La verdadera riqueza
Recopilación
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Pero gran ganancia es la piedad con contentamiento. 1 Timoteo 6:6
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Si me tienen a Mí —su Salvador, Señor y Amigo—tienen todo lo que realmente importa. Puede que no tengan riquezas, fama o éxito, pero no dejen que eso los desaliente. Como les dije a Mis discípulos: «¿De qué aprovechará al hombre si gana todo el mundo y pierde su alma?»
Nada se puede comparar con el inapreciable tesoro de la vida eterna. Pensemos en un mercader de joyas que busca buenas perlas. Al hallar una de gran valor, vendió todo lo que tenía y la compró. Mi reino es igual: de incalculable valor. Por eso amados, aprendan a contentarse con tenerme a Mí, independientemente de lo que les pueda faltar en este mundo. Jesús[1]
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Un señor me contó que hace poco un incendio hizo que por segunda vez, lo perdiera todo. Esta semana he oído varias veces las frases: «Lo perdí todo; todo está perdido». Por supuesto que eso depende de la manera en que se miren las posesiones terrenales. Si la mente y el corazón están fijos en las posesiones terrenales, entonces cuando se pierden, todo se ha perdido. Si ha habido una atención desmedida con el énfasis en cosas, casa y posesiones, cuando viene la pérdida, el dolor y el no contar con aquellas cosas que uno ama, resulta algo terrible. Pero eso ocurre porque se ha puesto el énfasis en el lugar equivocado, en lo temporal en vez de en lo eterno.
Jesús dijo: «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón»[2]. Algunos lo citan así: «Donde esté tu corazón, allí estará también tu tesoro». Pero no es así. El Señor dijo donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Joey Brown contó con tristeza cómo la preciosa casa que tenía se incendió por completo y con ella sus decenas de trofeos, casi cien. Los perdió todos. Los valoraba muchísimo porque quería dejárselos a sus hijos y a sus nietos. Sin embargo, Joey puede dejarles un mejor legado, y lo mismo podemos hacer tú y yo. Un mejor legado que los mencionados trofeos. Podemos dejarles tesoros eternos, inculcándoles fe en Dios y confianza en el bendito libro de Dios, y todas las alegrías de la verdadera salvación por medio del Señor Jesucristo, a fin de que ellos sean ricos para con Dios y tengan una mansión en el Cielo.
Hace un tiempo, el conocido compositor Ira Stanphill[3] pasó por una humilde casa, un tanto venida a menos, y le preguntó a la niñita que estaba sentada afuera de la casa si vivía allí. Ella le dijo que sí, pero que su papá les estaba construyendo una casa más bonita un poco más allá de la colina. Y esa fue la inspiración para su famosa canción I’ve Got a Mansion Just Over the Hilltop (Más allá de la colina tengo una mansión).
Estoy contento con mi cabaña aquí abajo,
con un poco de plata y un poco de oro,
pero en esa ciudad donde brillará la redención,
quiero un oro imperecedero.
Más allá de la colina tengo una mansión,
en esa luminosa tierra donde jamás envejeceremos,
y donde algún día ya no deambularemos
sino que caminaremos por calles hechas con el oro más puro.
No creas que estoy abandonado, pobre o solo;
no estoy desanimado, ¡voy al Cielo!
Solo soy un peregrino en busca de una Ciudad,
quiero una mansión, un arpa y una corona[4].
Sé que lo deseas. Que Dios te dé una mansión allí. Eso es lo que Él desea para ti porque te ama. Virginia Brandt Berg
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La vida aquí, para el cristiano, sin importar cuán buena pueda ser, no es nada en comparación con la vida que nos aguarda en el cielo. Las glorias del cielo, la vida eterna, la justicia, el gozo, la paz, la perfección, la presencia de Dios, la compañía gloriosa de Cristo, las recompensas y todo lo demás que Dios ha preparado, es la herencia del cristiano[5], y hará que incluso lo mejor de la vida en la tierra empalidezca en comparación. Aún la persona más ricas y exitosa de la tierra con el tiempo envejecerá, se enfermará y morirá, y sus riquezas no lo podrán evitar, como tampoco irán con ella a la otra vida.
«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón»[6].
Nuestro corazón reside donde está nuestro tesoro. Lo que valoramos en la vida impregna nuestro corazón, nuestra mente y nuestra misma existencia, e inevitablemente sale por nuestra boca y acciones. Si alguna vez has conocido a alguien cuya vida estaba abocada a buscar riqueza y placer, eso se hace evidente enseguida porque es de lo único que habla. Su corazón está lleno de las cosas de este mundo y de la abundancia del corazón habla su boca[7]. No tiene tiempo para las cosas del Señor: Su Palabra, Su gente, Su obra y la vida eterna que Él ofrece…
Con todo, la Biblia nos dice que el «reino de los cielos», no la riqueza mundana, es como un tesoro escondido en un campo, tan valioso que deberíamos vender todo lo que poseemos para conseguirlo[8]. En las escrituras no hay ninguna exhortación a buscar y almacenar riqueza. Jesús le instó al joven rico a vender todo lo que poseía y seguirlo a fin de tener tesoros en el cielo, pero el joven se alejó triste porque sus riquezas eran el verdadero tesoro que había en su corazón[9].
Si conocemos a Jesucristo como nuestro Salvador, el cielo nos aguarda… donde pasaremos la eternidad rebosantes de gozo y felicidad. Disfrutaremos de una vida que es mejor que lo mejor que pudiéramos tener ahora. Tomado de gotquestions.org[10]
Publicado en Áncora en noviembre de 2020. Leído por Miguel Newheart.
[1] Sarah Young, Jesus Always (Thomas Nelson, 2017).
[2] Mateo 6:21.
[3] Ira Stanphill (1914–1993) era un reconocido compositor de música góspel norteamericano. Con 10 años, Stanphill ya había aprendido a tocar el piano, el órgano, el ukulele y el acordeón. A los 17, componía y tocaba su propia música en los servicios religiosos, campañas de reavivamiento y reuniones de oración. Como cantante evangelista, Stanphill viajó a cuarenta países durante su carrera para predicar y tocar su música (Wikipedia).
[4] De la canción góspel Mansion Over the Hilltop, de Ira Stanphill, 1949.
[5] 1 Pedro 1:3–5.
[6] Mateo 6:19–21.
[7] Lucas 6:45.
[8] Mateo 13:44.
[9] Marcos 10:17–23.
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