Las buenas nuevas en una cultura del consumismo
Recopilación
En un libro perspicaz titulado Life: The Movie. El autor, Neal Gabler, afirma que el entretenimiento ha conquistado la realidad. La vida entera se ha convertido en un escenario, y el camino hacia el éxito pasa por llegar a ser una celebridad. Gabler señala que pasamos la vida comprando según las imágenes e ideales que tenemos, mientras tratamos de moldearnos para nuestra actuación.
El empleo constante de celebridades para lucir colecciones de ropa, artículos deportivos y cosméticos nos dice sutilmente que si somos dueños de esos artículos, también podemos ser como nuestros héroes. De forma estratégica somos convencidos de que no solo tenemos que observar a los ricos y famosos; podemos llegar a ser como ellos. La democratización del crédito y la disponibilidad y fácil acceso a los artículos garantiza nuestra capacidad de desempeñar la parte o partes que elegimos.
Abundan los recursos prácticos. En las opciones de crédito y financiamiento se pregunta sin rodeos: «¿Por qué esperar?» En otros tiempos, las personas se planteaban si de verdad podían permitirse esas cosas, y tal vez tenían que esperar mientras ahorraban. En muchos casos, era considerable el tiempo entre ver y tener, pero ya no. Son claros los mensajes que nos dicen que podemos tenerlo si lo queremos, y que podemos tenerlo ahora. Claro, llega con un precio enorme en términos de una deuda mayor y de ansiedad. […]
¿Lo fundamental es ganar dinero a toda costa? ¿En realidad la felicidad es conseguir lo que se quiere y cuando se quiere? Tal vez es momento de reconocer que la vida es mucho más que esas ideas triviales y que sin embargo también son potentes. Tal vez es el momento de llamar la atención, de insistir en que la verdadera vida es mucho más matizada, enfocada y global que lo que tienen que ofrecer los profetas del materialismo.
La alternativa, el punto de vista cristiano, es que somos los productos de un Creador personal, amoroso, y que nuestra vida, oportunidades y recursos son regalos que hemos recibido. Interactuamos con la naturaleza y el mundo material, vemos a Dios en ello; pero en nuestra naturaleza también tenemos otras dimensiones. El salmista lo explica de una manera que gran parte del mundo rechaza: La Tierra está llena de la gloria de Dios. Debido a que hemos sido creados por Dios y para Dios, nuestra máxima gloria —nuestro salto a la fama— se encuentra en Dios.
Las pretensiones del mundo son muchas, las seducciones son inmensas y las atracciones son potentes. Sin embargo, en un mundo de deseos invasivos, de exigencias indiscretas, y de complacencia agitada, se escucha otra voz: «¡Vengan a Mí todos los que están cansados y agobiados, y Yo les daré descanso!» (Mateo 11:28, BLPH). La respuesta no está en un producto, sino en una Persona viviente. Stuart McAllister
Transmitir el mensaje en la cultura contemporánea
Por ser cristianos tenemos la tarea de difundir al mundo de la actualidad las buenas nuevas, el Evangelio, el mensaje del amor y la salvación de Dios. Para poder hacerlo de una manera con la que se puedan identificar las personas, es importante que comprendamos los cambios de fondo que ha experimentado la sociedad, los cuales han tenido un efecto en la perspectiva que tienen muchos del mundo, en sus valores y en su percepción del cristianismo. Si reconocemos lo profundos que han sido tales cambios y los temores, inseguridades y escepticismo que los acompañan, estaremos mejor capacitados para transmitir el mensaje de una forma relevante para las personas a las que tenemos la misión de dirigirnos.
Sabemos que el Evangelio es un mensaje para la actualidad, pero encontrar la forma de transmitir el mensaje a quienes no se han visto atraídos al mismo, o que, por la razón que sea, le han tomado antipatía, representa un reto cada vez mayor. El mundo moderno ha cambiado de una manera impresionante y con suma rapidez durante los últimos treinta años, y la tendencia no ha cambiado. El secularismo ha calado profundamente en los círculos de pensamiento e influencia con valores que fomentan el interés en uno mismo y el materialismo, así como otros valores que son incompatibles con el cristianismo y los valores tradicionales y que en última instancia los van corrompiendo.
Al mismo tiempo, ciertos principios o conceptos que durante los últimos 50 años han sido aceptados como bases inamovibles en la sociedad occidental, ya no poseen la misma solidez de la que solían gozar. Muchas personas se sienten inseguras con relación a su futuro. Confían mucho menos en el gobierno, en los entes religiosos y educativos o en la veracidad de lo que publican los medios de comunicación. Hasta el concepto de ahorrar conlleva un riesgo mayor, pues muchas instituciones financieras han fracasado y hay países enteros al borde del colapso económico.
El clima cultural, social, intelectual, secular y moral, sumado al aumento generalizado del cuestionamiento, escepticismo y rechazo de los criterios y valores que durante años constituyeron lo aceptado, ha generado un cambio fundamental en los valores, ética, perspectiva del mundo, relación con la autoridad y trato con los demás de gran parte de la población. Para muchos es más difícil saber en quién confiar. Hay personas que se ven atraídas al mensaje del Evangelio debido a las condiciones del mundo y la sociedad, pero para otros, ese mismo clima hace que les resulte mucho más difícil identificarse con el Evangelio, y aún más difícil creerlo o aceptarlo.
Esto genera un buen número de retos para aquellos de nosotros que estamos consagrados a la difusión del Evangelio, entre ellos el reto no menor de difundir el mensaje de un hombre que vivió, murió y resucitó hace 2000 años, y de afirmar al mismo tiempo que ese mensaje es el más importante que habrá de recibir la persona en su vida. Por consiguiente, es de vital importancia que el cristiano con vocación misionera encuentre métodos nuevos y creativos para expresar y entregar el mensaje imperecedero del amor de Dios de una manera que capte la atención de los habitantes del mundo de la actualidad. De más está decir que los cristianos de otras épocas también tuvieron sus retos, pero el nuestro es el reto del mundo actual.
Tenemos que resolver el dilema de presentar a Jesús de una forma que encuentre eco en las personas con las que nos relacionemos. Sobre todo teniendo en cuenta que, por lo menos en la sociedad occidental, muchos de los no cristianos abrazan valores que hacen que el cristianismo parezca irrelevante para su vida y perspectiva del mundo. En muchos países a veces puede ser difícil sacar a colación el tema de Dios, y ni hablar de Jesús, pues el secularismo y materialismo se han difundido ampliamente y han reemplazado a la fe en Dios, haciéndolo irrelevante para su sistema de creencias.
En la actualidad muchas personas recelan de los mensajes que oyen, y tienen motivos justificados. Cada día a través de la Internet, la televisión, las noticias, la propaganda, son bombardeadas con mensajes que le dicen que necesitan esto, lo otro y lo de más allá, que tal o cual es la mentalidad correcta o la postura adecuada. El mensaje del Evangelio podría parecerles otra propaganda que trata de convencerlos de lo que necesitan, de cómo vivir y de lo que las hará felices. La gente suele sentir recelo ante tales mensajes, pues ha comprobado por experiencia que muchos de ellos son muy poco válidos o carecen de validez alguna. La gente busca respuestas, pero es muy cauta en cuanto a aquello en lo que deposita su confianza.
Para tener éxito a la hora de dar a conocer el Evangelio, es necesario que las personas se identifiquen con uno. Para transmitir el mensaje a la gente de su ciudad o país, a las personas con las que trabajan, o a sus vecinos y conocidos, es necesario comprender a esas personas, entender su cultura y lo que valoran.
Toda persona, sea cual sea su país o cultura, se merece y necesita oír el Evangelio. Por ser cristianos, tenemos la misión de difundirlo en el país, cultura y comunidad en que nos encontremos, de un modo en que los oyentes se identifiquen más fácilmente con el mensaje y que les resulte más fácil de entenderlo y aceptarlo. Peter Amsterdam
Rebatir el evangelio del consumismo
El evangelio del consumismo tiene tres principios básicos: (1) somos creados para ser consumidores individuales; (2) debemos ser pasivos; (3) nuestro único deber es consumir más.
El primer principio tiene que ver con nuestra identidad: quiénes somos y cómo nos vemos a nosotros mismos. El segundo principio tiene que ver con nuestro organismo: lo capacitados que estamos para efectuar cambios y participar en el mundo que nos rodea. El tercer principio tiene que ver con nuestro propósito: ¿cuál es la razón de nuestra existencia y nuestro modo de vida? El evangelio del consumismo se infiltra en cada parte de nuestra persona y va en contra de […] el Dios revelado en las Escrituras.
Dios no es un consumidor. Dios es un creador. Ser creados a imagen de Dios significa que también fuimos hechos para crear. Efesios 2:10 (BLPH) dice que «Él nos ha creado por medio de Cristo Jesús, para que hagamos el bien que Dios mismo nos señaló de antemano como norma de conducta». Reesheda Graham-Washington y Shawn Casselberry[1]
Moldeados para un propósito mayor
Jesús habló con frecuencia del desafío del materialismo. Claro, en aquella época no existían los anuncios, marcas, cosméticos y revistas de moda; sin embargo, Él explicó en Lucas 12 que las cosas tienen una forma de adherirse a nuestro corazón y de convertirse en nuestro maestro. Habló de cómo podemos muy fácilmente dar nuestro corazón al patrón equivocado, definirnos a nosotros mismos por nuestro así llamado «tesoro», y terminar sirviendo al dinero.
En Romanos 12, Pablo escribe que nos conformamos a los patrones de este mundo sin siquiera pensarlo. Pablo no escribió acerca del consumismo como tal, sino que habló de que los valores principales del imperio tienen una forma de moldear quiénes somos. El consumismo, como una expresión más adelantada del materialismo, es una expresión moderna e institucionalizada del mismo egoísmo que siempre ha sido el problema. Los cristianos somos llamados a vivir con una esperanza y deseo distintos y a recordar que somos formados con un propósito mayor. […]
La historia bíblica de Daniel resalta cómo podemos vivir e incluso prosperar en Babilonia, un imperio que simboliza la adoración falsa. Daniel se propuso que pertenecía a un imperio más importante. Oró y buscó el apoyo de amigos con valores parecidos. A menudo volvía a calibrar el propósito de Dios para él (por lo menos formalmente tres veces al día) y recordó que todo —lo que incluía su intelecto y habilidad para interpretar sueños— provenía de Dios y que solo Dios era merecedor de la máxima gloria. […]
Los cristianos somos llamados a dedicar nuestra vida a una historia distinta. En lugar de conformarnos, debemos ser transformados[2]. Consumiremos, pero con una mirada distinta. Encontraremos nuestra esperanza, deseo e identidad en Jesús y paradójicamente encontraremos nuestra vida al renunciar a ella, al cambiar nuestro plan para seguir el de Dios. Valoraremos a las personas, dedicaremos tiempo a crecer, servir, compartir y adorar a Dios de manera que resistamos la mercantilización. Viviremos para la gloria de Dios en un mundo que se centra en el yo. Ese es el punto de inicio de una vida que vale la pena para el presente y para la eternidad. Brendan Pratt[3]
Publicado en Áncora en octubre de 2021.
[1] https://outreachmagazine.com/resources/books/compassion-and-justice-books/30710-countering-gospel-consumerism.html.
[2] Romanos 12:1-3.
[3] https://spectrummagazine.org/article/2018/01/12/i-see-i-want-i-take-%25E2%2580%2593-materialism-consumerism-god-and-discipleship.
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