El sentido de los altibajos de la vida
Recopilación
Esas historias donde los principales personajes son felices, exitosos y llevan vidas libres de estrés, no suelen cautivar a sus lectores ni convertirse en éxitos de superventas. Si la vida del protagonista ya es perfecta, ¿cuál es el punto de la trama? En claro contraste, una intriga que —por ejemplo— sigue las vivencias de un hombre acusado de un crimen que no ha cometido, que es encarcelado durante años y que finalmente resuelve escapar para hacer frente a sus acusadores, decidido a limpiar su nombre, etc., capta nuestra atención. El desarrollo de la trama nos mantiene en vilo. Sentimos curiosidad de saber si al final todo se arreglará. Casi sin quererlo, deseamos que haya un final justo y feliz para los personajes en el relato gracias a los altibajos que viven.
Pero en la vida real, muchos no sentimos mayor interés por los altibajos que vivimos. Deseamos poder evadirlos, o poner nuestra vida en avance rápido hasta llegar a las partes buenas, la parte en que vivieron felices para siempre, en que uno cabalga triunfante por encima de los obstáculos hacia una radiante puesta de sol, mientras en el fondo una orquesta toca música apoteósica. Pero son los altibajos que el protagonista del relato vive antes de la escena final lo que da sentido al libro o a la película. De lo contrario, las producciones cinematográficas durarían 10 minutos, en vez de un par de horas en promedio.
Si bien algunos directores y guionistas incluyen escenas desgarradoras solo para cautivar al auditorio, no he conocido a nadie en la vida real que no haya vivido desgracias o altibajos. Estos se manifiestan de mil maneras. Podría tratarse de una depresión, producto de inconvenientes que no parecen mejorar; impaciencia hacia situaciones o personas que no cumplen con nuestras expectativas, o de una terrible tragedia. Entonces los momentos felices de la vida parecen relegados al pasado o postergados a un futuro de incierta esperanza.
El Salmo 139:16 (NVI) dice: «Todos mis días se estaban diseñando [Dios lo hacía], aunque no existía uno solo de ellos». Y sabiendo que toda persona pasa por momentos difíciles en la vida, Dios debe considerarlos experiencias beneficiosas para nuestro espíritu. Sabe que darán un valor añadido a la escena final de nuestra película.
Nelson Mandela fue encarcelado por espacio de 27 años antes de erigirse como líder de Sudáfrica, en uno de los momentos más cruciales de la historia del país. Sin duda que durante el tiempo que pasó en prisión vivió algunas de las experiencias más difíciles de su vida. Pero durante esos 27 años en prisión, nunca perdió la esperanza en su país y en su causa. Aprovechó el tiempo en prisión para estudiar y prepararse; y cuando llegó el momento, estaba listo. Esos 27 años tras las rejas fueron muy importantes. Ese tiempo en la cárcel contribuyó a convertirlo en el dirigente que su pueblo necesitaba.
Ese debe ser uno de los motivos por los que atravesamos momentos difíciles: nos impulsan a pensar en nuestro propósito y en las cosas que realmente importan. Nos pueden hacer reflexionar sobre lo que Dios quiere de nosotros y para nosotros. Si permitimos que dichas ocasiones obren en nuestra vida, nos otorgan perspicacia, guía, orientación y lecciones importantes.
En pocas palabras, las dificultades y situaciones de apuro nos enseñan lecciones que no aprendemos en temporadas en que todo marcha bien. Sacan a relucir nuestra entereza y nos recuerdan lo que realmente importa. Puede que nunca llegue a disfrutar de los momentos de adversidad y aflicción. Pero al sacar enseñanzas de ellos, empiezo a entender que son el sendero por el que Dios me dirige a un nuevo punto en mi existencia y crecimiento espiritual.
Las palabras de este Salmo me han sido de gran consuelo en momentos de apuro: «Puse en el Señor toda mi esperanza; Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano; puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme. Puso en mis labios un cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios.»[1]
La vida sigue después de esas crisis, pero al pasar por ellas, Dios puede darnos una nueva canción. T.M.[2]
Festín de gusanos
Eran las 6:30 de la mañana. Me había levantado temprano y me encontré con un día lluvioso justo cuando nuestro clan familiar había planeado una excursión. La lluvia en sí no me importaba tanto. Sin duda que la tierra la necesitaba. Eché un vistazo al jardín. Me fijé en un pajarillo color café que iba dando saltitos y escudriñaba el suelo húmedo con la esperanza de hallar un carnoso festín en la figura de un desventurado gusano a punto de ahogarse.
En ese momento me sentí como un pobre gusano. En los meses anteriores, densos nubarrones se habían ido arremolinando en torno a mi pequeña familia. Nuestro hijito sufría un atraso en su desarrollo que afectaba su felicidad cotidiana y derivaba en angustiosas rabietas producto de su frustración. A menudo despertaba gritando en medio de la noche. En otros momentos era un chiquillo tierno, sensible, afectuoso y encantador. Pero estaba claro que teníamos que averiguar a qué obstáculos concretos se enfrentaba a fin de satisfacer mejor sus necesidades, que cada día eran mayores. Precisábamos hacerlo cuanto antes, mientras todavía era pequeño y dócil, antes que se hicieran presentes en su vida los efectos secundarios —y a veces trágicos— de la escasa autoestima y la depresión.
Para colmo, cuatro días antes habíamos recibido la noticia de que en poco tiempo mi marido se quedaría sin trabajo. A raíz de ello tendría que conseguir un nuevo empleo, y nos tocaría cambiar de casa. Yo antes me lanzaba a situaciones desconocidas con grandes expectativas. Recorría el mundo y perseguía mi destino por doquiera que me llevara el viento. Esta vez, sin embargo, me intimidó tener que hacer un cambio tan importante durante un período decisivo en la vida de mi hijo.
Por cuatro días —que me parecieron cuatro años— me aferré hora tras hora a alguna pequeña esperanza, a algún pasaje de las Escrituras o frase de aliento que me ayudara a hacer frente a aquel aluvión de contratiempos. A lo largo de la Historia, muchos hombres y mujeres admirables pasaron por épocas oscuras y difíciles y luego escribieron anécdotas, poemas o himnos en los que relataron sus experiencias. Pues bien, me aferré a esas frases y composiciones tranquilizadoras. A veces me ponía a repetir un verso —como si se tratara de un mantra—, para no perder el aplomo mientras atendía a mis hijos y las tareas domésticas. Vale decir que me dio buenos resultados.
Mientras observaba aquel pajarillo marrón desde la puerta, escuché una voz reconfortante que he llegado a conocer muy bien: la de mi Salvador. Me dijo: «No eres un gusano, querida; eres el pajarito. Las lluvias y tormentas que he permitido que se abatan sobre tu mundo te han servido un festín. De no haber sido así, habrías tenido que ponerte a escarbar a picotazos.» De repente mi perspectiva cambió. En aquel momento de aparente oscuridad y agobio, Jesús nos estaba ofreciendo un festín espiritual. Los manjares que normalmente habríamos tenido que desenterrar salían a la superficie por sí solos, obsequios como una relación más estrecha con Jesús y con los demás, un mayor aprecio por nuestros amigos y familiares, y un deseo ferviente de encomendar todos los días a Jesús nuestras necesidades y aprensiones.
¿Escampó finalmente? Todavía no. Si bien algunas de nuestras oraciones han obtenido respuesta —mi marido ha conseguido otro empleo y nos hemos mudado de casa—, lo cual ha sido muy alentador, aún nos enfrentamos a grandes dificultades en otros aspectos. Pero seguimos siendo pajarillos alegres y contentos incluso en medio de la lluvia, porque, aunque parezca extraño, nos estamos dando ¡un festín de gusanos! Megan Dale
Nuestro pronto auxilio
La Biblia dice que Dios está cercano a los quebrantados de corazón[3] y que es nuestro pronto auxilio en las tribulaciones[4]. Él es mucho más que un paño de lágrimas y hace más que darnos la mano. Es capaz de penetrar hasta los rincones más recónditos de nuestra alma. Puede aliviar nuestro dolor y sufrimiento, y colmarnos de amor, paz, consuelo y hasta alegría a pesar de las circunstancias que nos toquen vivir. Al proyectar sobre tus lágrimas la luz de Su Palabra, éstas adquieren los colores del arco iris. Es como cuando sale el sol después de la lluvia, o como la luz al final de un túnel. En los momentos más difíciles, Sus Palabras —tanto las que están registradas en las Escrituras como las que Él te hable al pensamiento— cobrarán vida para ti. Basta con que hagas el esfuerzo de recibirlas. Rafael Holding
Publicado en Áncora en marzo de 2022.
[1] Salmo 40:1–3.
[2] Este artículo es un podcast adaptado que se publicó en Solo1cosa, una página web cristiana que promueve el desarrollo personal de los jóvenes.
[3] Salmo 34:18.
[4] Salmo 46:1.
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