Cultivar la sencillez
Recopilación
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Mateo 6:33[1]
*
Dios es consciente de que tenemos necesidades materiales. Su Palabra ofrece incontables promesas de provisión, incluso de abundante suministro de bienes[2]. No obstante, Jesús también nos advirtió que un vano afán de riquezas puede ser una piedra de tropiezo en nuestro caminar por la senda del cristianismo[3]. La naturaleza humana muchas veces también nos empaña la vista y nos impide evaluar correctamente nuestras necesidades. Benjamin Franklin observó: «Cuanto más [dinero] tiene un hombre, más quiere. En vez de llenar un vacío, lo produce».
¿Con cuánto basta, entonces?
El apóstol Pablo abordó ese complejo tema en su carta a Timoteo. Su conclusión sorprende por su minimalismo: «Si tenemos suficiente alimento y ropa, estemos contentos. Después de todo, no trajimos nada cuando vinimos a este mundo ni tampoco podremos llevarnos nada cuando lo dejemos»[4]. No es que el apóstol censure que uno tenga más que lo mínimo; lo que quiere dejar claro es que el verdadero contentamiento no está ligado a la prosperidad material.
Diversos estudios han arrojado que, más allá de cierto nivel, el incremento de la riqueza se traduce cada vez menos en felicidad y calidad de vida. Tiene lógica: todos necesitamos dinero para nuestro propio sustento o para mantener una familia; pero una vez satisfechas nuestras necesidades y aspiraciones básicas, el afán de obtener riqueza por lo general choca con la búsqueda de la felicidad.
En conclusión, diríase que mucho depende de nuestra actitud y de lo que Dios esté obrando en nosotros en determinado momento de nuestra vida. Por sobre todo, tanto si en este momento gozamos de abundancia como si andamos escasos[5], nos conviene recordar que el verdadero éxito en la vida está en el conocimiento del Padre celestial y en la cercanía con Él. «El que almacena riquezas terrenales pero no es rico en su relación con Dios, es un necio»[6]. Samuel Keating
La sencillez
Nuestros auténticos tesoros no son el dinero ni los bienes materiales; son el reino de Dios, Su amor, Su relación con nosotros, nuestra salvación, la divina providencia, la atención que nos prodiga Dios y las recompensas que nos aguardan. El tener eso claro nos permite abordar con el enfoque correcto la cuestión de nuestros recursos económicos y el fin que les damos.
En el Salmo 24, David exclama: «Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan»[7]. Dios mismo se considera dueño de toda la creación: «Mía es toda la tierra»[8], «Todo lo que hay debajo del cielo es Mío»[9]. De ello se infiere que todo lo que poseemos en realidad es de nuestro Creador, incluidos no solo nuestros bienes, sino también nuestra persona misma. Somos simples administradores o custodios de lo que Dios ha puesto a nuestro cuidado.
Si bien es cierto que todo le pertenece a Dios, Él quiere que seamos felices y gocemos de lo que Él nos ha dado. Así lo expresa 1 Timoteo 6:17: «Dios […] nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos». Como custodios de los recursos divinos —específicamente de nuestras posesiones y, en general, de los recursos de la Tierra— podemos aprovecharlos en beneficio propio y de nuestros seres queridos, para vivir y disfrutar de lo que Dios nos ha encargado. El tener una actitud adecuada frente a nuestros bienes, dinero y fortuna es de vital importancia para nuestra relación con Dios.
Conviene, pues, tener bien claros los principios de propiedad —que Dios es dueño de todo— y de buena administración —que debemos utilizar lo que Él nos ha confiado de una forma que esté en armonía con Su voluntad y Su Palabra— y la necesidad de cultivar una sana visión de nuestros recursos y bienes materiales. Así se nos hace más fácil ajustar nuestra actitud y comportamiento frente a lo que controlamos, ya sea tangible o intangible.
La clave para tener una actitud correcta es la sencillez. La sencillez, entendida como un medio de liberarse de ataduras innecesarias a las cosas de esta vida, como una ayuda para poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la Tierra[10].
Jesús nos enseñó que donde está nuestro tesoro está nuestro corazón; por ende, conviene que nos autoexaminemos para determinar cuál es nuestro verdadero tesoro. Debemos tener una actitud sana frente a nuestros bienes materiales y reconocer el daño que puede causarnos una visión desequilibrada. La sencillez nos lleva a no concentrarnos tanto en nosotros mismos y nuestras posesiones, y a fijar más bien la atención en nuestro verdadero tesoro, nuestro amoroso Dios que nos ha dado lo más valioso que podríamos tener: Su amor y salvación. Peter Amsterdam
La disciplina de la sencillez
La sencillez es concentrarse en las pocas cosas que son realmente importantes y poner menos énfasis en las muchas otras que no lo son.
La sencillez es algo interior pero que se exterioriza en una manera distinta de vivir. La vida se vuelve menos tensa y menos complicada. Es liberarse para dejar ir cosas y estar dispuestos a compartir lo que tenemos con los demás.
Una vida dedicada a adquirir cosas es mortal para la vida cristiana. Jesús dice que no podemos servir a Dios y al dinero. También que bienaventurados son los pobres y que donde esté tu tesoro ahí estará también tu corazón. El inconveniente es que no es posible buscar primeramente el reino de Dios si nos pasamos todo el tiempo buscando cosas materiales.
Al mismo tiempo Dios desea que tengamos las adecuadas posesiones materiales y que disfrutemos de la vida. Un ascetismo extremo (pobreza forzada y abstenerse de todo placer) es en sí mismo un enfoque errado. Eso no es sencillez. La sencillez es poner las posesiones en su debida perspectiva. Es contentarse con lo que se tiene, darle gracias a Dios por ello y estar dispuesto a compartir con los demás.
[Richard] Foster da diez ejemplos de sencillez externa. No son reglas (las cuales conducen al legalismo), sino principios generales que podemos aplicar. Lo externo se ve acompañado por lo interno.
1) Adquiere cosas en función de su utilidad y no de su valor como símbolo de estatus. La utilidad y la durabilidad son importantes; el prestigio no lo es.
2) Abstente de cualquier cosa que te produzca adicción. Una adicción es algo que no se puede controlar. No seas esclavo de nada, excepto de Dios.
3) Cultiva el hábito de regalar cosas. No acumules. Considera la posibilidad de regalar algo a lo que estés muy apegado.
4) Niégate de dejarte seducir por la propaganda y las tendencias sociales. El objetivo de la publicidad es convencerte de que adquieras el último modelo y el mejor. Lo que ya tenemos normalmente funciona bien.
5) Aprende a disfrutar de cosas que no sean de tu propiedad. Ve a una biblioteca, disfruta de una playa o un parque abierto al público.
6) Desarrolla un mayor aprecio por la creación. Sal a pasear. Escucha las aves. Huele las flores.
7) No te fíes de las ofertas tipo «compre ahora y pague después». Ten suma precaución antes de contraer una deuda.
8) Obedece las instrucciones que dio Jesús acerca de hablar de manera sencilla y honesta. Que tu sí sea sí y tu no sea no. Evita la adulación y las cuestiones especulativas.
9) Rechaza todo lo que suponga la opresión de otros. Esto podría ser no adquirir algo fabricado por esclavos. También podría suponer hacer una tarea menor que esperas que otra persona la haga.
10) Abstente de todo lo que te distraiga de buscar primeramente el reino de Dios. Es fácil caer en la distracción, aun por buenas cosas. Que no te suceda. Kevin Jackson[11]
Publicado en Áncora en abril de 2019.
[1] RVR1960.
[2] Filipenses 4:19.
[3] Mateo 19:24.
[4] 1 Timoteo 6:8,7 (NTV).
[5] Filipenses 4:12.
[6] Lucas 12:21.
[7] Salmo 24:1 (BAD).
[8] Éxodo 19:5.
[9] Job 41:11.
[10] Colosenses 3:2.
[11] https://wesleyanarminian.wordpress.com/2013/04/28/the-discipline-of-simplicity.
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