El gran amor que el Señor tiene por nosotros
María Fontaine
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Abre mis ojos a la luz,
muéstrame la verdad, Jesús.
Dame la llave, líbrame Tú.
Llévate toda mi inquietud.
Busco en silencio ver Tu faz.
Hazme saber Tu voluntad.
Con Tu Espíritu de paz,
¡alúmbrame!
Abre mi oído a Tu verdad.
Háblame con gran claridad.
Todo lo falso, toda invención,
se desvanece con Tu voz.
Busco en silencio ver Tu faz.
Hazme saber Tu voluntad.
Con Tu Espíritu de paz,
¡alúmbrame!
Abre mis labios y hable yo
con alegría de Tu tierna verdad.
Abre mi pecho y llénalo.
Que se desborde con Tu amor.
Busco en silencio ver Tu faz.
Hazme saber Tu voluntad.
Con Tu Espíritu de paz,
¡alúmbrame!
Clara Scott, 1841-1897
Gracias, Señor, por ese bello himno que expresa tan bien nuestros deseos. Gracias por las escrituras que preparaste para nosotros, esas palabras que podemos cantar y que podemos decir que han sido inspiradas por Tus santos a través de los tiempos. No tenemos que depender de nuestras propias palabras, inadecuadas, sino que al acudir a Tu Palabra hallamos alabanzas a Ti y enseñanzas. Además podemos entonar estos hermosos cánticos de alabanza. Estamos muy agradecidos por la manera en que Tus Santos nos han transmitido esas canciones y han bendecido así a muchas generaciones.
Podemos adaptar esos himnos de forma tal que los cantemos a Jesús en lugar de que simplemente hablen acerca de Él. No conozco la razón, pero muchos himnos de la fe cristiana solo hablan sobre Jesús en vez de dirigirlos a Él. Tal vez se deba a que se escribieron más como un testimonio para llevar a la gente al Señor en vez de como una oración dirigida a Jesús.
El amor que el Señor tiene por nosotros es muy grande y lo manifiesta de muchas formas. Todos los días vemos muestras del gran amor de Dios, pero hay una ilustración en particular que me ha impresionado últimamente: la manera tan amorosa en que el Señor nos ha perdonado sin reparo alguno y por completo por nuestros pecados y fallos. Cuando confesamos nuestros pecados, es muy amoroso al aceptar nuestro arrepentimiento y perdonarnos con tanta benevolencia. El amor del Señor se manifiesta grandemente en lo misericordioso que es con nosotros cuando cometemos un error, tropezamos y fallamos. Es magnífico darse cuenta de lo amoroso que Él es a pesar de nuestros pecados.
Lo sorprendente es que el Señor se fija en nuestro arrepentimiento y Su perdón, en vez de en nuestro pecado. Su Palabra nos dice: «Tú, Señor, eres bueno y perdonador; grande es Tu amor por todos los que te invocan»[1]. Y Dios es fiel y justo para perdonar todos nuestros pecados cuando se los confesamos a Él[2]. La manera en que el Señor nos trata es un magnífico ejemplo de la forma en que nosotros debemos tratar a los demás.
Cuando alguien falla y comete errores —incluso en casos en que peca a propósito—, si se arrepiente, tenemos que amarlo tal como nos ama Jesús, y perdonarlo tal como lo hace Jesús con nosotros. Ello quiere decir aceptar su arrepentimiento y amarlo y alentarlo a retomar el rumbo. Todos debemos aprender eso.
Es posible que nos parezca que hemos fallado tantas veces, que nos quedamos cortos, o que no somos capaces. Eso puede quitarnos el gozo del Señor, agobiarnos y hacernos pensar que no podemos lograr mucho para Él, porque no somos lo bastante buenos, no somos capaces. Esas cosas nos pesan, nos oprimen y nos abaten, además de no dejarnos experimentar el gozo que debería proporcionarnos nuestro servicio al Señor.
Por lo visto, muchos de nosotros tenemos tendencia a pensar negativamente de nosotros mismos o preocuparnos de que no guardamos una relación tan estrecha con el Señor, o que nos hallamos atrasados en nuestro crecimiento espiritual, o que en alguna medida desilusionamos al Señor y a los demás. Es una lástima que nos sintamos así, cuando el Señor nos ama tanto y constantemente nos reafirma Su amor. En Su Palabra, el Señor ha dicho muchas cosas bellas dirigidas a cada uno de nosotros.
Me parece que para algunas personas —tal vez para muchas personas— los pensamientos negativos constituyen un hábito. Es el concepto que tenemos de nosotros mismos. Es una actitud que tenemos arraigada en el corazón y la mente y que debemos superar. Por Su Palabra, sabemos que el Señor quiere que tengamos pensamientos positivos, alentadores, que edifiquen la fe[3].
Claro que el Señor quiere que seamos humildes y no tengamos un concepto tan elevado de nosotros mismos que nos volvamos soberbios. Pero no debemos equiparar tener pensamientos negativos acerca de nosotros mismos con ser humildes. Debemos hallar un término medio y tener cuidado para que al andar con humildad no caigamos en un concepto negativo de nosotros mismos. En nuestra vida y actitudes debemos generar una confianza sana —que se base en nuestra fe en Dios y confianza en Su Palabra—, lo que la Biblia nos dice que tiene una gran recompensa[4].
Día tras día y momento a momento, el Señor nos demuestra el gran amor que nos tiene. Debemos aceptar ese amor y no dejar que opiniones negativas que tengamos de nosotros mismos nos impidan recibirlo. Esos son pesos que nos hundirán y nos impedirán hacer todo lo posible por el Señor y aceptar por fe todo lo que Él tiene para nosotros.
Cuando comprendemos lo mucho que nos ama, eso cambia por completo nuestra perspectiva de la vida y nuestra forma de relacionarnos con los demás. El hecho de sentirnos amados nos proporciona seguridad, y en consecuencia podemos amar a los demás. Cuando nos sentimos seguros del amor del Señor, aceptamos Su amor incondicional y somos conscientes de Su presencia constante en nuestra vida, podemos salir al encuentro de los demás y amarlos. Jesús dijo: «Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente»[5].
La Biblia nos dice que «no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida [nos] ha liberado de la ley del pecado y de la muerte»[6]. ¡Qué promesa tan bella a la que podemos aferrarnos! Una muestra maravillosa del amor y la compasión que el Señor quiere que demostremos a los demás.
Creo que a veces muchos de nosotros pasamos momentos en los que nos sentimos que no estamos a la altura o que ya no contamos con el favor de Dios. Puede ser muy difícil en esos casos convencerse del amor de Jesús. Pero el Señor quiere que cada uno de nosotros experimente Su amor de una forma profunda y personal, no solo porque quiere que estemos más cerca de Él, sino porque quiere que vayamos al encuentro de los demás como Sus embajadores y les brindemos amor. Y a fin de amar y llevar a otros al Señor, debemos saber sin sombra de duda que Él nos ama incondicional y eternamente. Debemos tener confianza en Su amor, de modo que ese amor pueda desbordarse a los demás, y que podamos dar testimonio a otras personas.
Para relacionarnos con los demás tal como el Señor quiere, necesitamos sentirnos seguros y tener confianza en Su amor, y descansar en el conocimiento de que Su amor es incondicional y que ha prometido amarnos eternamente.
Publicado por primera vez en marzo de 1995. Adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2022. Leído por Miguel Newheart.
[1] Salmo 86:5 (NVI).
[2] 1 Juan 1:9 (NVI).
[3] Filipenses 4:8.
[4] Hebreos 10:35.
[5] Mateo 10:8 (NVI).
[6] Romanos 8:1,2 (NVI).
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