¿Cruz o corona?
Steve Hearts
¿Quién no conoce el llamamiento de Jesús de tomar nuestra cruz y seguirlo?[1] Siempre creí que la cruz era un símbolo de nuestro servicio al Señor. Sin embargo, más recientemente he llegado a ver este pasaje bajo otra luz, la que, debo decirlo, «me abrió los ojos» en gran medida.
Hay cruces muy diversas. El Servicio a Dios es definitivamente una cruz. Sin embargo, hay personas, como yo, que hemos sido creados con lo que aparentemente se ve como un impedimento físico o discapacidad. También hay quienes padecen alguna enfermedad crónica o dolencia y que en sus circunstancias no se ve una señal clara de curación, a pesar de sus propias oraciones y de las plegarias de otras personas. Quienes nos encontramos en una situación así podemos preguntarnos por qué y caer en condenación cuando no se ve en el horizonte un milagro de curación; o bien, podemos optar por alabar a Dios por ser como somos y aceptar Su voluntad, y mientras tanto, hacemos lo que está en nuestras manos para que avance Su reino aquí en la Tierra.
La última opción sin duda requiere renuncia y sumisión; dos cualidades valiosas, y sin embargo difíciles, que con la ayuda del Señor, son las que elegí para mí mismo. Nunca me he arrepentido de haberlo hecho. Poco a poco he llegado a ver mi ceguera como una bendición enmascarada o encubierta, como un tesoro muy valioso envuelto en algo con poco atractivo para el ojo humano. Una vez que decidí ver más allá del disfraz de lo que parecía una dificultad y una desventaja, y ver en cambio el buen fruto que dio en mi vida y en la de los que apacentaba espiritualmente, sin querer vi solo el tesoro inestimable que Dios empleaba. ¿El disfraz se desvaneció? ¿O mi perspectiva cambió drásticamente? Cualquiera que haya sido el caso, ya no considero que soy alguien que sufre.
¿Creo que Dios tiene el poder y la capacidad para darme la vista? ¡Claro! No solo sanó a los ciegos en los tiempos bíblicos, sino que en la actualidad también lo hace. Sin embargo, en primer lugar el Señor dejó claro, confirmándolo por boca de varios testigos, que mi ceguera era parte de la misión para la cual llegué al mundo. Hace tiempo, mientras reflexionaba en el llamamiento que Jesús nos hizo de que lleváramos nuestra cruz y lo siguiéramos, Él me habló claramente al corazón: «Todos llevan distintas cruces y lo hacen por Mí. La tuya es el don de la ceguera».
En muchísimos aspectos mi ceguera ha resultado ser un don. Su atributo principal es la manera en que motiva a la gente, la hace reflexionar y la anima. No puedo contar las veces en que alguien me ha dicho: «Me quejo mucho por las dificultades e inconvenientes que se me presentan. Sin embargo, cuando te veo, siento vergüenza de mí mismo». Aunque me lo han dicho muchas veces, eso no significa que nunca me queje. Pero cuando lo hago, la convicción del Espíritu Santo hace que me remuerda la conciencia, pues recuerdo las veces en que he animado a otros a alabar a Dios por todo.
Han sido innumerables los episodios en que Dios, por medio de mí, ha manifestado Su amor y ánimo a otros por causa de Su nombre. ¿Por qué entonces debería preocuparme de si recibiré la vista en esta vida? Al fin y al cabo, ¿qué es más importante: que se cumplan mis deseos o que se cumpla el plan de Dios en mi vida?
De niño, oré para recibir la vista. Desde entonces, también muchas personas han orado por mí. Me han impuesto las manos, han orado por mí en lenguas, han orado por mí para que sea librado de demonios. De ningún modo le quito importancia ni rechazo las oraciones que han hecho por mí para que reciba la vista. Sin embargo, me apoyo con firmeza en una frase de Joni Eareckson Tada de su libro A Place of Healing: «Dios se reserva el derecho de sanar o no, cuando le parece conveniente». (Sin duda recomiendo ese libro, en caso de que quieran ahondar en este tema.)
En 1 Pedro 4:19, leemos: «Los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien»[2].
Mi postura respecto al don de la ceguera que me ha sido entregado se apoya firmemente en las palabras de Pablo en 2 Corintios 12:7-10: «Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltara, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí. Y me ha dicho: "Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad". Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte»[3].
Una vez di una breve charla acerca de este tema en una reunión juvenil de reavivamiento religioso. Di el testimonio de que Dios fue fiel y me protegió durante el parto y hablé de mi vida de misionero en varios países. En la reunión se encontraba un pastor que antes se había presentado e hizo una oración fervorosa para que yo pudiera ver. Cuando terminé de dar la charla, de inmediato se acercó y me dijo que había llorado de la emoción al escuchar mi testimonio. Señaló: «Nunca había visto a alguien con una actitud tan positiva acerca de una discapacidad». Otros asistentes a la reunión me dijeron que la charla los había motivado a hacer más para el Señor de lo que hacían en ese momento. Como respuesta, solo podía alabar al Señor.
Otra razón por la que considero que no hace falta que me preocupe de si veré o no en esta vida es que tengo la certeza de que veré en la otra vida. Pablo dice en 2 Corintios 4:17: «Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria». La vida en la Tierra es solo temporal. Si a Dios le parece conveniente que siga como estoy a fin de que Él pueda valerse mejor de mí en la Tierra, y si garantiza que podré ver en la otra vida, entonces ¿por qué debería quejarme?
Se cuenta la anécdota de un soldado que padecía una enfermedad mortal. Al saber que no viviría mucho tiempo, daba lo mejor de sí mismo en el campo de batalla. A la larga, se curó de la enfermedad, gracias a los cuidados de médicos muy capaces. Sin embargo, a partir de entonces, se alejaba del campo de batalla; quería proteger su vida en vez de arriesgarla. Después de escuchar esa anécdota por primera vez, le dije al Señor: «Si estimas conveniente que siga ciego a fin de conservar mi utilidad como soldado en Tu ejército, que así sea».
Al haber llegado a ver mi ceguera como el regalo que es en realidad, ya no la considero una cruz. Cuando veo el fruto que ha llevado para la gloria de Dios a medida que llevo Su mensaje como mejor puedo, cambia mi perspectiva y veo mi ceguera como una espléndida corona y me parece que es un privilegio llevarla. Aunque sé que en la otra vida habrá una corona, sin duda aprecio esta corona de ceguera mientras la tengo. Hay una frase que reza: «Los que cargan una cruz algún día habrán de llevar una corona».
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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