagen que el artista pinta en la tela. El carácter final es lo que la persona es cuando ha vivido todos sus años terrenales. Para el cristiano son las líneas de la semejanza a Cristo dibujadas —a veces con surcos y cicatrices— en el alma por el Espíritu divino mediante la gracia y las experiencias de su propia vida».
Y ahora la segunda parte de Santiago 1:17: «…desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.» Babcock escribió:
«La palabra “variación” es paralaje, y significa variación aparente al cambiar la posición del observador. “Pero a eso me refiero”, dirán. “Dios ha cambiado con respecto a mí. Antes no me trataba así; fíjate en mis alegres días de juventud, mis brotes y mis flores gloriosos, y ahora mi abundancia desapareció, mi exuberancia no existe; mis ramas sangran por Su cuchilla”. Pero Dios nunca ha cambiado su forma de vernos ni lo que piensa de nosotros. Es la misma que expresó hace 2500 años a través de Jeremías: “Porque Yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza”.»[4]
Luego, como para concluir este pensamiento sobre los dones perfeccionadores de Dios que ayudan para bien, Babcock dice:
«Querido corazón: cada don de Dios es un don perfeccionador. El arado, la rastra y la podadora son dones al igual que lo son el sol y la lluvia. Las uvas son mejores que las abundantes hojas y las enredaderas de las viñas. Y no serían más que eso si no hubiera una poda.
»El corazón puede exclamar en la oscuridad: “Los dones de Dios no han sido nada buenos ni perfectos para mí. Más bien me ha robado la salud, la esperanza y a mis seres queridos. La fe es una burla, y la providencia un sueño de necios”. Estimado sufridor, vuelve a leer el texto: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. ¿No son maravillosas estas palabras?
»Las sombras de tu vida no vinieron porque Él te dio la espalda, sino porque tú se la diste a Él. Dios nunca ha cambiado su postura amorosa hacia ti, y nunca aparece una sombra porque Él se haya dado la vuelta. Toda buena dádiva y todo don perfeccionador desciende de lo alto. Algún día el oro agradecerá el crisol, el acero el horno de dolor, los racimos púrpuras el cuchillo que los cortó.»[5]
Para terminar, concluyo con un pasaje de uno de los Salmos de David que hoy tiene mucho más sentido para mí que nunca.
El Señor cumplirá en mí Su propósito. Tu gran amor, Señor, perdura para siempre; no abandones la obra de Tus manos. Salmos 138:8
[1] Santiago 1:17.
[2] 1 Corintios 2:14.
[3] 2 Corintios 4:17.
[4] Jeremías 29:11 NVI
[5] De Thoughts for Every Day Living, de Maltbie Davenport Babcock’s en Streams in the Desert.
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