El tesoro y la perla
Peter Amsterdam
El Evangelio de Mateo contiene dos breves parábolas sobre el reino, El tesoro escondido y La perla de gran valor, que no figuran en los demás evangelios. Se trata de parábolas gemelas que enseñan el valor del reino de Dios y la alegría de descubrirlo. Echémosles un vistazo:
«El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.»[1]
A lo largo de la Historia, antes de que hubiera cajas fuertes y bancos, la gente enterraba sus objetos de valor, sobre todo en épocas de inestabilidad como durante las guerras. Josefo, antiguo historiador judío, escribió este comentario sobre el período que siguió a la destrucción de Jerusalén en el 70 d. C.: «Hallábase aun de las grandes riquezas que esta ciudad tenía, no pequeña parte entre lo que estaba derribado. Algunas cosas descubrían […] los romanos, […], las cuales habían enterrado y escondido en lo más hondo de la tierra, por no saber el fin y suceso que habían de tener en la guerra comenzada»[2].
Enterrar objetos de valor era algo que se hacía con relativa frecuencia. Si una persona (o familia) enterraba objetos de valor y se moría sin que nadie supiera dónde estaba su tesoro, este quedaba escondido hasta que alguien lo descubría. De vez en cuando uno se tropezaba encantado con un tesoro ocultado por otra persona.
Tal es el caso del hombre de la parábola. Como de costumbre con las parábolas, esta solo nos da la información necesaria para el argumento que se va a presentar. No se nos dice quién es el hombre, ni qué hacía en el campo, ni cómo encontró el tesoro, ni en qué consiste el tesoro. Lo único que sabemos es que lo descubre y lo vuelve a tapar, y a continuación compra el campo en que se encuentra.
Jesús no aborda la cuestión de si el hombre obró de forma moral al no decirle al propietario del campo que este contenía algo valioso. Según textos rabínicos que tratan de esos asuntos, da la impresión de que, por haber encontrado el tesoro, tenía derecho a él. Como no se menciona que hiciera nada malo, y como la parábola no entra en el terreno de la ética, se supone que en la manera de conducirse del hombre no debía de percibirse nada moralmente reprobable. El propósito de la parábola es mostrar la tremenda alegría del hombre cuando encontró el tesoro, hasta el punto de que estuvo dispuesto a vender todo lo que tenía para comprar el campo.
En la segunda parábola, un mercader busca perlas finas. En la Antigüedad, las perlas eran consideradas gemas muy preciosas y se les atribuía gran valor. En el mar Rojo, el golfo Pérsico y el océano Índico, había buzos que se sumergían en el agua en su búsqueda, y solo la gente rica se las podía permitir. Plinio el Viejo, escritor del siglo I, describió las perlas como los artículos de mayor valor; dijo que ocupaban «el primer lugar» y tenían «el primer rango entre todas las cosas de valor»[3]. En el Nuevo Testamento, las perlas se ponen a la par con el oro y las piedras preciosas[4].
A diferencia del hombre que tropieza en un campo con un tesoro, esta parábola nos presenta a un comerciante —muy probablemente un mayorista por la palabra griega usada— que viaja de ciudad en ciudad buscando perlas que comprar y revender. Cuando encuentra una de máxima calidad, sumamente valiosa, vende todo lo que tiene para adquirirla.
El mensaje contenido en estas dos narraciones de Jesús debió de hallar buena acogida entre diversos tipos de oyentes. Muchos debían de identificarse fácilmente con el hombre que encontró un tesoro en un campo. Podría haber sido un jornalero, un agricultor, un aparcero, un capataz, un administrador o un simple viandante. El hecho de que la venta de todo lo que tenía le da lo suficiente para comprar la propiedad muestra que no es un indigente, pero tampoco es rico. No se esperaba tropezar con algo valioso, no andaba tras ningún tesoro. Muy probablemente, muchos de los que oyeron la parábola se identificaron con él. Les habría encantado estar en su misma situación.
La segunda parábola habla a un público distinto. Es lógico que alguien con una profesión así se desplazara a los lugares donde se vendían perlas. Evidentemente debía de tener algunas riquezas para poder dedicarse a comerciar en perlas, y esta tenía un precio tan alto que para comprarla tuvo que vender todo lo que poseía. Entre el público que escuchaba a Jesús, cualquiera que se dedicara a los negocios se habría identificado con la esperanza de hacer fortuna de resultas de tomar un riesgo económico y salir ganando.
El argumento de tropezarse con un tesoro escondido y tomar los riesgos necesarios para adquirirlo le da emoción al relato, lo mismo que viajar a lugares exóticos, descubrir una magnífica oportunidad y aprovecharla con éxito. Estas narraciones cautivaban a las personas y las llevaban a pensar en la alegría de descubrir riquezas inefables.
Si bien el descubrimiento de los objetos de valor se hizo de manera distinta —en un caso, insospechadamente; en el otro, a consecuencia de una cuidadosa búsqueda—, ambos hombres tuvieron que actuar con decisión para adquirirlos. No fue todo descubrir los tesoros: tuvieron que vender y luego comprar, y fue únicamente realizando esas acciones que llegaron a poseer los objetos de valor. En ambas parábolas, los hombres se vieron ante oportunidades únicas cuyo aprovechamiento exigía una acción importante. Su decisión y el riesgo que asumieron cambiaron su vida.
¿Qué es lo que se pretende ilustrar mediante estas parábolas? Jesús dice que el reino de los Cielos es como quien encuentra algo de gran valor y se arriesga para obtenerlo. El descubrimiento es emocionante, y hay conciencia de su valor y de lo mucho que costará obtenerlo. Teniendo en cuenta su valor y la alegría de poseerlo, vale la pena venderlo todo para conseguirlo.
Entrar en el reino de Dios gracias al sacrificio y la resurrección de Jesús, convertirnos en hijos de Dios y tener Su Espíritu en nuestro interior es por un lado emocionante y por otro valioso. Encontrar el reino es hallar un tesoro que vale la pena adquirir a cualquier precio. En ambas parábolas, los hombres lo vendieron todo para adquirir uno el campo y otro la perla; para ganar un valioso tesoro. De la misma manera, merece la pena darlo todo por el reino de Dios. El elevado costo debe analizarse a la luz de la incalculable ganancia.
Tal como explicó el apóstol Pablo: «Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a Él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo y ser hallado en Él.»[5]
Lo que más debemos valorar es conocer a Cristo y formar parte del reino de Dios. El concepto de vender todo lo que uno tiene para obtenerlo refleja la verdad de que ningún costo es excesivo con tal de obtener el reino. Por entrar en el reino vale la pena renunciar a todo lo demás. Si bien poner a Dios en el centro de nuestra vida tiene su costo, bien vale la pena por la alegría eterna y el inconmensurable valor de formar parte del reino.
Publicado anteriormente el 27 de julio de 2015. Adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2021.
[1] Mateo 13:44-46.
[2] Josefo, Las guerras de los judíos, libro séptimo, capítulo XXIV.
[3] Arland Hultgren, The Parables of Jesus (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2000), 420.
[4] 1 Timoteo 2:9.
[5] Filipenses 3:7-9.
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