La persecución ayer y hoy
Tesoros
[Persecution Yesterday and Today]
Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución. 2 Timoteo 3:12
Un aspecto muy importante de la vida de Jesús, que puede haber tendencia a pasar por alto, es que Él padeció persecución durante Su tiempo en la Tierra. Jesús era perfecto, no se equivocó jamás, y era Dios encarnado (Juan 1:14). Sin embargo, fue perseguido y acusado de cometer horrendos delitos, pecados y maldades, y finalmente fue arrestado y crucificado.
La Biblia enseña que «serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús» (2 Timoteo 3:12). Si nos esforzamos por llevar una vida piadosa por Jesús, también debemos enfrentar algo de oposición o tener problemas, o sufrir persecución en algún momento debido a nuestra fe. Jesús dijo: «Si a Mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán» (Juan 15:20). Así pues, no deberíamos sorprendernos cuando nosotros u otros cristianos dedicados recibimos una respuesta negativa a nuestra fe y práctica cristiana, como ocurrió al mismo Jesús y Sus apóstoles.
Jesús dijo a Sus seguidores: «Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a Mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia» (Juan 15:18,19). Eso explica por qué a lo largo de la Historia los cristianos han sido calumniados y vilipendiados y han soportado oposición y total persecución en «esta época de maldad en que vivimos» (Gálatas 1:4).
Algunos dirán: «Este es el siglo XXI, una época moderna, de adelantos, civilizada. Sin duda el mundo ha llegado a ser más tolerante». Sin embargo, a pesar de los adelantos de la era moderna, el corazón del hombre es el mismo hoy, y la Biblia dice que los «malvados farsantes irán de mal en peor» antes de que Jesús regrese a la Tierra (2 Timoteo 3:13). El mal es tan real como siempre lo ha sido.
La buena noticia es que Jesús prometió que todo el que sufre persecución por causa de la justicia es bendecido y heredará el reino de Dios: «Dichosos serán ustedes cuando por Mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo» (Mateo 5:10–12).
Cuando Jesús empezó Su ministerio, la Biblia nos dice que «regresó a Galilea en el poder del Espíritu y se extendió Su fama por toda aquella región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo admiraban» (Lucas 4:14,15). El evangelio de Lucas nos dice que la primera vez que Jesús volvió a Su ciudad natal «llegó a Nazaret, donde había sido criado, y según Su costumbre, entró en la sinagoga el día de reposo, y se levantó a leer» (Lucas 4:16). Se levantó, leyó una profecía sobre el Mesías en un pasaje del libro del profeta Isaías que se estaba cumpliendo en Él, y declaró a los presentes: «Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes» (Lucas 4:17–22).
Jesús había dicho la verdad a la gente, le dio las buenas nuevas de que Dios estaba cumpliendo Sus promesas y profecías, que por fin había enviado al Mesías a Su pueblo. Al principio, hablaron bien de Él y quedaron sorprendidos con Sus palabras. Pero luego rechazaron esa revelación de la verdad e incluso trataron de matar al mensajero que se la estaba transmitiendo, diciendo: «¿De dónde saca esas Palabras y tal autoridad? ¿No es este el hijo de José, el carpintero?» Y se ofendían por Sus palabras.
Jesús respondió: «Un profeta recibe honra en todas partes menos en su propio pueblo y entre su propia familia» (Mateo 13:55–57). Y Lucas cuenta: «Al oír eso la gente de la sinagoga se puso furiosa. Se levantaron de un salto, lo atacaron y lo llevaron a la fuerza hasta el borde del cerro sobre el cual estaba construida la ciudad. Querían arrojarlo por el precipicio, pero Él pasó por en medio de la multitud y siguió Su camino» (Lucas 4:28-30).
A medida que fue creciendo el ministerio de Jesús, fueron aumentando y multiplicándose las falsas acusaciones que le hacían Sus oponentes religiosos con el fin de desacreditarlo. Una de las principales cosas que le echaban en cara era que se rodeaba de malas compañías. En la época de Jesús, Israel estaba ocupado por los romanos, y los judíos despreciaban más a los recaudadores de impuestos que trabajaban para los romanos, y que recaudaban impuestos de sus hermanos judíos. Jesús, haciendo caso omiso de las costumbres y prejuicios de esa época, se acercó a los recaudadores de impuestos y hasta escogió por apóstol a Mateo, que era uno de ellos (Mateo 9:9).
Cuando los dirigentes religiosos judíos vieron que Jesús entraba a la casa de un recaudador de impuestos para comer con ellos, preguntaron horrorizados a Sus discípulos: «¿Por qué come su maestro con recaudadores de impuestos y con pecadores?» (Mateo 9:11.) Jesús respondió a sus acusaciones: «Vino Juan el Bautista que no comía pan ni bebía vino y ustedes dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y ustedes dicen: “Este es un glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”. Pero la sabiduría queda demostrada por los que la siguen» (por la vida que llevan, su manera de ser y sus obras) (Lucas 7:33–35).
Incluso los parientes de Jesús no entendieron quién era Él y Sus Palabras y acciones, y la Biblia dice que en una ocasión cuando Su familia se enteró de lo que hacía, «fueron a llevárselo, pues decían que se había vuelto loco» (Marcos 3:21).
A pesar de que Jesús expresó claramente que había venido a traer paz a la vida y el corazón de todos los que le recibieran y creyeran en Él (Juan 14:27), también sabía que muchos lo rechazarían. Aunque prometió paz, incluso en la tribulación, a los que creyeran en Él (Juan 16:33), dijo también: «¿Piensan que vine a traer paz a la tierra? No, ¡vine a causar división entre las personas!» (Lucas 12:51). Y desde luego así fue. Dondequiera que hablaba se creaba una división muy clara entre los que aceptaban y los que rechazaban Su mensaje:
«Algunos de la multitud, al oír lo que Jesús decía, afirmaron: “Seguramente este hombre es el Profeta que estábamos esperando”. Otros decían: “Es el Mesías”. Pero otros expresaban: “¡No puede ser! ¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea?” […] Así que hubo división entre la multitud a causa de Él» (Juan 7:40–43). Otro pasaje nos dice: «Al oírlo decir esas cosas, la gente volvió a dividirse en cuanto a su opinión sobre Jesús. Algunos decían: “Está loco y endemoniado, ¿para qué escuchar a un hombre así?” Otros decían: “¡No suena como alguien poseído por un demonio! ¿Acaso un demonio puede abrir los ojos de los ciegos?”» (Juan 10:19–21.)
En muchos casos, Jesús fue criticado por tener trato con marginados o los que eran considerados pecadores. Su amor y misericordia por los pecadores, las personas comunes, los enfermos y los pobres, los que eran considerados parias y marginados de la sociedad, puso en evidencia a los dirigentes religiosos al exponer que les faltaba reflejar el amor y misericordia de Dios. Y por si esto fuera poco, Jesús les dijo a los ancianos y principales sacerdotes: «Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes en el reino de Dios» (Mateo 21:31).
En una ocasión, los dirigentes religiosos le trajeron a una mujer «sorprendida en el mismo acto de adulterio». Y le dijeron: «“Ahora bien, en la ley Moisés nos mandó apedrear a las tales. Tú, pues, ¿qué dices?” Esto decían para probarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en la tierra con el dedo.
»Pero, como insistieron en preguntarle, se enderezó y les dijo: “El de ustedes que esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Al oír esto, acusados por su conciencia salían uno por uno comenzando por los más viejos. Solo quedaron Jesús y la mujer, que estaba en medio. Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?” Y ella dijo: “Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: “Ni Yo te condeno. Vete y, desde ahora, no peques más”» (Juan 8:4–11).
Uno de los motivos por los que Jesús enfurecía tanto a los dirigentes religiosos era porque quebrantó sus tradiciones e interpretaciones de las leyes religiosas. Una vez, en día de reposo en que nadie debía trabajar, entró en una sinagoga y encontró a un hombre que tenía la mano deformada, seca. La Biblia dice: «Los maestros de la ley y los fariseos estaban esperando que Jesús sanara a alguien en el día de descanso porque buscaban alguna razón para acusarlo». Mas Jesús, sin hacerles ningún caso, sanó de todos modos al hombre, y dice que se llenaron de furor e «hicieron planes contra Él, para ver cómo lo podrían destruir» (Lucas 6:6–11; Mateo 12:14).
En otra ocasión, en el evangelio de Juan, se cuenta cómo sanó Jesús en día de reposo a un ciego de nacimiento. Leemos que el hecho de que aquel ciego de pronto pudiera ver causó tal revuelvo que sus vecinos lo llevaron a las autoridades religiosas. Algunos fariseos, tras interrogarlo, dijeron: «“Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo”. Y otros decían: “¿Cómo puede un pecador hacer estas señales?” Y había disensión entre ellos» (Juan 9:13–16).
Los fariseos, preocupados por la popularidad de Jesús —que crecía a pasos agigantados—, debatieron entre ellos: «No hemos podido detenerlo. ¡Miren, el mundo entero se va tras Él!» «¿Qué haremos? ¡Este hombre está haciendo muchas señales! Si lo dejamos así, todos creerán en Él. Entonces vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación». «Así que desde aquel día acordaron matarlo» (Juan 11:47–53; 12:19).
Como sabían que sus acusaciones no tendrían ningún peso ante el gobernador romano Pilato, vieron que la única forma de eliminar a Jesús era al acusarlo de algún delito político. Así que le dijeron al gobernador: «¡Este hombre está soliviantando a nuestra nación! ¡Se opone al pago de impuestos al Cesar, y afirma ser un Rey, el Cristo!»
Sin embargo, tras interrogar a Jesús, Pilato respondió a los que le acusaban: «No encuentro que este hombre sea culpable de nada». «Pilato sabía que habían entregado a Jesús por envidia» (Lucas 23:2–4; Mateo 27:18). Al oír esto, dijeron: «Con Sus enseñanzas causa disturbios por donde va, en toda Judea». Entonces los principales sacerdotes y los ancianos religiosos convencieron a la multitud para que mandara matar a Jesús (Lucas 23:5; Mateo 27:20). De todas formas, Pilato procuraba soltar a Jesús, ya que estaba convencido de Su inocencia, de que en realidad no había cometido ningún delito.
Los ancianos, entonces, gritaron delante de la multitud: «Si pones en libertad a ese hombre, no eres “amigo del César”. Todo el que se proclama a sí mismo rey está en rebeldía contra el César» (Juan 19:12). Tras lo cual Pilato —típico político— cedió a esa presión política y entregó a Jesús a Sus enemigos, se lavó las manos delante de la multitud en un gesto simbólico, diciendo: «Allá ustedes. Yo me declaro inocente de la muerte de este justo». En otras palabras, ¡es su responsabilidad! Y el pueblo respondió: «¡Que recaiga Su muerte sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» (Mateo 27:24,25). A Pilato le faltó valor y convicción moral para resistir a la multitud, y por ello cruelmente se crucificó a un inocente, a un Hombre que era perfecto.
Gracias a Dios que apenas tres días más tarde Jesús resucitó y llevó a una victoria definitiva a Su pequeño grupo de seguidores. Una vez que Sus seguidores quedaron llenos del Espíritu Santo, hablaron la verdad con denuedo y la buena nueva del evangelio y del amor de Dios por toda la humanidad llegó a todo el mundo. Y la verdad del amor de Dios y el mensaje de salvación siguen llegando a todos los rincones del planeta a medida que Sus seguidores continúan la labor de la iglesia primitiva, la de llevar el mensaje al mundo.
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en abril de 2024.
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