El poder de una vida transformada
Recopilación
Si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! 2 Corintios 5:17[1]
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Mediante el bautismo fuimos sepultados con Él en Su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. Romanos 6:4[2]
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El propio Jesús y los primeros discípulos no dieron tan solo un mensaje de perdón de los pecados, sino más bien uno de vida nueva, que por supuesto incluía el aspecto del perdón, así como el de Su muerte por nuestros pecados. Pero esa vida nueva abarcaba mucho más. Salvarse era ser «librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de Su amado Hijo», como dice Colosenses 1:13. Los que estamos salvados tenemos un orden de vida distinto del de los que no lo están. Hemos sido llamados a vivir en un mundo diferente. […] Apartarse de los comportamientos anteriores por la fe y la esperanza en Cristo es la primera expresión natural de haber recibido vida nueva. Y esa vida puede llegar a tener la misma calidad que la de Cristo, porque de hecho es la de Cristo. En realidad, es Él quien vive en nosotros. La encarnación se repite. Dallas Willard
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Te pedimos que vivas en nosotros, que no seamos nosotros los que vivamos, sino Cristo en nosotros[3], manifestándose en nosotros y a través de nosotros. Señor, santifícanos. ¡Que Tu Espíritu venga a nosotros y empape cada una de nuestras facultades, domeñe cada una de nuestras pasiones y se valga de toda nuestra capacidad natural para llevarnos a obedecer a Dios! Ven, Espíritu Santo. Con frecuencia nos has cubierto con Tu sombra. Ven y poséenos más plenamente. […] Toma nuestro corazón, nuestra cabeza, nuestras manos, nuestros pies, y sírvete de todo nuestro ser. Toma nuestro caudal: no dejes que nos lo guardemos ni que lo gastemos en nosotros mismos. Toma nuestro talento: no permitas que adquiramos educación únicamente para tener fama de eruditos, sino haz que toda ganancia mental sea con el fin de servirte mejor. C. H. Spurgeon
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Es tan radical la transformación instantánea, milagrosa y sobrenatural que se produce en la mente, alma y vida de una persona, por el poder del Espíritu de Dios, cuando acepta a Su Hijo Jesús en su corazón, que la Palabra de Dios la compara a un renacer espiritual. Ese hijo de Dios que acaba de nacer entra entonces por primera vez en un universo totalmente distinto e inicia una flamante vida nueva en el increíble reino espiritual de Dios.
Esas experiencias de renacimiento o conversión constituyen un milagro de Dios que ha sido muy común a lo largo de la Historia. Jesús lo llamó «nacer de nuevo» de Su Espíritu; y Pablo se refirió al nuevo nacimiento, con el que «las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas», y dijo: «Nuevas criaturas sois en Cristo Jesús». La Biblia también habla de despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo. En muchos casos, el auténtico cambio de personalidad que se produce es tan notable que la Palabra de Dios compara esa transformación con la muerte y sepultura de lo viejo y la resurrección de lo nuevo a una existencia y un modo de vivir enteramente distintos[4].
Cuando Jesús se hace parte de nuestra vida, no solo nos renueva, purifica y regenera el espíritu, sino también el pensamiento. Desmantela antiguas conexiones y reflejos, y gradualmente reconstruye nuestra mente hasta convertirla en una nueva computadora, dándonos un concepto netamente distinto de la vida, un nuevo modo de ver el mundo y nuevas reacciones ante casi todo lo que nos rodea.
Cambia toda nuestra vida, nuestro temperamento, nuestra mentalidad, nuestros sentimientos y todo lo demás. Suele ocurrir que nuestra actitud, nuestros deseos y aspiraciones se vuelven muy distintos de los que teníamos antes. He oído afirmar a algunos que hasta la hierba les parecía más verde, el cielo más azul, los árboles más hermosos, la luz del sol más espléndida y radiante, y que les daba la impresión de haber entrado en un mundo enteramente nuevo, un paraíso terrenal comparado con la vida que llevaban anteriormente. ¡Es así de fabuloso! David Brandt Berg
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Que cada respiración nuestra sea para Ti. Que cada minuto lo usemos para Ti. Ayúdanos a vivir de verdad mientras vivimos. Y mientras andamos ocupados en el mundo como debe ser, porque hemos sido llamados a ser diligentes, ayúdanos a santificarlo para Tu servicio. Que seamos pedazos de sal en medio de la sociedad. Que nuestro espíritu, nuestro temperamento y nuestras conversaciones sean celestiales. Que ejerzamos influencia y que esta afecte positivamente al mundo antes de que lo abandonemos. Señor, óyenos en esto. C. H. Spurgeon
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¿Qué cambio, entonces, trajo Él a toda la masa humana? Solo este: que la transformación en hijos de Dios, la transición de cosas creadas a cosas engendradas, el paso de la vida biológica temporal a la vida eterna espiritual, ya ha quedado resuelto para nosotros. En principio, la humanidad ya está salvada. Cada uno de nosotros tiene que apropiarse de esa salvación. Pero la parte realmente difícil —ese poquito que no podíamos hacer solos— ya está hecha. No hace falta que escalemos con esfuerzo para alcanzar la vida espiritual: esta ya ha descendido al nivel de la especie humana. Si tan solo nos abrimos al único Hombre en quien estaba plenamente presente y que, a pesar de ser Dios, es también verdadero hombre, Él lo hace en nosotros y por nosotros.
Cuando los cristianos dicen que la vida de Cristo está en ellos, no se refieren a un concepto mental o moral. Cuando hablan de estar «en Cristo» o de que Cristo está «en ellos», no es meramente una manera de decir que están pensando en Cristo o imitándolo. Quieren decir que Cristo obra realmente a través de ellos; que la biomasa de toda la cristiandad es el organismo físico a través del cual Cristo actúa; que somos Sus dedos y músculos, las células de Su cuerpo. C. S. Lewis
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Jesús y los primeros apóstoles anunciaron una salvación radicalmente distinta de la que se predica hoy en día. Hablaron de una vida del reino de Dios que englobaba toda la existencia humana, tanto aquí como en el más allá. Su mensaje abarca un horizonte de 360°. […] La salvación que hay en Jesucristo constituye un nuevo orden de vida. Es una vida, y cuando tenemos esa vida, esa zoé[5], la muerte física se convierte meramente en una pequeña transición de esta vida a la vida por excelencia. Dado que en Cristo nos convertimos en seres espirituales imperecederos, con un destino eterno en el gran universo divino, es lógico que anhelemos la mayor expresión de esa vida que hallaremos en el Cielo; pero debemos centrar nuestra atención en el nuevo orden de vida que tenemos ahora mismo en Cristo Jesús.
La cuestión de fondo no es tanto llegar al Cielo, sino más bien llevar el Cielo dentro. […] El audaz objetivo de la vida cristiana es una reconstrucción de nuestra personalidad interna, de manera que refleje cada vez más la bondad y la gloria de Dios y se ajuste cada vez más radiantemente a la vida, la fe, los deseos y los hábitos de Jesús. Richard J. Foster[6]
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Esta vida no es piedad, sino el proceso de volverse piadoso; no es salud, sino restablecimiento; no es ser, sino volverse. Ahora no somos lo que seremos, pero nos estamos acercando. El proceso no ha terminado, sino que prosigue activamente. Esa no es la meta, pero es el buen camino. Actualmente no todo brilla y reluce, pero todo está siendo limpiado. Martín Lutero
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Todos los fundadores de grandes movimientos religiosos como el budismo, el islam o el confucianismo murieron hace siglos. Lo que queda son los libros que escribieron; no así con Jesús ni con el Evangelio. El Evangelio es una obra en curso de intervención divina que ha restablecido la vida de Dios —Su presencia— en la experiencia humana, y eso se logró únicamente mediante la vida, muerte y resurrección de Su Hijo Jesucristo. Es el Cristo vivo, levantado de entre los muertos, el que da energía, poder y sustancia al Evangelio. No se trata de un simple maestro en el que debemos confiar, al que debemos obedecer, sino la vida misma que transforma nuestra vida y nos capacita, por Su Espíritu que mora en nosotros, para vivir como Dios quiere que lo hagamos. Charles Price
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Él es la energía y la vida del universo, que la propia Biblia llama amor, porque «Dios es amor»[7], el mismísimo espíritu del amor, amor verdadero, eterno, real, amor auténtico e inagotable, procedente de un Amante que nunca abandona, el Amante por excelencia, Dios mismo.
Lo vemos reflejado en Su Hijo Jesucristo, un hombre que amó a todo el mundo, aun a los más pobres y a los peores, incluso a Sus creídos e hipócritas enemigos religiosos. Toda Su vida procuró hacer el bien y ayudar al prójimo, aun a los borrachos y a las rameras, a los publicanos y a los pecadores, y en ciertos casos hasta a los escribas y fariseos, quienes finalmente lo crucificaron por Su peligrosa doctrina de amor. De todas maneras, Su muerte da vida, perdón y gozo eterno a quienes le corresponden con amor.
¡Él es el Amante por excelencia, que vino por amor, vivió con amor y murió por amor para que nosotros pudiéramos vivir y amar eternamente! Ama incluso a los menos atractivos y a los que son más difíciles de amar, los cuales se vuelven hermosos cuando Él los toca con amor. Pero no tiene otras manos que las tuyas, ni otros labios que los tuyos, ni otros ojos que los tuyos, porque tú eres Su cuerpo, Su esposa por la que murió para que vivieras y amaras a los demás como Él lo hizo, y entregaras tu vida por ellos como Él entregó la Suya por ti, ¡y hasta murieras por ellos como Él murió por ti! David Brandt Berg
Publicado en Áncora en agosto de 2014. Traducción: Jorge Solá y Antonia López.
[1] NVI.
[2] NVI.
[3] Gálatas 2:20.
[4] Juan 3:1–8; 2 Corintios 5:17; Efesios 4:22–24; Romanos 6:3–11.
[5] Zoé significa vida en griego.
[6] Salvation Is for Life.
[7] 1 Juan 4:8.
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