¿En qué fijas la mirada?
Steve Hearts
Perdí la vista poco después de nacer. De manera que cuando alguien dice que ha tenido una visión, no entiendo a cabalidad lo que quiere decir. Pero cuando se trata de mi vista espiritual, entiendo a la perfección lo que significa.
Hace poco mi fe empezó a flaquear. Las preocupaciones e inquietudes se amontonaban. Perdía los papeles y me irritaba con frecuencia. Mi mente divagaba y me parecía imposible retomar su control y disciplina. Mis oraciones dejaron de expresar fe y confianza en Jesús. En vez de eso, denotaban una actitud derrotista, insegura y tímida. El gozo que me proporciona amar y servir al Señor había disminuido considerablemente.
En ese tiempo tuve la oportunidad de viajar un poco. Precisaba apartarme del ajetreo diario y sanar mi maltrecho espíritu. Era justamente lo que necesitaba y disfruté cada momento del viaje.
Llegado el momento de volver a casa y retomar mis responsabilidades, sentí cierta aprehensión. Me imaginaba como el soldado que vuelve al campo de batalla sin haber sanado sus heridas. Le confesé al Señor: «No me siento preparado para reanudar mi trabajo. Si este es el momento que has destinado para ello, tendrás que hacerlo a través de Mí. Yo sencillamente soy incapaz».
Aguardé en silencio a que Él me diera Su respuesta.
Lo que recibí de Él fueron unas preguntas: «¿En qué fijas la mirada? ¿Tienes los ojos puestos en Mí y en Mi poder para compensar tus debilidades y flaquezas? ¿O te concentras en ti mismo y en tu condición?»
No podía negar que me había concentrado en mí mismo y en mi débil condición. No tenía excusa. Mis ojos espirituales me habían jugado una mala pasada, puesto que les había permitido hacerlo.
En ese momento recordé una canción que conozco desde niño. Pero en esa ocasión la escuché distinta. Era como si un coro de ángeles entonara la canción, llenándola de su dulce armonía. Lo que es más, no solo los escuchaba cantarla, sino que sentía su presencia alrededor mío. Sus palabras me llegaron al alma como nunca antes.
¡Oh, alma cansada y turbada
que andas en la oscuridad!
Al Salvador vuélvete y vive;
en Él hallarás libertad.
Vuélvete hacia Jesús;
contempla Su rostro y verás
que lo terrenal perderá valor
a la luz de Su gran majestad[1].
¿Era eso lo único que debía hacer? ¿Poner los ojos en Jesús? La verdad es que había permitido que los afanes y la confusión me cegaran al punto de no divisar la luz. Había apartado la mirada de la fuente de toda calma, claridad y luz. Al igual que el apóstol Pedro, había fijado la vista en mis debilidades y las condiciones que me rodeaban, en vez de mirar hacia Jesús, que siempre me guía y a quien debía seguir.
Ahora, mediante la dulce voz de Sus mensajeros espirituales, me animaba a ir hacia Él sobre el agua, al igual que ordenó a Pedro[2]. Siempre y cuando me concentrara en Él y obedeciera el compás de Su música celestial, estaría más que bien. Dispondría de fuerzas, poder y determinación para capear los temporales que se abaten sobre el océano de la vida.
El valor que me infundió esa experiencia me motivó a caminar sobre el agua y volver a casa. De más está decir que tuve que hacer frente a algunas tormentas, pero no volví a apartar la mirada de Jesús. Al observar de lleno Su gran majestad, no solo lo terrenal perdió valor, sino que Su luz celestial se intensificó. El camino que debía seguir se abrió ante mí con una claridad inusitada, algo que no me pasaba desde hacía mucho tiempo.
Ahora, cada vez que siento que mi fe y ánimo empiezan a menguar, sencillamente me hago la misma pregunta que me hizo el Señor aquel día: ¿En qué fijas la mirada?
Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
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