Gracia para morir
Gabriel García Valdivieso
Ahora que estoy entrando en la última etapa de mi vida, el tema de la muerte me ronda en la cabeza más que antes y no siempre es bonito. Obviamente que para los cristianos que conocemos al Señor, la muerte no debería ser motivo de espanto. No obstante, somos humanos y podemos ser presa de la duda y el escepticismo.
Yo mismo no estoy exento de temores y dudas sobre mi partida de este mundo. En esta era de descreimiento a veces me cuesta mantener incólume mi fe sobre las glorias del Cielo. Pienso entonces en todos los apóstoles y grandes hombres y mujeres de Dios que a lo largo de los siglos se aferraron a las promesas sobre la otra vida y murieron en paz.
De ahí que me he refugiado en las verdades de la Biblia, probadas y comprobadas por millones de fieles en tiempos pasados. Absorberlas y meditarlas me ha infundido una profunda paz. Decidí que más me valía prepararme, edificar mi fe sobre la Escritura, que proporciona el cimiento indicado para hacer frente a la tumba.
Como sucede con todo lo demás, siempre que lidiamos con dudas, no hay mejor manera de resolverlas o disiparlas que recurrir a la Palabra de Dios. Diversos pasajes de la Biblia me han reconfortado, particularmente los del Nuevo Testamento, como aquella ocasión en que Jesús le dijo a Marta:
«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente.»[1] Esas palabras son una inyección de fe, sobre todo porque las pronunció Jesús, cuya resurrección es históricamente incuestionable y porque representa la verdad por excelencia. Enseguida Jesús remata la frase con una pregunta —en realidad dirigida a todos nosotros—: «¿Crees esto?» El solo hecho de oír a Jesús plantearme serenamente esa pregunta me tranquiliza; y por supuesto le respondo: «Sí, Señor, creo».
Frente a la perspectiva de la muerte, mi foco está puesto en Jesús. Sé que Él es el camino, la verdad y la vida[2], la resurrección y la vida[3]; ¿para qué preocuparme entonces?
Los primeros discípulos fueron testigos oculares de la resurrección de Cristo. Después de Su asunción divulgaron la noticia a los cuatro vientos. Así consta en numerosos pasajes del libro de Hechos.
Las palabras y actitud del apóstol Pablo acerca de la muerte son también una gran fuente de ánimo para mí. En lugar de tenerle pavor, la esperaba con ilusión: «¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?»[4]
El Cristo resucitado, como lo manifiesta el apóstol Pablo, es nuestra esperanza de vida eterna. Por eso, si te das cuenta de que abrigas aprehensiones acerca de la muerte te recomiendo que leas el capítulo 15 de la primera epístola de Pablo a los corintios. Reforzará tu fe y te dará certeza en la vida que nos aguarda más allá.
Hace varios años, en los meses previos a la partida de mi madre, ella tenía una actitud bastante positiva y despreocupada hacia la vida venidera. Reflejaba mucha paz al respecto. Sabía que había cometido muchos errores y metido la pata muchas veces; sin embargo, se había reconciliado con Dios y se había entregado a Él. Así que no se preocupaba. En cierto sentido, ya estaba en brazos del Señor. Aguardaba el Cielo con alegre expectación. Su buen ejemplo contribuyó a calmar mis propios temores.
Dwight L. Moody habló mucho sobre la muerte. Cuando alguien le preguntó si tenía la gracia para morir, respondió sabiamente: «No. ¿Por qué habría de tenerla?, si todavía no me estoy muriendo». No nos angustiemos, pues, si no poseemos todavía esa gracia para morir. Dios nos la conferirá cuando la precisemos. Y si tienes asuntos pendientes antes de ese fatídico día, preséntaselos a Dios y reconcíliate con Él. Si acaso no lo has hecho aún, pide a Jesús que entre en tu corazón y reconoce en Él a tu Salvador. Así, cuando te llame, te irás volando a Sus brazos.
Me despido con unas frases célebres de Dwight L. Moody:
Me parece que muchos cristianos tienen conflictos con el futuro; piensan que no tendrán la gracia suficiente para morir. Es mucho más importante que tengamos la gracia suficiente para vivir. Me parece que mientras tanto, la muerte tiene muy poca importancia. Cuando llegue la hora de morir, habrá gracia para ello; en cambio, la gracia para morir no es necesaria mientras se vive.
*
Algún día leerás en los periódicos que D.L. Moody, de East Northfield, ha muerto. ¡No creas ni una palabra! En ese momento estaré más vivo de lo que estoy ahora; habré llegado más alto, eso es todo. Estaré lejos de esta vieja vivienda de barro, instalado ya en una casa que es inmortal: un cuerpo que la muerte no puede tocar, que el pecado no puede manchar; un cuerpo formado a semejanza de Su glorioso cuerpo.
*
Nací de la carne en 1837. Nací del Espíritu en 1856. Lo que nace de la carne puede morir. Lo que nace del Espíritu vivirá para siempre.
*
La tierra se aleja; el Cielo se abre ante mí. Si esto es la muerte, ¡qué dulce es! Aquí no hay valle. Dios me llama, y debo ir.
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