El fondo para eventualidades
de Dios
Recopilación
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Cuando Moisés bendijo a las tribus de Israel antes de morir, la tribu de Aser recibió, entre otras promesas: «Hierro y metal tu calzado»[1]. Suena bastante extraño, pero una breve acotación geográfica le brinda sentido. Buena parte de la porción de tierra heredada por la tribu de Aser eran montañas y formaciones rocosas. Las sandalias de la época —confeccionadas con madera y cuero— no soportaban el desgaste causado por piedras afiladas y puntiagudas. Precisaban calzado adecuado. De ahí la promesa: «Hierro y metal tu calzado».
Aquella antigua promesa ofrece sugerencias relevantes. Para empezar, anuncia los caminos escabrosos que franquearemos antes de llegar a nuestro destino. De lo contrario, ¿qué sentido tendría portar calzado de metal? Si los derroteros de la vida nos llevaran por suaves praderas, toda zapatilla serviría. Nadie se calza suelas metálicas para dar un paseo tranquilo. En segundo lugar, la porción de tierra heredada por la tribu de Aser no fue accidental. Fue elegida por Dios. Las condiciones, el entorno y las circunstancias que ordena Dios para Sus hijos no son al azar. Todo está en manos de Dios. Por lo mismo, no cabe duda de que las dificultades y rigores que recaen sobre nosotros forman parte del plan divino y producen el crecimiento necesario en la vida de cada persona.
La promesa del calzado de hierro es única a quienes franquean caminos escabrosos. No para quienes pasean por suaves praderas. Es una promesa de consuelo para quienes enfrentan grandes dificultades. Se sabe que los favores divinos se reciben en proporción a las dificultades. Dios provee lo necesario para el azaroso camino. Los herederos de promesas divinas son quienes recorren caminos agrestes y tempestuosos. El paralelismo hebreo incluye la misma promesa en las palabras finales del versículo. Eso sí, sin la figura representativa: «Como tus días serán tus fuerzas»[2]. No cabe duda de que quienes recorren caminos ásperos reciben mayor ayuda que otros. Existe una delicada conexión entre la necesidad humana y la gracia divina. Las temporadas de dificultad conllevan mayor gracia que los días tranquilos y amables. La oscuridad de la noche es iluminada por brillantes estrellas, desapercibidas en el fulgor del día. La alegría, ajena de dolor, es incapaz de producir dulce consuelo. Los caminos escabrosos producen calzado de hierro.
Pero el antiguo proverbio ofrece un segundo cariz: cada experiencia tormentosa lleva consigo la bendición divina. Casi nunca se recibe de antemano. Las botas de hierro no se calzaban sino hasta llegar a pasos peñascosos. No había necesidad de usarlas hasta entonces.
Muchísimas personas imaginan el futuro con preocupación. Se preguntan con ansiedad la manera en que superarán ciertas experiencias difíciles. Sin embargo, conviene aprender de una vez por todas que la Biblia no incluye promesas de provisión para necesidades futuras. Dios rara vez nos infunde fuerzas para las pruebas del mañana. Todo lo contrario. Una vez llegado el conflicto, se recibe la unción para la batalla: «Como tus días serán tus fuerzas».
Algunas personas se ponen a prueba constantemente. Se preguntan: «¿Podré superar la muerte de un ser querido? ¿Tendré la gracia suficiente para acatar con humildad la voluntad de Dios, aunque me arrebatare mi tesoro más preciado? ¿Tendré el valor de enfrentar la muerte sin temor?» Pero esas inquietudes son producto de la necedad. No hay promesa de gracia para superar la prueba cuando no hay prueba que superar. Dios no nos promete fuerzas para sobrellevar grandes cargas antes de recibirlas. La ayuda para soportar la tentación no se promete antes de enfrentarla. La gracia para morir no es garantía cuando la muerte es una idea lejana y el deber presente es vivir.
Se cuenta el relato de un naufragio que ilustra este concepto. Los tripulantes y pasajeros de un navío se vieron obligados a abandonar la nave y hacerse a la mar en pequeños botes. El mar estaba embravecido. La navegación de los sobrecargados barquitos precisaba de muchísimo cuidado. No se trataba de olas comunes y fáciles de sortear, sino de enormes olas transatlánticas. El desánimo se apoderó de todos al ver que la noche se aproximaba. Se preguntaban qué hacer cuando las tinieblas les impidieran ver las terribles olas. Pero para su alegría, al caer la noche descubrieron que se encontraban en aguas fosforescentes. La creciente luz en cada amenazante ola facilitó la visión y les permitió llegar a puerto seguro.
De la misma manera, las temidas experiencias de la vida encierran la luz que ahuyenta el peligro y el temor. La tristeza de la noche es acompañada por la alegría del consuelo. La hora de la debilidad encierra el secreto de la fuerza. El pozo de la amargura brota junto al árbol que brinda dulzura a sus aguas. El hambre y la necesidad del desierto son aplacadas por el maná que cae del cielo. En la oscuridad del huerto de Getsemaní, donde la tristeza supera toda capacidad humana, aparece un ángel que ministra las fuerzas necesarias para alcanzar la victoria.
La moraleja es que no podemos avanzar en el peregrinaje de la vida sin Cristo. Pero con Cristo a nuestro lado, podemos afrontar todo lo que nos deparen los días y las épocas por venir. J. R. Miller[3]
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Con demasiada frecuencia, imaginamos el refugio contra la tormenta como un techo sobre la cabeza, un plan de retiro, una cuenta bancaria o —como mínimo— una paga de la seguridad social. Pero las posesiones materiales desaparecerán. En el Antiguo Testamento, Job habla sobre llegar al mundo carente de posesiones y abandonarlo de la misma manera. A decir verdad, la Biblia nos asegura que no nos llevaremos nada de este mundo.
El maravilloso axioma entre los tres mayores deseos de la mayoría de la gente —felicidad, libertad y paz mental— es que, quienes tienen la suficiente fortuna de reunirlos, descubren en ellos una clase de refugio. La vida que llevamos y los amigos que hacemos también se convierten en refugios.
Mi padre me habló de la necesidad de construir un refugio, pero nunca especificó a qué clase de refugio se refería. Debía descubrirlo por mi cuenta. Pero me indicó la dirección correcta.
No creo que se refiriera a la construcción de cuatro paredes cuando me instó a crear un lugar seguro contra la tormenta. Me parece que se refería a un refugio más duradero. En pocas palabras, estoy seguro de que me hablaba sobre asegurar un lugar en el cielo.
Gracias a Cristo, he construido para mí ese refugio. John Wooden y Jay Carty[4]
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La Palabra de Dios y Sus garantías no tienen restricción ni limitación ni exigen más requisito que nuestra fe. Él no está limitado por el tiempo, ni por el espacio, ni por países ni lugares. «Para siempre permanece Su Palabra en los cielos», Sus promesas son para siempre[5]. Nuestro futuro es tan halagüeño como las promesas de Dios, siempre y cuando le obedezcamos y confiemos en Él.
Cuando le obedecimos, Él guardó Sus promesas, cumplió lo que ha garantizado y suplió todo lo que nos falta conforme a Sus riquezas en gloria. Solo tenemos que depender de Dios y de Sus riquezas. Él es un Dios grande que tiene unas riquezas enormes y no falla jamás. David Brandt Berg
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Y el que da semilla al que siembra y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera y aumentará los frutos de vuestra justicia. 2 Corintios 9:10[6]
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Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis. La vida es más que la comida, y el cuerpo más que el vestido. Considerad los cuervos, que ni siembran ni siegan; que ni tienen despensa ni granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves? ¿Y quién de vosotros podrá, con angustiarse, añadir a su estatura un codo? Pues si no podéis ni aún en lo que es menos, ¿por qué os angustiáis por lo demás?
Considerad los lirios, cómo crecen: no trabajan ni hilan, pero os digo que ni aún Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Lucas 12:22-28[7]
Publicado en Áncora en julio de 2014. Leído por Andrés Nueva Vida.
Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
[1] Deuteronomio 33:25
[2] Deuteronomio 33:25
[3] Making the Most of Life (T.Y. Crowell & Co, 1891)
[4] Coach Wooden One-on-One (Regal Books, 2009)
[5] Salmos 119:89
[6] Versión Reina-Valera
[7] Versión Reina-Valera
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