La muerte no es el final
Gloria Cruz
Sé bien que es muy difícil perder a un ser querido.
La primera vez que enfrenté la muerte de un ser querido, yo tenía nueve años. Mi abuela, que vivía con nosotros, se puso gravemente enferma. Un día, exhaló el último suspiro cuando mi madre y yo estábamos solas con ella en la casa. Mi madre era creyente, y de inmediato empezó a orar. No entendí completamente lo que sucedía.
Mi segundo encuentro con la muerte fue cuando falleció mi esposo. Tenía cáncer. Luchamos contra esa enfermedad por varios años, hasta que él nos dejó, a la temprana edad de 26 años.
Huelga decir que esa experiencia marcó mi vida. Para entonces, ya había tenido una experiencia espiritual que me llevó a creer en un Dios amoroso y en Jesús como Su representación en la Tierra. Mi marido también era creyente. Resulta evidente que creer en la vida después de la muerte nos ayudó muchísimo a enfrentar el cáncer de una manera más positiva, aunque de todos modos fue una batalla muy difícil.
Asimismo, mi fe cristiana me ayudó con el triste resultado cuando murió mi esposo. En ese momento, solo podía aferrarme a mi fe en que la muerte no era el fin del camino, sino el comienzo de algo nuevo e incluso mejor.
Claro, al principio quedé deshecha. «¿Cómo podía llevarse Dios a alguien en la flor de la vida? ¿Y cómo podía ser viuda a los 25 años? Fue un golpe tremendo».
Lo que hice entonces —y que todavía hago cuando enfrento momentos difíciles— fue acudir a las muchas y magníficas promesas en la Palabra de Dios que hablan de la muerte y que es la entrada al siguiente mundo. (Se puede encontrar una selección de versículos sobre este tema más abajo, en este artículo.) Pasé días en mi cuarto, leyendo una y otra vez esas promesas, porque me ayudaban a ver el lado positivo de lo que había sucedido, como por ejemplo, que mi esposo estaba en un lugar mejor, que nos volveríamos a ver, que nada pasa sin un propósito, y que Dios tiene un plan para todo. Poco a poco, cambiaron mis prioridades y la manera en que veía la vida.
Sin embargo, cuando dejaba de meditar en esas promesas, mis pensamientos se volvían negativos: «¿Por qué se había llevado Dios a mi esposo? ¿Por qué tenía que ser de esa manera? Yo no iba a poder superarlo». ¡El dolor era insoportable y mi corazón estaba quebrantado!
Poco a poco, Dios empezó a sanar la herida con Su bálsamo de amor, y por medio de Su Palabra, Él me ayudaba a aceptar lo que había pasado e incluso a convertirlo en algo positivo en mi vida. Además, encontré consuelo al leer los testimonios en el libro Vida después de la vida, del Dr. Raymond Moody, y otros escritos parecidos.
Romanos 8:28 dice: «Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados». Dios puede valerse de nuestras experiencias —lo que incluye la pérdida de un ser querido— para traer algo muy positivo a nuestra vida, y si pasamos nuestro dolor por el filtro de ese versículo, podemos adquirir una nueva perspectiva.
Dios es bueno y te ama. Confía en Él. Cree que el Cielo es real. La vida no termina con la muerte.
Estas son unas reflexiones que me ayudaron a aceptar la muerte como algo natural.
Dejar esta vida se podría comparar a pasar de una habitación a otra y cerrar la puerta.
Estoy de pie a la orilla del mar. Un navío despliega sus velas blancas en la brisa matutina y se hace a la mar. Me quedo observando hasta que desaparece en el horizonte. Alguien que está a mi lado dice: «Se fue». ¿Adónde se fue? Quien ya no ve soy yo, no el barco. En el momento en que alguien dice: «El barco se fue», otros lo ven llegar. Otras voces exclaman jubilosas: «Aquí llega». Así es la muerte. Henry Van Dyke
Te animo a confiar y creer que, como creyente que ha nacido de nuevo, ¡tu ser querido no ha desparecido! Volverás a ver a tu ser querido, a él o ella. Piensa en la transformación que ves en una oruga. Cuando se envuelve en un capullo, parece que ha muerto, y que nunca volverá a ser un gusano. Pero no, solo se ha sometido a una transformación y ahora es una bella mariposa llena de color. ¡Así será cuando muramos!
* * *
Eclesiastés 3:1,2: Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo: Tiempo de nacer, y tiempo de morir […].
Salmo 116:15: Estimada a los ojos del Señor es la muerte de Sus santos.
Salmo 139:16: Tus ojos vieron mi embrión, y en Tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos.
Job 1:20,21: Entonces Job […] dijo: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor».
2 Corintios 4:16-18: Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
Salmo 23:4: Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infunden aliento.
Romanos 14:8: Pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. Por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos.
Juan 11:26: Todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?
Juan 5:24: En verdad les digo: el que oye Mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida.
Isaías 25:8: Él destruirá la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros.
Lucas 1:78,79: Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que la aurora nos visitará desde lo alto, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pies en el camino de paz.
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