Integridad, 1ª parte
Peter Amsterdam
¿Aprecian relacionarse con personas sinceras, dignas de confianza, honradas, auténticas y que hacen lo que dijeron que harían? Hablo de quienes cumplen sus compromisos, que cuando les cuentan algo personal, lo mantienen como un asunto confidencial. Yo lo aprecio. Me gusta hacer amistad, trabajar y hacer negocios con personas así, porque sé que puedo confiar en ellas. Claro, nadie es perfecto e incluso las personas dignas de confianza pueden equivocarse de vez en cuando, pero estoy tranquilo cuando estoy rodeado de personas de buena conducta, que tienen integridad, que viven conforme a sus principios aunque sea difícil.
La integridad significa tener un fundamento moral que es el punto de referencia de nuestros actos. En el caso de los cristianos, ese criterio o punto de referencia es la Palabra de Dios. Cuando conocemos la Palabra de Dios, tenemos conocimiento de lo que Dios ha revelado de Sí mismo, de Sus atributos y naturaleza; así que sabemos que lo que nos ha dicho es importante para Él, y tratamos de vivir de manera que refleje lo que Él dice que es importante. Creemos en Sus valores y los adoptamos como nuestros valores internos. Luego, de manera constante procuramos sincronizar nuestros valores internos con nuestros actos y palabras.
Su Palabra nos indica que Dios valora la integridad: honradez, rectitud, cumplir nuestra palabra, y ser confiable. «SEÑOR, ¿quién habitará en Tu tabernáculo? ¿Quién morará en Tu santo monte? El que anda en integridad y obra justicia, y habla verdad en su corazón»[1]. Cuando nuestra integridad centrada en los principios divinos se convierte en nuestro criterio, dirige nuestros actos. «La integridad guía a los rectos»[2].
Todos tenemos la tentación de tomar un camino más fácil con respecto a la moral, ser menos honrados, basar algunas decisiones en lo que creemos que es mejor para nosotros en vez de lo que sea correcto. Esa es la naturaleza humana, el resultado de la caída del hombre[3]. Como creyentes que procuramos vivir conforme a nuestra fe, tenemos el desafío de remontarnos por encima de nuestra naturaleza pecaminosa, por la gracia de Dios.
Hemos sido llamados a vivir tanto en privado como en público conforme a los valores divinos que hemos adoptado. Debemos tomar esa misma decisión o actuar del mismo modo tanto cuando nadie esté presente como en los casos en que somos observados. La integridad es optar por hacer lo que está bien, no porque alguien esté mirando, sino porque nos hemos comprometido a hacer lo correcto. Es un compromiso interno en vez de algo basado en circunstancias externas. Lo correcto es correcto, independientemente de si alguien está mirando, y lo que está mal está mal, aunque nadie esté observando.
A la larga, optar por la integridad siempre vale la pena; y obrar mal en secreto tarde o temprano nos causará problemas, ya sea en consecuencias visibles o en el grave efecto en nuestra alma, conexión con Dios y en las relaciones con otras personas.
«No hay nada encubierto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse. Así que todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad se dará a conocer a plena luz, y lo que han susurrado a puerta cerrada se proclamará desde las azoteas»[4].
¿Por qué es importante la integridad?
La integridad es fundamental para ser una persona digna de confianza o creíble. Nos afecta de forma personal, profesional, social y espiritual. Tiene que ver con el núcleo de qué persona eres. Define el carácter. El famoso arquitecto y autor Buckminster Fuller dijo: «La integridad es la esencia de todo lo que tenga éxito». Zig Ziglar expresó la importancia de la integridad de una manera parecida: «La honradez y la integridad son absolutamente esenciales para tener éxito en la vida… en todos los aspectos de la vida».
Nuestro comportamiento es el resultado de las decisiones que tomamos. Cuando decidimos basándonos en nuestros valores, en lugar de en lo que sea ventajoso para nosotros, tenemos integridad. La integridad requiere que tengamos disciplina para tomar decisiones basándonos en lo que está bien, no en lo que sea más conveniente o beneficioso para nosotros en ese momento. Es poner nuestra brújula moral de forma que señale hacia el verdadero norte, a los valores divinos, y luego comprometernos a seguir ese rumbo, sean cuales sean las circunstancias.
Vivir con integridad es vivir conforme a los valores que se tienen aunque se salga perjudicado. Y habrá veces en que se salga perjudicado. En algunos casos, prometerán algo y luego un cambio en las circunstancias hará que cumplir su palabra sea difícil o costoso, pero lo harán porque han hecho una promesa. Cuando digan «sí» debe significar «sí» y cuando digan que no, debe significar «no»[5]. La integridad significa que cumplen su palabra.
Tener integridad es conocer sus valores morales y comprometerse a vivir conforme a ellos. Falta integridad cuando sus palabras no concuerdan con sus actos, cuando dicen una cosa y hacen otra, cuando sus actos contravienen sus valores (valores divinos). Nuestros valores son lo que motiva nuestros actos y cuando vemos que falta integridad en nuestro comportamiento, eso indica que nuestros verdaderos valores tal vez no sean los que pensamos o afirmamos que son. Es posible que de manera inconsciente defendamos valores que no están en sintonía con la voluntad de Dios o Su Palabra. Como cristianos, debemos esforzarnos por medir nuestras decisiones, palabras y actos con los valores que Dios nos ha revelado por medio de las Escrituras. En síntesis, que nuestros valores estén en consonancia con los de Dios.
La integridad como un hábito
Comprometerse a vivir con integridad hace que sea más fácil tomar buenas decisiones cuando sean difíciles. Cuando se han comprometido a dirigir su vida conforme a valores divinos, no tendrán una gran lucha con su conciencia cada vez que enfrenten la decisión de hacer lo que está bien o lo que está mal. Esa decisión tendrá que haberse tomado con bastante anticipación, porque es su compromiso. Si enfrentan la oportunidad de tomar algo que no les pertenece, hacer algo que saben que no deberían, engañar, mentir, hablar mal de alguien o divulgar un chisme, violar un acuerdo que hicieron, ser infiel a su cónyuge, tendrán la fuerza moral para optar por no hacerlo aunque se vean tentados, porque al hacerlo violarían los valores por los que han decidido vivir.
La integridad no es algo que suceda de manera natural; se desarrolla consciente y progresivamente. Se empieza al decidir vivir con integridad y comprometerse a ello. Deciden cuál será su escala de valores, lo que defienden, y se comprometen a vivir conforme a ese criterio. Habiéndolo prometido, procuran seguir ese firme propósito. Tendrán la tentación de transigir, pero a medida que tomen las decisiones correctas a pesar de las situaciones en que quieran hacer otra cosa, cada vez más tendrán la costumbre de actuar éticamente. Su previo compromiso a sus valores hace que sea más fácil tomar decisiones éticas y disminuye la tentación de transigir en cuanto a sus convicciones.
Decidir actuar con integridad nos pone en una situación de lograr nuestros objetivos de manera que no nos avergüence. Cuando se trata de las cosas verdaderamente importantes en la vida, el camino para lograr nuestras metas es tan importante como lograrlas. Si somos deshonestos, nos aprovechamos de otros, nos apropiamos de algo que no es nuestro, actuamos en contra de los principios éticos, o perjudicamos a otros a fin de lograr nuestras ambiciones, entonces habremos procedido con engaño y deshonor. Es posible que hayamos obtenido lo que queremos, pero en el proceso hemos transigido en lo que respecta a nuestros valores, carácter y fe. Los seres humanos tenemos la capacidad de justificar internamente que el resultado final valió la pena lo que se hizo para conseguirlo, pero al pensar de ese modo, vemos que hemos dejado atrás la ética, que nuestros actos son inmorales y han salido perjudicadas nuestras relaciones con los demás y con Dios.
Las personas que han perjudicado mucho su vida y la de otros por medio de sus deslices morales por lo general no se despiertan una mañana y deciden hacer algo muy poco ético. Esas decisiones normalmente empezaron con algo pequeño, tal vez en una etapa temprana de la vida, al eludir la verdad, al decir mentiras piadosas, tomar algo pequeño que pertenece a otra persona, hacer trampa en un examen, u otras cosas que, aunque estén mal, no parecen atroces. Esas contravenciones menores se justificaron calificándolas como algo que no es tan malo, algo que no quita el honor de la persona. Sin embargo, esos actos, cuando se hacen repetidamente, crean hábitos o costumbres que llegan a ser difíciles de dejar. Se relajaron las normas morales, y lo que se consideraba ético y honrado empezó a volverse algo borroso. Habiendo empezado en ese camino, se volvió más fácil justificar o dar excusas para mayores mentiras y hasta más actos poco éticos. Disminuyó la convicción de vivir con integridad, y con el tiempo se convirtieron en personas sin honor.
Transigir para cometer supuestas pequeñas infracciones tiene un precio y afecta el alma y la relación con el Señor. Si algo está mal, hacerlo solo un poco no lo convierte en algo bueno. Lo que está mal, está mal. Por otro lado, cuando se crea un hábito de hacer lo correcto, mientras más se hace, se vuelve más fácil.
Somos responsables de las decisiones que tomamos y de los resultados de las mismas. La suma de las decisiones cotidianas es lo que nos convierte en las personas que somos.
Artículo publicado por primera vez en mayo de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en agosto de 2018.
[1] Salmo 15:1-2 (NBLH).
[2] Proverbios 11:3 (RV 1995).
[3] Tradicionalmente, se entiende que al principio el ser humano fue creado en un estado de integridad. Sin embargo, tras la caída en el pecado por causa de Adán, el hombre perdió ese estado de integridad y cayó en un estado de corrupción. Así pues, se perdió el estado original de integridad desprovista de pecado. […] En el estado de integridad, el hombre tuvo la capacidad de no pecar; había tenido la habilidad de resistir la tentación, de proceder con rectitud, sus pasiones estuvieron en armonía con su voluntad, había integridad en su voluntad, y por lo tanto era capaz de no pecar. Sin embargo, en el estado de corrupción el hombre perdió la habilidad de no pecar. Puede elegir entre cometer diversos pecados, pero ha caído y por lo tanto no es posible que deje de pecar. (Texto resumido de William Lane Craig: Doctrine of Man, Part 10.)
[4] Lucas 12:2-3 (NVI).
[5] Sobre todo, hermanos míos, no juren ni por el cielo ni por la tierra ni por ninguna otra cosa. Que su «sí» sea «sí», y su «no», «no», para que no sean condenados. (Santiago 5:12; NVI.)
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