Compasión cristiana
Peter Amsterdam
Al leer las narraciones de la vida de Jesús en los Evangelios, algo que queda meridianamente claro es que Jesús demostró compasión hacia las personas y enseñó que Sus seguidores debían ser también compasivos. Leemos la parábola del samaritano que viendo a un judío golpeado por ladrones, manifestó compasión vendándole sus heridas, trasladándolo hasta un mesón para que recibiera atención y pagando los gastos de su propio bolsillo[1].
En la parábola del hijo perdido, un joven exigió a su padre que le adelantara su herencia —lo que equivalía a decir: «Ojalá estuvieras muerto»—, para luego abandonar el hogar y dilapidar esa herencia. A su regreso a casa, leemos que «su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó»[2].
A lo largo de Su ministerio, Jesús vio a gente en situación de necesidad, fue movido a compasión y actuó para auxiliarla. El evangelio de Mateo relata:
Entonces Jesús llamó a Sus discípulos y les dijo: «Siento compasión por ellos. Han estado aquí conmigo durante tres días y no les queda nada para comer. No quiero despedirlos con hambre, no sea que se desmayen por el camino».
Tomó entonces siete panes y unos pocos pescaditos, y los multiplicó de modo que cuatro mil personas comieron y quedaron satisfechas[3]. En otro caso, al ver a un joven desplomarse y presentar convulsiones, Jesús le preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?» «Desde que era niño», contestó. [...] «Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos».Jesús mostró compasión librando al muchacho del espíritu que lo atormentaba[4].
Durante Su estancia en la Tierra Jesús personificó los atributos de Su Padre, uno de los cuales era compasión. En las páginas del Antiguo Testamento leemos sobre la compasión de Dios:
«Como el padre se compadece de los hijos, así se compadece el Señor de los que le temen»[5].
«Te abandoné por un instante, pero con profunda compasión volveré a unirme contigo. Por un momento, en un arrebato de enojo, escondí Mi rostro de ti; pero con amor eterno te tendré compasión —dice el Señor, tu Redentor—»[6].
«¡Cielo, grita de alegría! ¡Tierra, llénate de gozo! ¡Montañas, lancen gritos de felicidad! Porque el Señor ha consolado a Su pueblo, ha tenido compasión de él en su aflicción»[7].
Entonces, ¿qué es exactamente la compasión? Los diccionarios la definen como «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien, combinado con el deseo de tomar alguna acción para aliviarlos».
Aparecen cinco palabras hebreas y cuatro griegas traducidas por compasión: las primeras en el Antiguo Testamento y las segundas en el Nuevo. En el Antiguo Testamento los vocablos traducidos por compasión encierran los siguientes significados: sentir lástima por alguien; apiadarse; dispensar a alguien; comprenderlo; y reconfortar o consolar (con la voluntad de alterar la situación).
Una de las palabras hebreas, racham, tiene parentesco con el término hebreo matriz o útero y expresa la compasión de una madre (o padre) por una criatura indefensa, una profunda emoción que se expresa en actos de servicio desinteresado. Es una compasión protectora, y una palabra que se suele emplear en referencia a la compasión divina. Algunas traducciones lo traducen como misericordioso, pero la mayoría como compasivo.
«El Señor pasó frente a Moisés y proclamó: “Señor, Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad”»[8].
En el Nuevo Testamento figuran cuatro vocablos griegos traducidos con la palabra compasión. El empleado con mayor frecuencia guarda relación con la palabra griega que representa entrañas o vísceras, alusiva al foco de las emociones humanas. El término significa conmoverse en las entrañas y transmite la idea de conmoverse hasta lo más hondo de sus sentimientos, lo que deriva en actos de bondad y misericordia. Otro vocablo, sumpatheo, comunica el sentido de sufrir con otro o ser afectado similarmente.
La compasión es albergar un fuerte sentimiento por la situación o el estado en que se encuentra alguien y además implica hacer algo para cambiarlo. Se trata de mejorar las cosas para un ser necesitado. La compasión no es tal si no va acompañada de alguna acción. En ciertos casos puede significar sostener o abrazar a una persona, orar por ella, hablarle con suavidad y expresarle que uno está apenado o preocupado por ella.
Puede que también conlleve realizar un acto encaminado a rectificar la situación o las circunstancias. Puede significar salir en defensa de alguien. Quizá exija una protesta con el fin de reformar leyes o promover la justicia social. Puede que suponga invertir tiempo y esfuerzo para dar de comer a los hambrientos, ayudar a los huérfanos, visitar a los enfermos o a los que lloran la pérdida de algún ser querido, comunicar el evangelio a otros seres humanos y otros medios de socorrer a los necesitados.
La compasión está estrechamente vinculada a la empatía, la capacidad de entender y percibir los sentimientos del otro, y meternos en su pellejo, de modo que podamos comprender desde su perspectiva la situación por la que atraviesa. Empatizar nos puede mover a compasión.
En suma, la compasión es parte del amor. Pero ¿cómo cultivamos ese aspecto del amor? ¿Cómo nos volvemos más compasivos? Algo que nos puede ayudar es detenernos a pensar en la instrucción de Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»[9]. Si somos bondadosos con nosotros mismos, aun cuando reconocemos que nos hemos provocado algunos de nuestros problemas, podemos comprender que cuando otros están en situación de apuro, debemos ayudarlos. Habiendo caminado en sus zapatos nos resulta más fácil ser compasivos con los demás.
También conviene reflexionar sobre el ministerio de Jesús. Vio a gente que padecía necesidad —los ciegos, los hambrientos, los que lloraban la muerte de un ser querido, los enfermos, los marginados sociales— y en lugar de hacer la vista gorda y pasar de largo, prestó atención, se detuvo y actuó. En la vida tan agitada que llevamos es fácil hacer caso omiso de personas que están en dificultades, que pasan penurias, y andar enfrascados en nuestras propias necesidades, problemas, preocupaciones y temores.
Otra cosa que nos puede ayudar a ser más compasivos es tomar conciencia del amor que el Señor tiene por nosotros, recordar que por muy indignos, llenos de faltas y pecadores que seamos, Dios actuó a favor nuestro pagando por ello un precio altísimo. Sacrificó a Su amado Hijo con tal de poder rescatarnos en tiempo de necesidad. Dios nos ha demostrado una costosa compasión, y si con frecuencia procuramos hacer memoria de ello, alabándolo y agradeciéndole por ese hecho, tal vez nos resulte más fácil pagarles a los demás con el mismo amor y compasión que Él nos ha entregado.
Jesús tuvo compasión de los sufrientes, los marginados, los pobres y los menesterosos. Es posible que siendo Él Dios encarnado y capaz de obrar portentosos milagros, nosotros en comparación nos consideremos impotentes en cuanto a nuestra facultad de ayudar otros. Sin embargo, aunque quizá no podamos realizar milagros de la talla de los que hizo Jesús, demostrar compasión a los demás puede cobrar para ellos la dimensión de un milagro. Un poco de compasión puede tener un efecto extraordinario en su vida.
Recibir a Jesús en nuestro corazón y estar llenos del Espíritu de Dios es el factor clave para ser compasivo con los demás. Experimentar Su amor mediante una estrecha comunicación y comunión con Él —a consecuencia de dedicar tiempo conversando en oración, leyendo Su Palabra, escuchándolo, y buscando y obteniendo Su guía— nos lleva a tomar conciencia del amor que Él abriga por nosotros personalmente. Cuando vivenciamos Su bondad, misericordia, generosidad, compasión y amor profundo, podemos dejar que Su amor afluya con más facilidad de nosotros hacia los demás.
Si de verdad queremos imitar a Jesús, buscaremos cultivar una aguda conciencia de las necesidades de los demás y al mismo tiempo ofrecernos a ayudarlos y consolarlos. De la misma manera que Jesús sirvió compasivamente al prójimo, así también a nosotros Sus seguidores se nos insta a ser compasivos.
Publicado por primera vez en octubre de 2017. Texto adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2022.
[1] Lucas 10:30–35 (RVR1995).
[2] Lucas 15:11–32 (NVI).
[3] Mateo 15:32–38 (NTV).
[4] Marcos 9:20–27 (NVI).
[5] Salmo 103:13 (RVA-2015).
[6] Isaías 54:7,8 (NVI).
[7] Isaías 49:13 (DHH).
[8] Éxodo 34:6 (RVA-2015).
[9] Mateo 22:39 (RVR1995).
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