Jesús y Juan el Bautista
Peter Amsterdam
Al principio del Evangelio de Lucas se nos narran los sucesos que rodearon el nacimiento de Juan el Bautista, incluidas la proclamación del ángel Gabriel y la profecía de Zacarías, el padre de Juan. Lo único que sabemos de la juventud de Juan es que «el niño crecía y se fortalecía en espíritu, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel»[1]. La siguiente aparición de Juan en los Evangelios es unos treinta años más tarde, cuando Lucas nos cuenta que «vino palabra de Dios a Juan hijo de Zacarías, en el desierto»[2].
Lo de que la palabra de Dios vino a Juan es significativo, porque después de los tres últimos profetas judíos —Zacarías, Hageo y Malaquías— no había habido profetas que se dirigieran a la nación de Israel. Tras 400 años de silencio, Dios se está dirigiendo de nuevo a la nación. La gente está emocionada, como se evidencia por las multitudes que buscan a Juan.
Dice que «bautizaba Juan en el desierto y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Acudía a él toda la provincia de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados»[3]. «Y él fue por toda la región contigua al Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados»[4].
Juan, llamado el Bautista en los Evangelios, llevó a cabo Su ministerio en las tierras ribereñas del Jordán. Numerosas personas acudían a oírlo predicar y eran bautizadas por él. Lo que dice Mateo de que «acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la provincia de alrededor del Jordán» da a entender que Juan se había vuelto muy famoso, tanto que incluso muchos fariseos y saduceos iban a escucharlo[5]. Desde Jerusalén fueron enviados unos sacerdotes y levitas para averiguar quién era[6].
Aparte de su gran poder de convocatoria, Juan tenía un número considerable de discípulos que practicaban y predicaban lo mismo que él. El Evangelio de Juan explica que algunos de los primeros discípulos de Jesús habían sido previamente discípulos de Juan[7]. El libro de los Hechos indica que muchos años después de su muerte Juan todavía tenía seguidores[8].
Los Evangelios cuentan que Jesús fue bautizado por Juan, que llamó a Juan «aquel Elías que había de venir», y que dijo que era más que un profeta y que no había nacido nadie más grande que él[9]. Desde luego Juan tuvo un gran impacto, así que vale la pena examinar de cerca su vida. ¿Quién fue exactamente y qué función desempeñó con relación a Jesús?
Por los relatos sobre el nacimiento de Jesús y el de Juan sabemos que este último era hijo del sacerdote Zacarías, o sea, que habría podido ser él también sacerdote. Sin embargo, desde su nacimiento Dios lo llamó en una dirección distinta, y en vez de desempeñar en Jerusalén las funciones sacerdotales, Juan salió al desierto.
Juan predicó convincentemente un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados y bautizaba a todos los que decidían arrepentirse. El bautismo representaba una nueva o renovada fidelidad a los designios divinos y el compromiso de vivir como correspondía a unos auténticos hijos de Abraham. Su mensaje era que con la herencia judía, con ser hijos de Abraham, no bastaba: era preciso arrepentirse de los pecados. Decía: «Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: “Tenemos a Abraham por padre”, porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras»[10].
Juan expresó la urgencia del arrepentimiento al decir: «El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego»[11].
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer?», y él respondía: «El que tenga dos túnicas, comparta una con el que no tiene ninguna, y el que tenga comida, haga lo mismo»[12]. La breve respuesta de Juan les indica claramente a los oyentes que el arrepentimiento es algo más que seguir rituales u ofrecer holocaustos. Significa conducirse rectamente en la vida cotidiana.
Tras la respuesta general que da Juan a la multitud, pasamos a un caso más particular, pues Lucas cuenta que los publicanos y los soldados le preguntan qué deben hacer ellos. Era sabido que los cobradores de impuestos se aprovechaban del sistema tributario y recaudaban para su propio beneficio más impuestos de los que correspondían. El pueblo por lo general los despreciaba y los consideraba colaboracionistas con Roma. La respuesta de Juan es que en el caso de ellos los «frutos de arrepentimiento» deben hacerse manifiestos en su vida cotidiana y que no deben exigir nada por encima de los tributos que estaban autorizados a recaudar. Su respuesta a los soldados, es similar: «No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario»[13]. Estos ejemplos indican el efecto que tenía la prédica de Juan, no solo en el común de la gente, sino también en los miembros de los grupos marginales de la sociedad judía.
Juan complementaba su predicación con el bautismo. El vocablo griego empleado para decir bautizar (baptízo) significa zambullir, sumergir. En otros ritos judíos similares de la época, la mayoría de las personas se sumergían ellas solas en el agua; en cambio, cuando Juan bautizaba, él sumergía a las personas. No se trataba tan solo de un ritual de limpieza o purificación, sino de un bautismo de arrepentimiento, una señal externa que hacían únicamente los que se arrepentían, como expresión de la transformación de su corazón y mente. Representaba la muerte de toda una forma de vida y el nacimiento de otra[14]. Indicaba un nuevo comenzar y la expectativa de que el bautizado cambiara, de que se apreciaran en su vida los frutos de su arrepentimiento.
Además de exhortar a arrepentirse enseguida y de advertir de las consecuencias de no hacerlo, Juan anunciaba: «Viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de Su calzado; Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego»[15]. El bautismo de esa otra persona iba a ser un bautismo del Espíritu Santo, con fuego, un bautismo mayor y más fuerte que el de Juan.
Lucas explica que a esas alturas la gente se preguntaba si Juan era el Mesías[16]. En el Evangelio de Juan, quienes le hacen la pregunta al Bautista son los sacerdotes y levitas enviados desde Jerusalén: «¿Quién eres tú?» Él confesó […]: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?» Dijo: «No soy». «¿Eres tú el Profeta?» Y respondió: «No»[17].
En respuesta a la pregunta: «¿Quién eres?», Juan dice: «Yo soy “la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías»[18]. Más tarde él reitera: «Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de Él»[19]. Juan entendió su llamamiento como precursor del que había de venir.
Juan indicó la diferencia entre su bautismo y el de aquel que lo seguiría: «Yo a la verdad os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo»[20]. Juan predicó un bautismo de purificación, de arrepentimiento; su sucesor, que era mayor que él, iba a traer un bautismo de salvación.
Las noticias de la predicación y los bautismos de Juan llegaron no solo a Jerusalén y la provincia de Judea, sino también hasta Galilea. Jesús oyó hablar del profeta del desierto y fue «de Galilea al Jordán, donde estaba Juan, para ser bautizado por él»[21]. Cuando «era como de treinta años»[22].
El Evangelio de Marcos nos cuenta que cuando Jesús subía del agua «vio abrirse los cielos y al Espíritu como paloma que descendía sobre Él»[23]. Al decir que se abrieron los cielos da a entender que tuvo una visión, tal como se aprecia en otros pasajes de las Escrituras. El Espíritu y la unción de Dios vinieron sobre Jesús y permanecieron sobre Él el día en que fue bautizado. Aparte de que el Espíritu descendió, una voz del cielo dijo: «Tú eres Mi Hijo amado, en Ti tengo complacencia»[24].
La significación de lo que ocurrió en el momento del bautismo de Jesús y los cambios que se produjeron a partir de entonces en Su vida se entienden por el hecho de que Dios lo ungió como Mesías y lo alistó para ser Su mensajero y el Salvador del mundo. Robert Stein lo expresa de la siguiente manera: «Atrás habían quedado los días de servir a Dios tranquilamente como carpintero en Nazaret. El Espíritu lo había ungido, y Su misión mesiánica había comenzado»[25].
Volvamos atrás un poco: En su Evangelio, Mateo nos cuenta que, cuando Jesús fue a ver a Juan para ser bautizado, «Juan se le oponía, diciendo: “Yo necesito ser bautizado por Ti, ¿y Tú acudes a mí?” Jesús le respondió: “Permítelo ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia”»[26].
El bautismo de Juan era un bautismo de arrepentimiento, un llamado a todos los que habían pecado para que confesaran sus faltas y cambiaran de conducta; sin embargo, Jesús, que estaba libre de pecado, acudió a Juan para ser bautizado. Jesús participó del bautismo de Juan, no porque necesitara arrepentirse, sino para poder identificarse con los pecadores y a través de esa identificación convertirse en su reemplazo. La Escritura dice: «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en Él recibiéramos la justicia de Dios»[27].
Cuando Jesús se presentó para ser bautizado, Juan reconoció que el poderoso había llegado. «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! […] Yo lo he visto y testifico que este es el Hijo de Dios»[28].
La voz de Dios proclama desde el cielo que Jesús es Su Hijo, identificando así Su relación de Padre e Hijo. Jesús está ahora listo para iniciar Su vida pública con el poder del Espíritu Santo, anunciar el reino de Dios, ser la presencia de Dios en la Tierra y cumplir la tarea mesiánica que le había encomendado Su Padre para redimir a la humanidad.
Publicado por primera vez en febrero de 2015. Texto adaptado y publicado de nuevo en julio de 2022.
[1] Lucas 1:80. A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995.
[2] Lucas 3:2.
[3] Marcos 1:4,5.
[4] Lucas 3:3.
[5] Mateo 3:5, 7.
[6] Juan 1:19.
[7] Juan 1:35-40.
[8] Hechos 19:1-7.
[9] Mateo 11:14; Lucas 7:26, 28.
[10] Lucas 3:8.
[11] Lucas 3:9.
[12] Lucas 3:10,11 (RVC).
[13] Lucas 3:14.
[14] Leon Morris, The Gospel According to Matthew(Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1992), 56.
[15] Lucas 3:16.
[16] Lucas 3:15.
[17] Juan 1:19–21.
[18] Juan 1:22–23.
[19] Juan 3:28.
[20] Marcos 1:8.
[21] Mateo 3:13.
[22] Lucas 3:23.
[23] Marcos 1:10.
[24] Marcos 1:11.
[25] Robert H. Stein, Jesus the Messiah (Downers Grove: InterVarsity Press, 1996), 99.
[26] Mateo 3:14–15.
[27] 2 Corintios 5:21 (NVI).
[28] Juan 1:29–34.
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