La divina Ley del Amor
Recopilación
Uno de ellos, intérprete de la Ley (experto en la Ley de Moisés), para poner a prueba a Jesús, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la Ley?»
Y Él le contestó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas». Mateo 22:35-40[1]
En este memorable pasaje del Nuevo Testamento, Jesús resumió a grosso modo la Ley del Amor. Dirigiéndose a Sus seguidores en otra ocasión, formuló nuevamente el mismo principio, que a la postre se distinguiría con el apelativo de regla de oro: «Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; pues esto es la ley y los Profetas»[2]. El apóstol Pablo se hizo eco de ello cuando dijo: «Toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»[3]. Estos pasajes de la Biblia sintetizan las leyes de Dios y constituyen la directriz por la que debemos regir todos nuestros actos y relaciones con los demás.
Amar a Dios por encima de todo —y su ramificación, amar al prójimo como a nosotros mismos—, es el cumplimiento supremo de las demás leyes bíblicas, incluidos los Diez Mandamientos. Tal postura se fundamenta en los mencionados pasajes y en otros versículos de la Escritura. De ahí que el cristiano que ama al Señor con pleno corazón, alma y mente y que ama a su prójimo como a sí mismo cumple el espíritu de los demás mandamientos. Por ejemplo, quien así actúa no pondrá otros dioses delante de Él, ni tomará Su nombre en vano. Se da por descartado que quien ama al prójimo no lo matará ni le robará, no lo engañará ni codiciará sus posesiones.
El móvil que nos mueve a los cristianos a manifestar bondad y consideración a nuestros semejantes no debe ser el temor al castigo divino, sino un profundo amor por Dios. Nos abstenemos de actividades contrarias a los Diez Mandamientos porque las mismas desentonan con el amor que albergamos por Dios y por los demás.
En muchos sentidos, la divina Ley del Amor requiere la observancia de un código moral más estricto que las leyes de Moisés. Los Diez Mandamientos, los principios cardinales de la ley mosaica, prescribían que el hombre debía obrar con justicia y rectitud. En cambio, la Ley del Amor de Jesús exige mucho más a la humanidad: le pide que obre con amor abnegado y misericordia.
Ese amor inspirado por Dios representa un ideal mucho más sublime que la mera justicia religiosa. Es más, la ley de Jesús es tan difícil de cumplir que resulta humanamente imposible sin la ayuda divina. Jesús dijo a Sus discípulos: «Separados de Mí nada podéis hacer»[4]. Pablo, por su parte, pregonó: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece»[5]. La Familia Internacional
La regla de oro
En resumidas cuentas, la Ley del Amor es el principio divino por el que debemos regir todos los aspectos de nuestra vida cristiana. Jesús lo sintetizó de manera muy sencilla en la regla de oro, que nos da la clave para establecer relaciones armoniosas con los demás: «Todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas». (Lo cual quiere decir que si amamos al prójimo como a nosotros mismos, estamos cumpliendo las leyes divinas. Ese amor es ni más ni menos «la ley y los profetas»[6]). Ese principio del amor debería regir todos nuestros actos para con los demás.
«El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley»[7]. Pues «Ama a tu prójimo como a ti mismo»[8]. En esta Ley de Amor que proclamó Jesús —amar a Dios primero, y al prójimo como a uno mismo— se cumplen todas las otras leyes de la Biblia. Este nuevo mandamiento —que se basa en las instrucciones que nos dio el Señor para gobernarnos amando a Dios por encima de todo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos—, sintetiza el concepto de la Ley del Amor. «Así que ahora les doy un nuevo mandamiento: ámense unos a otros. Tal como Yo los he amado, ustedes deben amarse unos a otros»[9].
La Ley del Amor es el principio rector de nuestra vida. Debe constituir la base de todo lo que hagamos. En todo lo que hagamos debemos procurar obrar por amor. El amor debe ser el motor primordial de todos nuestros actos y debemos manifestar ese amor por medio de hechos tangibles. De no hacerlo, ¿cómo puede morar el amor de Dios en nosotros?[10]
El amor sacrificado es el fundamento de la Ley del Amor. Para vivir de plena conformidad con la Ley de amor de Jesús, es imperativo que entendamos la esencia y el espíritu de la misma. La esencia de esta ley estriba en tener suficiente amor para hacer con los demás lo que queremos que ellos hagan con nosotros; radica en tener suficiente amor para ayudar a los necesitados, significa anteponer las necesidades ajenas a las propias, aun cuando suponga un sacrificio para nosotros. Eso es amor.
En esto consiste la Ley del Amor, en demostrar amor de hecho y en verdad a los necesitados. Por eso la Ley del Amor es la piedra angular de nuestras creencias, la base de todo nuestro modo de vida. Empieza al tomar conciencia de las necesidades que tenemos las personas, como por ejemplo de amistad, de comprensión, de apoyo, de respeto y de que se nos escuche, se nos aprecie y se nos dé importancia.
No es tarea fácil poner en práctica los mandamientos de amor de Jesús. Amar al Señor con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente y al prójimo como a nosotros mismos, y poner la vida por los hermanos son cosas que exigen una vida muy sacrificada. Suponen poner en primer lugar a Jesús, al prójimo a continuación y a uno mismo en último lugar. Es algo que va contra la tendencia natural, contra la naturaleza humana. Un amor así, capaz de motivar a poner la vida por los hermanos, a morir cada día negándose a uno mismo y viviendo por los demás, tiene que ser el amor sobrenatural de Dios.
Vivir de acuerdo con la Ley del Amor de Dios significa tener en cuenta a los demás y servirlos con constancia. ¡Eso no es fácil! Lo fácil es ser perezoso, egoísta y egocéntrico. La mayoría lo somos por naturaleza. Nuestra primera reacción generalmente está centrada en nosotros mismos, en lo que deseamos nosotros y lo que nos hará felices a nosotros. Pero si invocamos la ayuda del Señor y hacemos un esfuerzo sincero, podemos crearnos reacciones y hábitos nuevos, que con el tiempo contribuirán a que seamos más amorosos, amables y abnegados.
El Señor les dará las fuerzas, la gracia y la virtud para que se entreguen a los demás y antepongan las necesidades ajenas a las propias. No tienen más que pedírselo, dejar que Él los llene de Su Espíritu y ofrendar la vida por Él. Para ustedes es imposible, ¡pero para Jesús sí es posible! Él lo hará. ¡Denle cabida y verán! María Fontaine
El amor abnegado de Dios
«Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nosotros tenemos este mandamiento de Él: el que ama a Dios, ame también a su hermano. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos. Este es Mi mandamiento: que os améis unos a otros, como Yo os he amado»[11].
«De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito». «En esto hemos conocido el amor de Dios: en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos». «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos». «Que os améis unos a otros como Yo os he amado… En esto conocerán todos que sois Mis discípulos»[12].
Si tenemos verdadero amor, no podemos afrontar una situación apurada sin hacer algo al respecto. No podemos pasar de largo así como así junto al pobre hombre en el camino a Jericó. Debemos actuar, como el buen samaritano[13]. ¡La compasión hay que traducirla en hechos! Ahí está la diferencia entre lástima y compasión: tener lástima es sentir pena. En cambio, la compasión nos mueve a hacer algo para remediar el mal.
Debemos demostrar nuestra fe por nuestras obras, ya que el amor difícilmente se puede probar sin una manifestación tangible, sin una acción. Decir que se ama a alguien y sin embargo no ofrecerle la ayuda física que necesite —llámese alimento, abrigo o albergue—, ¡no es una muestra de amor! Es cierto que la necesidad de amor verdadero es espiritual, mas éste también debe manifestarse físicamente, por medio de obras: «la fe que actúa por el amor»[14].
«El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad»[15].
No obstante, la máxima manifestación de amor no es el mero compartir de bienes materiales, sino la entrega de nuestra persona y de nuestros servicios a los demás, lo cual constituye nuestra fe, redunda en obras y nos lleva a compartir nuestras posesiones materiales. El propio Jesús no tenía nada material que compartir con Sus discípulos, salvo Su amor y Su vida, la cual ofrendó por ellos y por nosotros, para que pudiéramos gozar de vida y amor eternos.
¿Estás dispuesto a dar hasta que duela, hasta que el dolor te toque a ti? Jesús lo hizo; dio Su vida. Dios lo hizo; Entregó a Su hijo. David dio hasta que le dolió. Dijo: «No ofreceré al Señor lo que no me cueste nada»[16]. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en octubre de 2017.
[1] NBLH.
[2] Mateo 7:12.
[3] Gálatas 5:14.
[4] Juan 15:5.
[5] Filipenses 4:13.
[6] Mateo 7:12 (NBLH).
[7] Romanos 13:10 (NVI).
[8] Mateo 22:39 (NVI).
[9] Juan 13:34 (NTV).
[10] V. 1 Juan 3:17-18.
[11] 1 Juan 4:11, 21; 1 Juan 5:2; Juan 15:12.
[12] Juan 3:16; 1 Juan 3:16; Juan 15:13; Juan 13:34-35.
[13] V. Lucas 10:25-37.
[14] Gálatas 5:6.
[15] 1 Juan 3:17-18.
[16] 2 Samuel 24:24.
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