El valor del sacrificio
Recopilación
Hay un viejo relato sobre un soldado romano llamado Caius. Era uno de los hombres de a pie del siempre vanguardista ejército romano. Caius tenía una enfermedad que sabía que era terminal. Sabía que no había medicina o doctor, que él pudiera costear, que pudiera revertir el curso de su enfermedad. A pesar de su condición, Caius continuó sirviendo al imperio como soldado. De hecho, parecía que le importaba poco su vida y se lo encontraba con frecuencia en el corazón más sangriento de las batallas. Su razonamiento le decía que la muerte ya lo había conquistado y mejor era derrotar a la mayor cantidad posible de enemigos de roma. Y si moría en la lucha, estaba bien. Se sentiría honrado de morir por el imperio.
El comandante de Caius notó la valentía con que peleaba, y se preguntó cuál sería la razón de tanto valor. Cuando se enteró de que Caius sufría una enfermedad terminal, concluyó que un guerrero como él era muy valioso para el imperio y buscó una cura para la enfermedad de su soldado. Luego de consultar a los mejores doctores del imperio, encontraron una cura y Caius recuperó la salud.
El comandante estaba contento de haber preservado a un soldado tan valioso, un soldado que había sido clave para las victorias de la legión. Pero algo curioso le ocurrió a Caius. Ahora que podría disfrutar de una vida larga y saludable, ya no se lo veía en medio de la batalla. Como tenía algo que perder, ya no tenía la misma valentía. Su deseo de sobrevivir lo hizo menos valioso en su puesto.
Cuando uno piensa en personas que han transformado e impactado al mundo, un denominador común en sus vidas es que no pensaban solo en sobrevivir. A Jesús, Sus primeros discípulos, el apóstol Pablo, Juana de Arco, Martín Lutero, Martín Lutero King, Gandhi, Aung San Suu Kyi, Nelson Mandela y a innumerables personas se las conoce por su actitud valiente y comprometida en relación a sus creencias, sin importar el costo personal que eso implicara.
Pablo dijo: «Ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, el de compartir las buenas nuevas del evangelio de la gracia de Dios»[1]. En la mente de Pablo, lo que le dio valor a su vida no era la promesa de una vida larga y cómoda, sino cumplir con la tarea que Dios le había encomendado. Con ese fin, sufrió penalidades; lo golpearon, lo apedrearon, naufragó, lo encarcelaron y ridiculizaron, y por último, lo ejecutaron.
Lo que quería transmitir Pablo a los que lo escuchaban es que nunca experimentaremos la satisfacción de saber que Dios se sirvió de nosotros al máximo, si lo que buscamos es preservar nuestra vida. Si estamos decididos a vivir de acuerdo a nuestro llamamiento personal tendremos que estar dispuestos a sacrificarnos o arriesgarnos, pero con la recompensa de saber que Dios lo reconocerá.
Durante el proceso de su juicio, Juana de Arco dijo: «Solo contamos con una vida y la vivimos según nuestras creencias. Pero sacrificar lo que somos y vivir sin creencias es peor y más terrible que perder la vida.» Cuando Martín Lutero se encontraba frente a la Dieta de Worms (1521), dio testimonio también de su fe en sus creencias cuando declaró: «No puedo ni quiero retractarme de nada, porque actuar en contra de mi conciencia no es ni correcto ni seguro. Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa. Que Dios me ayude.»
Claro, tanto Pablo como Martín Lutero y Juana de Arco tenían un llamado especial y una habilidad divina para cumplir con sus cometidos de vida. Tal vez Dios no nos haya escogido para ser mártires, pero sí nos pide que seamos valientes.
Cuando Jesús dijo a Sus discípulos que si querían seguirlo tendrían que negarse a sí mismos y llevar su cruz[2], sospecho que los discípulos no entendieron por completo el significado de Sus palabras. Hay que recordar que ni siquiera Jesús había tomado aún Su cruz literalmente. Más tarde, cuando reflexionaron sobre lo que les había dicho, esas palabras tuvieron un impacto incluso más profundo.
En la misma charla, Jesús siguió diciendo: «Si tratas de aferrarte a la vida, la perderás, pero si entregas tu vida por Mi causa, la salvarás»[3]. He descubierto que es importante que periódicamente me pregunte si me estoy aferrando a mi vida o si la estoy entregando por Jesús.
Esto no quiere decir que debo tratar de arriesgarme más de la cuenta o imponerme cosas dolorosas, sino más bien estar segura de que no estoy dejando de hacer lo que Dios necesita que haga, sea lo que sea. Mara Hodler[4]
Abnegación
Para el cristiano, la abnegación significa renunciar a uno mismo como el centro de la existencia (lo que va contra la inclinación natural de la voluntad humana) y reconocer a Jesucristo como nuestro nuevo y verdadero centro. Significa reconocer que está muerto el antiguo yo y la nueva vida ahora está escondida con Cristo en Dios[5].
Desde el momento de nuestro nuevo nacimiento en Jesucristo, la abnegación se convierte en una práctica diaria para el resto de la vida en la Tierra[6]. […] Solo por la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo podemos aprender a negarnos a nosotros mismos. «En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad Su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo»[7].
Por medio de la diaria abnegación y de crucificar la carne, nuestra vida en Cristo crece, se fortalece y se desarrolla más y más. Ahora, Cristo se convierte en nuestra vida. Estas famosas palabras de Dietrich Bonhoeffer nos ayudan a entender el significado de la abnegación: «Cuando Cristo llama a alguien, le pide que venga y muera». Un seguidor de Jesús debe estar preparado para morir si la muerte es a donde guía el camino de discipulado: «He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí»[8]. […]
Negarte a ti mismo significa buscar el bien de otros antes de preocuparte por ti[9]. Cuando Rut siguió a Noemí, practicó la abnegación para beneficio de su suegra[10]. Cuando Ester arriesgó la vida para salvar a su pueblo, demostró su abnegación[11]. […]
Cuando estás dispuesto a sacrificar tu tiempo, energía, derechos, posición, reputación, privilegios, comodidades y hasta tu propia vida por causa de Cristo, das ejemplo de lo que significa negarte a ti mismo: «El que se aferre a su propia vida, la perderá, y el que renuncie a su propia vida por Mi causa, la encontrará»[12]. Got Questions[13]
El profundo gozo de la abnegación
Jesús nos da órdenes que podríamos llamar exigencias. Son palabras dirigidas a nosotros desde su autoridad total en el Cielo y la Tierra, todo vinculado y que forma un bello tapiz de lo que significa vivir bajo su señorío.
Sin embargo, nos seguimos preguntando cómo están conectadas. ¿Cómo las entendemos en relación la una con la otra? Tomemos por ejemplo los mandamientos de regocijarse y de renunciar. Jesús nos dice en Lucas 6:22,23 (NBLA): «Bienaventurados son ustedes cuando los hombres los aborrecen, cuando los apartan de sí, los colman de insultos y desechan su nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Alégrense en ese día y salten de gozo, porque su recompensa es grande en el cielo, pues sus padres trataban de la misma manera a los profetas».
Ese mandamiento es para regocijarse. Paradójicamente, somos bendecidos cuando somos injuriados a causa de Jesús. Y cuando eso pasa, Jesús nos dice que «en ese día» debemos regocijarnos y saltar de alegría. ¿Por qué? Porque nuestra recompensa es grande en el Cielo. […]
Entonces Jesús dice en Lucas 14:33 (NBLA): «Cualquiera de ustedes que no renuncie a todas sus posesiones, no puede ser Mi discípulo». Ese mandamiento es a renunciar. En realidad, si quieres ser un discípulo de Jesús debes renunciar a todo lo que tienes. Esa es la abnegación a la antigua usanza: detenerse, parar, dejar algo, lo que sea y todo lo que pueda impedir nuestra comunión con Dios.
Así pues, Jesús exige que nos regocijemos en nuestra esperanza celestial, y que renunciemos a todo lo que tenemos. Regocijarse y renunciar. ¿Hay una relación?
Tiene que ver con el verdadero significado de la abnegación. En What Jesus Demands from the World, John Piper explica que el mandamiento de renunciar a todo significa abandonar nuestra búsqueda de gozo eterno en las cosas terrenales. Es, como dice Jesús en Mateo 13:44, que vendemos todo lo que tenemos a fin de comprar ese campo en el que hay un tesoro de valor incalculable.
Piper escribe: «Renunciar a todo en este mundo a fin de tener a Jesús. […] La exigencia de Jesús de tener abnegación es otra forma de llamarnos a buscar radicalmente nuestro gozo más profundo y más duradero»[14].
Así pues, regocijarse y renunciar son dos caras de una misma moneda. Si vamos a regocijarnos en nuestra esperanza celestial —el hecho de que nuestra recompensa es grande en el Cielo—, debe ser porque en última instancia hemos renunciado a nuestras vanas esperanzas en las cosas de este mundo. […] Renunciamos a ellas, y ponemos la mirada en el Cielo, incluso a través de las cosas de esta Tierra, pues nuestra recompensa es grande en el Cielo. Jonathan Parnell[15]
Publicado en Áncora en agosto de 2022.
[1] Hechos 20:24 (RVR 1960).
[2] Lucas 9:23.
[3] Lucas 9:24 (NTV).
[4] Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
[5] Colosenses 3:3-5.
[6] 1 Pedro 4:1, 2.
[7] Tito 2:11-13 (NVI).
[8] Gálatas 2:20 (NVI).
[9] 1 Corintios 10:24.
[10] Rut 2:11.
[11] Ester 4:16.
[12] Mateo 10:39 (NVI).
[13] https://www.gotquestions.org/deny-yourself.html.
[14] Páginas 85, 86.
[15] https://www.desiringgod.org/articles/the-deep-joy-of-self-denial.
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