Curación divina: Un toque de gracia
Peter Amsterdam
Al encargar a Sus discípulos la Gran Comisión de ir por todo el mundo y predicar el Evangelio, Jesús también dijo que estas señales seguirían a todos lo que creyeran: «Impondrán manos sobre los enfermos y sanarán»[1]. En los Evangelios hay numerosos ejemplos en los que Jesús toca a las personas para sanarlas.
Jesús extendió la mano y tocó al hombre. «Sí quiero —le dijo—. ¡Queda limpio!» Y al instante quedó sano de la lepra[2].
Jesús se compadeció de ellos y les tocó los ojos. Al instante recobraron la vista y lo siguieron[3].
Al ponerse el sol, la gente le llevó a Jesús todos los que padecían de diversas enfermedades; Él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó[4].
Los apóstoles también se valieron del tacto para sanar a las personas.
Y [Pedro] tomándolo por la mano derecha, lo levantó. Al instante los pies y los tobillos del hombre cobraron fuerza[5].
El padre de Publio estaba en cama, enfermo con fiebre y disentería. Pablo entró a verlo y, después de orar, le impuso las manos y lo sanó[6].
Frecuentemente la gente tocaba a Jesús y se sanaba.
Los habitantes de aquel lugar reconocieron a Jesús y divulgaron la noticia por todos los alrededores. Le llevaban todos los enfermos, suplicándole que les permitiera tocar siquiera el borde de Su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos[7].
Y toda la gente procuraba tocarle, porque poder salía de Él y sanaba a todos[8].
Otro ejemplo que podemos seguir es el uso del aceite para ungir a las personas por las que oramos.
¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará[9].
A veces al curar a alguien, le ordenaba que hiciera alguna cosa.
Entonces le dijo al hombre: «Extiende la mano». Así que la extendió y le quedó restablecida, tan sana como la otra[10].
Puedes irte —le dijo Jesús—; tu fe te ha sanado. Al momento recobró la vista[11].
El mayor de ellos es el amor
La curación sirve de plataforma para compartir el Evangelio pero también es una de las principales motivaciones para demostrar compasión por las personas. Jesús sentía compasión y lástima ante el sufrimiento de la gente e hizo algo al respecto.
Cuando Jesús desembarcó y vio a tanta gente, tuvo compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos[12].
Cuando ya se acercaba a las puertas del pueblo, vio que sacaban de allí a un muerto, hijo único de madre viuda. La acompañaba un grupo grande de la población. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Entonces se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron, y Jesús dijo: «Joven, ¡te ordeno que te levantes!»[13]
Un hombre que tenía lepra se le acercó, y de rodillas le suplicó: «Si quieres, puedes limpiarme». Movido a compasión, Jesús extendió la mano y tocó al hombre, diciéndole: «Sí quiero. ¡Queda limpio!» Al instante se le quitó la lepra y quedó sano[14].
Lo compasión puede definirse como amor en acción. Haber Jesús abandonado los salones del cielo para venir a vivir con nosotros es una manifestación del amor de Dios por la humanidad. Dios es compasivo. Jesús reflejaba la compasión y el amor de Dios por medio de Sus actos. Estamos llenos del Espíritu Santo lo cual significa que el Espíritu de Dios mora en nosotros, por lo tanto debemos obrar motivados por la compasión y el amor.
El Espíritu Santo, que mora en nosotros, ha puesto a nuestra disposición dones espirituales que incluyen el de la curación. El apóstol Pablo lo explica en 1 Corintios 12:
Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espíritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según Él lo determina[15].
Después de hablar de estos dones, agrega:
Ahora les voy a mostrar un camino más excelente. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada[16].
Pablo argumenta con vehemencia que si tenemos los dones del Espíritu podemos hacer toda suerte de cosas maravillosas, pero debemos hacerlas con amor, pues sin amor nada somos.
Independientemente de cuál sea nuestra teología o metodología respecto de la curación, debemos hacerlo con amor. Debemos ponernos en el lugar del enfermo o de los que lloran la pérdida de un ser querido y obrar con amor y conmiseración. El amor es la clave en nuestro trato con los enfermos y sus seres queridos.
Cuando parece que Dios no contesta nuestras plegarias para que alguien se sane
Sé que es bueno plantarse firme en la Palabra de Dios, saber que Él nos ha prometido —y en efecto lo cumple— responder a la oración. Pero también pienso que debemos aceptar algunas verdades: por ejemplo que no toda oración es respondida de la forma que esperamos y que a veces Dios opta por no responder de inmediato, o de formas que para nosotros sean Su respuesta. Dios es mayor que nosotros, y aunque debemos invocar Su palabra y plantarnos firmes en ella confiando plenamente en Él, debemos entender que Sus caminos son más altos que los nuestros, y que en Su infinito amor y sabiduría, puede hacer o permitir cosas en nuestras vidas y en las de los demás que rebasan nuestra comprensión.
Exigir que Dios responda toda oración por los enfermos de la forma que esperamos, y que si la oración no es respondida, o lo es pero de manera diferente a nuestras expectativas, culpemos a alguien por ello, le resta poder a Dios y a Su soberanía. Equivale a afirmar que sabemos más que Dios. Dios posee más dimensiones que nosotros. Sabe mucho más que nosotros. Sabe muchísimo mejor que nosotros lo que más conviene a cada persona.
Creo que Dios sana a las personas por las que oramos. A veces lo hace de forma instantánea, otras progresivamente. A algunas las cura en esta vida y a otras lo hace eternamente llevándoselas a casa con Él. Sea que Dios sane a alguien en esta vida o en la eternidad, es un Dios compasivo y amoroso. Creo que lo mejor es seguir Su Palabra obedeciendo Sus mandamientos, confiando que cuando oramos Dios responde, y luego dejar la respuesta en Sus manos y no tratar de echarnos la culpa o achacársela a alguien más, si no se produce la curación.
Al mismo tiempo debemos recordar que hay muchas promesas sobre curación en la Palabra de Dios; que Jesús, los apóstoles, muchos creyentes de la iglesia primitiva y a lo largo de la cristiandad, incluso de la actualidad, al testificar oran por los enfermos y por su propia salud. Han orado y las personas se han sanado de forma sobrenatural.
Como cristianos se nos ha conferido el poder para orar por los personas, como lo evidencian las palabras de Jesús, el mandamiento que dio a Sus discípulos en ese sentido, Su ejemplo y el de los primeros discípulos. Se requiere fe para lanzarse a orar por los demás, especialmente cuando se trata de personas que uno no conoce. Pueden ser situaciones incómodas y embarazosas, pero ese paso de fe pudiera dar a alguien la oportunidad de ser tocado por Dios. A muchos les encantaría que alguien orara por su curación, sean o no creyentes. Cuando oramos por la curación de una persona, abrimos la posibilidad de que el Señor le manifieste Su amor y poder.
Su Palabra es clara: ¡La curación está a nuestro alcance! A los creyentes nos ha conferido el poder de sanar. Nos envió como discípulos a predicar el Evangelio y sanar a los enfermos. El Espíritu Santo, que mora en nuestro interior, ha puesto el don de la curación a nuestra disposición. Cuando oramos por los enfermos, éstos sanarán conforme a la voluntad de Dios. Independientemente del método utilizado, el Espíritu de Dios se puede valer de nosotros como vehículos de curación, si damos el paso de orar por los demás. ¡Qué don más maravilloso! ¡Qué oportunidad de cambiar vidas! ¡Qué tremendo vehículo para demostrar a la gente el amor de Jesús, la compasión de Dios!
Puede que no conozcamos las implicaciones teológicas, ni todos los diferentes métodos. Puede que no entendamos del todo a qué se debe que algunos se sanan y otros no. Lo que sí sabemos es que en nuestra calidad de cristianos tenemos a nuestra disposición el poder para sanar, para atender espiritualmente a las personas y guiarlas a la salvación.
Quiera Dios que Su poder y compasión nos motive a utilizar todo medio a nuestra disposición, incluido el poder de la curación para cumplir nuestra misión de introducir a Jesús en la vida de los demás.
Artículo publicado por primera vez en abril de 2012.
Texto adaptado y publicado de nuevo en abril de 2014.
[1] Marcos 16:15–18 NVI.
[2] Mateo 8:3 NVI.
[3] Mateo 20:34 NVI.
[4] Lucas 4:40 NVI.
[5] Hechos 3:7 NVI.
[6] Hechos 28:8 NVI.
[7] Mateo 14:35–36 NVI.
[8] Lucas 6:19.
[9] Santiago 5:14–15 NVI.
[10] Mateo 12:13 NVI.
[11] Marcos 10:52 NVI.
[12] Mateo 14:14 NVI.
[13] Lucas 7:12–14 NVI.
[14] Marcos 1:40–42 NVI.
[15] 1 Corintios 12:4–11 NVI.
[16] 1 Corintios 12:31–13:2 NVI.
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