Convertirte en la persona que Dios dispuso que fueras
George Sosich
Probablemente hayas escuchado el viejo dicho «no existen dos copos de nieve idénticos». No es solo un dicho; tiene su base en la ciencia real. De los innumerables copos de nieve que han caído a lo largo de la historia, no hay dos que hayan sido exactamente iguales, a pesar de que todos tienen la misma forma simétrica básica de seis lados. ¡Qué dato tan alucinante! Una manifestación del diseño y la artesanía increíblemente intrincados de Dios.
Y cuando se trata de los seres humanos es lo mismo. Todos tenemos la misma anatomía básica y composición biológica. Sin embargo, de los miles de millones de seres humanos que han vivido, nunca ha habido otro exactamente como tú. Eres una creación única de Dios.
Esta idea se refleja en un fascinante pasaje bíblico en el que el profeta rey David expresa su asombro por el increíble empeño que Dios dedicó para crearlo.
Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo
y me entretejiste en el vientre de mi madre.
¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo!
Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien.
Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto,
mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz.
Me viste antes de que naciera.
Cada día de mi vida estaba registrado en Tu libro.
Cada momento fue diseñado
antes de que un solo día pasara.
Qué preciosos son Tus pensamientos acerca de mí, oh Dios.
¡No se pueden enumerar!
Ni siquiera puedo contarlos;
¡suman más que los granos de la arena!
Salmo 139:13–18[1]
Imagínate. Dios, como maestro artesano o artista, te ha diseñado intrincadamente y te ha creado a propósito para que seas la persona que eres: alguien con una personalidad única y dones y talentos para contribuir a quienes te rodean.
Solo hay un problema. A diferencia del copo de nieve que de manera natural se forma tan hermosamente en la atmósfera sin voluntad propia, nosotros poseemos libre albedrío, y esto determina en gran medida si alcanzamos el potencial que nos dio Dios.
Entonces, ¿cómo nos convertimos en la persona que Dios dispuso que fuéramos? La segunda epístola a los Corintios, capítulo 5, versículo 17 nos dice: «Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!»[2] Una vez que aceptas a Jesús como tu Salvador, «naces de nuevo» como una persona nueva, una persona que ha comenzado un emocionante recorrido de aprendizaje y crecimiento en tus pensamientos y viviendo de la manera que Dios quiere para ti personalmente. Esta transformación de tu viejo yo al nuevo es el proceso por el cual te conviertes en la persona que Dios te diseñó para ser. Y la clave de tu éxito en este esfuerzo se encuentra en el verso mismo: «en Cristo».
Primero, debemos estar dispuestos a ser creados nuevamente. Romanos 12:1–2 dice: «Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente.»[3]
Una vez que cedemos nuestro cuerpo, mente y espíritu a Él, nos sumergimos tanto en Él que Él puede vivir, pensar y actuar por medio de nosotros. Las siguientes son algunas maneras en las que lo logramos:
- Leyendo y estudiando Su Palabra, la Biblia y material cristiano inspirador e instructivo diariamente.
- Manteniendo una vida de oración constante, que incluya alabanza, gratitud y escuchar Su voz que te habla.
- Permitiéndole al Señor formar parte de cada aspecto de tu vida. Escudriñando Su mente en cuanto a lo que deberías estar haciendo, y cómo hacerlo. Escudriñando Su mente en cuanto a las relaciones con las personas que forman parte de tu vida.
- Reflexionando sobre los acontecimientos de tu vida para aprender lecciones valiosas a medida que avanzas.
- Adorando y conviviendo regularmente con cristianos dedicados y de ideas afines.
- Buscando activamente orientación, guía y crítica constructiva de amigos y asociados cristianos confiables y espiritualmente fuertes.
- Reconociendo que la vida es un proceso de aprendizaje, mediante el cual debes adquirir sabiduría y conocimiento acerca de Sus caminos y aprender a ponerlos en práctica en tu vida cotidiana.
A medida que pongas en práctica lo anterior, tu mente y espíritu se transformarán lentamente del viejo yo al nuevo yo, la singular y maravillosa persona que Dios dispuso que fueras. Te emocionará ver cuánto ha desarrollado Dios tu carácter, tus dones y talentos y te ha convertido en un testigo efectivo y una fuerza para el bien en tu familia, comunidad, empresa o donde sea que estés. Además, tendrás la paz y la satisfacción de saber que estás cumpliendo Su destino para tu vida y que algún día escucharás Su elogio: «Hiciste bien, siervo bueno y fiel»[4].
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