¿En qué medida Dios se interesa?
Peter Amsterdam
En una ocasión, tres personas hablaron de tres temas distintos —pero conectados entre sí—, en el lapso de una semana. Eso me hizo pensar en la interacción y participación de Dios en mi vida.
Una persona dijo que él no sabía si a Dios le interesa lo que hagamos en nuestra vida y que tal vez no le interesen las decisiones que tomemos más allá de aceptar la salvación. Esa persona opinó que tal vez la mayoría de nuestras decisiones no le interesan a Dios, en particular si no son importantes.
La segunda persona relató que él había escuchado un podcast en el que el orador presentaba la postura de que Dios solo interviene en nuestra vida después de que llegamos a nuestro límite en los medios para descubrir Su voluntad, que Él espera que agotemos todos los medios posibles y que hagamos todo lo que esté en nuestras manos antes de que Él intervenga.
La tercera persona mencionó el punto de vista de que cuando Dios creó el mundo, Él fue como el fabricante de relojes que armó y dio cuerda al reloj y después se alejó, dejándolo que funcionara solo. Dios hizo el trabajo inicial de la creación, y creó las leyes de la naturaleza, pero a partir de ese momento, ha dejado que todo funcione solo sin que Él intervenga más.
En los días siguientes, reflexioné en esos comentarios. Esos puntos de vista me inquietaron. Algo en mi interior me hizo resistirme a la idea de que a Dios no le importaba mi vida ni quería tener nada que ver con ella, o que a fin de lograr Su atención, debía esforzarme tanto que casi ni valía la pena.
Si alguno de esos tres conceptos es cierto, entonces, ¿para que necesitaría a Dios además de para obtener la salvación? ¿Qué tan bueno es Él conmigo? En época de agitación, cuando me hace falta ayuda y guía, necesito confianza en que puedo tener Su guía y no pensar en si a Él le interesará involucrarse en el asunto o en si lo hará. O lo grave que debe ser la situación antes de que Él intervenga.
Cuando reflexioné sobre esos tres puntos de vista, recordé que Dios ha intervenido en mi vida en varias ocasiones, y de forma que me dejó claro que a Él le interesan las decisiones que tomo. Hace años tuve un sueño que me dio la respuesta antes de que supiera la pregunta. El sueño fue antes de que me ofrecieran dos trabajos distintos en los días siguientes. El sueño dejó muy claro cuál oferta aceptar, y al hacerlo me puso en la senda que me llevó a mi trabajo principal para el Señor.
En numerosas ocasiones acudí al Señor en busca de Su guía y la he recibido. He buscado soluciones por medio de la oración y las hallé. Le he pedido que me dé respuestas y lo ha hecho: al hablarme por conducto de profecías, al hablarme al corazón, al leer Su Palabra, y por medio de las circunstancias. Me ha dado guía y asesoramiento claro que, cuando lo he obedecido, ha dado buenos resultados. Sé por experiencia propia que a Dios le importa, que se interesa por mí y que interviene en mi vida.
En el Antiguo y en el Nuevo Testamento —una y otra vez— se encuentran ejemplos de la interacción de Dios con el hombre: Su intervención en los eventos; dio Su guía, asesoramiento, dirección o advertencia.
La Biblia enuncia explícitamente que deberíamos acudir a Dios para que nos oriente en la toma de decisiones; y que si lo hacemos, Él nos guiará:
Reconócelo en todos tus caminos y Él hará derechas tus veredas[1].
Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré Mis ojos[2].
En los Salmos, David expresó claramente que creía en la guía de Dios cuando oró: «Hazme oír por la mañana Tu misericordia, porque en ti he confiado. Hazme saber el camino por donde ande, porque hacia ti he elevado mi alma»[3].
Jesús dijo que si tenemos necesidad de algo, pidamos:
Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre[4].
Jesús creyó que Su Padre lo guiaría en la toma de decisiones, como resulta claro cuando eligió a los apóstoles de entre Sus discípulos:
Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Al llegar la mañana, llamó a Sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que nombró apóstoles[5].
En las Escrituras queda claro que Dios quiere interactuar con nosotros, si se lo permitimos.
Jesús también prometió que una vez que dejara físicamente la tierra, el Padre enviaría el Espíritu Santo para que habitara en los creyentes. Dijo que el Espíritu Santo viviría en nosotros.
Yo le pediré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes. En aquel día ustedes se darán cuenta de que Yo estoy en Mi Padre, y que ustedes están en Mí, y Yo en ustedes[6].
Si Dios iba a enviar Su Espíritu para que habitara en mi interior eternamente, entonces, es lógico pensar que Él se interesó en mí de manera particular, y en lo que hago y en las decisiones que tomo. Expondría el argumento de que a Él le interesa bastante. Y que no solo le interesa, sino que participa.
Veo muchas pruebas de que Dios quiere ser parte de mi vida y tener un papel activo, incluso interactivo. Él y yo trabajamos juntos. Su Espíritu —que vive en mí y me guía en la toma de decisiones— me ayuda en el camino de la vida.
En varias traducciones de la Biblia la palabra Consejero que se utiliza para describir al Espíritu Santo aparece como Ayudante. Me gusta esa imagen, que el Espíritu de Dios es mi Ayudante. Me encanta que Dios sea parte activa en mi vida, que se interese en mí, en quien soy y en lo que hago.
Estoy muy agradecido de que Dios no se limitó a darme cuerda y a ponerme a andar, sino que me dio los medios para comunicarme con Él por medio de Su Palabra y de Su Espíritu. Me encanta que Su Espíritu viva en mí.
Artículo publicado por primera vez en septiembre de 2010. Texto adaptado y publicado de nuevo en abril de 2015.
[1] Proverbios 3:6 RV 1995.
[2] Salmo 32:8 RV 1995.
[3] Salmo 143:8 RV 1995.
[4] Mateo 7:7-8 NBD.
[5] Lucas 6:12-13 NVI.
[6] Juan 14:16-17,20 NIV.
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